Marcos 8, 22-26
Autor: Pablo Cardona
«Llegan a Betsaida y le traen un ciego suplicándole que lo toque. Tomando de la mano al ciego lo sacó fuera de la aldea, y poniendo saliva en sus ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo? Y alzando la mirada dijo: Veo a los hombres como árboles que andan. Después puso otra vez las manos sobre sus ojos y comenzó a ver y quedó curado de manera que veía con claridad todas las cosas. Y lo envió a su casa diciendo: No entres ni siquiera en la aldea.» (Marcos 8, 22-26)
1º. Jesús, el milagro de hoy es extraño.
En vez de curar de modo instantáneo, curas «en dos tiempos», como si te hubiera fallado el primer intento.
No es que te falle a Ti, sino que se debe a la imperfecta fe de aquel hombre.
Te lo habían traído otros, pero él no debía estar muy seguro de Ti.
Entonces le permites ver parcialmente para que aumente su fe y sea capaz de ser curado de modo total.
Aquí veo, Jesús, una imagen de lo que ocurre en mi vida.
Podría decir que mi vida cristiana es la historia de mi correspondencia a tus gracias, de mi fidelidad a lo que me pides en cada momento.
Una gracia tuya me impulsa a mejorar en algo, pero me cuesta mucho cambiar y, al final, me quedo a medias.
Sin embargo, esa pequeña lucha te permite enviarme otra gracia, y otra, hasta que venzo definitivamente.
Jesús, a veces no soy justo contigo.
Te digo: primero quiero ver claro antes de darte esto; o quiero que no me cueste algo antes de empezar a luchar.
¿No es más lógico darte lo que entreveo para ver con mayor claridad; luchar primero para que cada vez me vaya costando menos?
Jesús, me pides que me entregue más para poder ver más claro.
«Dios se deja ver de los que son capaces de verle, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen bañados en tinieblas y no pueden ver la luz del sol. Y no porque los ciegos no la vean deja por eso de brillar la Iuz solar, sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión. Así, tú tienes los ojos entenebrecidos por tus pecados y malas acciones» (San Teófilo de Anrtioquía).
2º. «Para un hijo de Dios, cada jornada ha de ser ocasión de renovarse, con la seguridad de que, ayudado por la gracia, llegará al fin del camino, que es el Amor. Por eso, si comienzas y recomienzas, vas bien. Si tienes moral de victoria, si luchas con el auxilio de Dios, ¡vencerás! ¡No hay dificultad que no puedas superar!» (Forja.-344).
Jesús, Tú me pides lucha: comenzar y recomenzar, con moral de victoria, con espíritu deportivo.
A veces, veo claramente el camino; otras, todo se me hace cuesta arriba: veo a medias, como el hombre del Evangelio.
Pero, entonces, Tú me pides que no me aleje de Ti, que siga luchando y, con tu gracia, venceré: volveré a ver claro, volveré a estar tan feliz como al principio.
«¿Ves algo?» le preguntas al ciego.
Jesús, desde el Sagrario, escondido pero pendiente de mí, me dices una y otra vez: ¿no me ves?, ¿es que no ves que te necesito?
Sí, veo, pero… sólo a medias.
Y respondes: sé más generoso, entrega eso que te guardas para ti y que te empaña la vista.
No quieras ver para entregar: recomienza, lucha, levántate de nuevo, renueva esos propósitos; entrégate y, entonces, verás: entenderás con claridad aquello que ahora te cuesta un poco más.
Jesús, necesito luchar con constancia, comenzar y recomenzar.
Pero, a veces, yo solo no puedo, o no sé cómo hacerlo.
Por eso, lo más eficaz es dejarme ayudar cuando me cuesten las cosas, acudiendo a los sacramentos y a la dirección espiritual.
Si actúo así -con humildad, con docilidad, con empeño- me darás la gracia que necesito para ver con claridad mi camino cristiano: Y comenzó a ver y quedó curado de manera que veía con claridad todas las cosas.