Juan 6, 16-21
Autor: Pablo Cardona
«Caída la tarde, bajaron sus discípulos al mar y habiendo subido a la barca, se dirigían a la otra orilla hacia Cafarnaún. Ya había oscurecido y Jesús aún no había venido junto a ellos. El mar estaba agitado por el fuerte viento que soplaba. Después de remar unos veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que andaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y les entró miedo. Pero él les dijo: Soy yo, no temáis. Entonces ellos quisieron recibirle en la barca; y al instante la barca llegó a tierra, adonde iban.» (Juan 6, 16-21)
1. Jesús, en mi vida hay momentos de calma: las cosas salen más o menos bien, no hay presiones de trabajo o de exámenes, y mi entorno afectivo (amigos, familiares, seres queridos) me llena de satisfacciones.
Parece entonces que puedo llevar mi barca a puerto con mis solas fuerzas.
Pero es habitual que a un momento de calma siga otro agitado: «el mar estaba agitado por el fuerte viento que soplaba».
Alguna dificultad en el trabajo, un desencanto afectivo, un enfrentamiento familiar… y todo se viene abajo.
Todo esfuerzo parece ahora inútil y hasta sin sentido.
Y entonces, de la manera más insospechada, apareces Tú.
Me pides permiso para meterte en mi barca, en mi vida.
Si me da un poco de miedo, me aseguras: «Soy yo, no temas».
Y esperas mi respuesta.
«Ellos quisieron recibirle en la barca; y al instante la barca llegó a tierra, adonde iban».
Jesús, que también yo quiera recibirte en mi barca, que no tenga miedo a que seas Tú el que dirija su rumbo.
De este modo, las cosas vuelven a tener sentido y vale la pena volver a empezar y seguir remando, aunque tal vez no hayan cambiado las circunstancias exteriores.
2º. «Conviene que conozcas esta doctrina segura: el espíritu propio es mal consejero, mal piloto, para dirigir el alma en las borrascas y tempestades, entre los escollos de la vida interior. Por eso es Voluntad de Dios que la dirección de la nave la lleve un Maestro, para que, con su luz y conocimiento, nos conduzca a puerto seguro (Camino, 59).
Jesús, me doy cuenta de que cuando voy por libre no adelanto tanto como cuando me dejo ayudar en la dirección espiritual.
Por un lado, «el espíritu propio es mal consejero, mal piloto, para dirigir el alma en las borrascas y tempestades», pues cuando estoy más flojo y necesito más ayuda, menos me la puedo dar a mímismo.
Y por otro, cuando no hay problemas y podría hacer más, me conformo con menos, a no ser que me deje tirar por alguien que me conozca y que Te conozca.
«En la propia vida no faltan las oscuridades e incluso debilidades. Es el momento de la dirección espiritual personal. Si se habla confiadamente, si se exponen con sencillez las propias luchas interiores, se sale siempre adelante, y no habrá obstáculo ni tentación que logre apartaros de Cristo» (Juan Pablo II).
Por eso es Voluntad de Dios que la dirección de la nave la lleve un Maestro, para que, con su luz y conocimiento, nos conduzca a puerto seguro.
¿Me tomo en serio la dirección espiritual?
¿Me doy cuenta de que si rechazo tu invitación a dirigir mi barca, corro el peligro de no llegar a puerto?
Que no me engañe pensando que no necesito ayuda.
Que te deje entrar en mi barca y coger el timón, porque hay muchas cosas que debo cambiar o mejorar, cortar o comenzar.
«Soy yo, no temáis».
«Entonces ellos quisieron recibirle en la barca».
Jesús, la dirección espiritual es cuestión de humildad, de saber que yo sólo me desanimo o me exijo poco; y es cuestión, también, de fe, para darme cuenta de que eres Tú quien hablas a través de esos consejos: porque el director espiritual tiene la gracia de Dios, tiene tu ayuda para acertar, para llevarme por donde Tú quieres.
María, tú que eres maestra de fe y de humildad: ayúdame a tomarme en serio la dirección espiritual.
Tú sabes bien que, silo hago así, no habrá tormenta ni borrasca que pueda desviarme del camino que me lleva a tu hijo Jesús.
Además, como estrella de la mañana, tu ejemplo me guiará en todo momento hacia el puerto seguro.