Miércoles. 23 Semana del Tiempo Ordinario

Lucas 6, 20-26

Autor: Pablo Cardona

«Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Biena­venturados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que ahora padecéis hambre, porque se­réis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos en aquel día y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en el Cielo; pues de este modo se comportaban sus padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis! ¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros, pues de este modo se comportaban sus pa­dres con los falsos profetas!» (Lucas 6, 20-26)

1º. Jesús, este pasaje, que se conoce con el nombre de las bienaventuranzas, podría llamarse también las paradojas: para conseguir una cosa, me dices que he de hacer lo contrarío de lo que parece que debería hacer a primera vista.

El que es pobre, poseerá.

El hambrien­to, no tendrá hambre.

El que llora es el que será feliz…

¿Cómo se ex­plican todas estas paradojas?

Se dan estas paradojas porque hay dos mundos: el mundo terre­no en el que vivo, y el Reino de los Cielos que me has venido a anunciar.

Y me has recordado que «nadie puede servir a dos seño­res» (Mateo 6,24).

El que busca la riqueza en este mundo y pone su corazón en los bienes materiales, en los honores humanos, en la comodidad o el placer, no deja espacio en su vida para recibir los bienes espiritua­les, que llenan mucho más y duran para siempre.

«La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar; ni en la gloria humana o el poder; ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor» (C. I. C.-1723).

Además, Jesús, me has traído este mensaje: «el Reino de Dios está ya en medio de vosotros» (Lucas 17,21).

Por lo tanto, no se trata de escoger entre la felicidad actual y la futura, sino entre dos tipos distintos de felicidades actuales: la «felicidad» egoísta del que se busca a sí mis­mo, o la felicidad sacrificada del que sabe amarte y darse a los demás.

2º. «No eres feliz, porque le das vueltas a todo como si tú fueras siempre el centros si te duele el estómago, si te cansas, si te han di­cho esto o aquello…

¿Has probado a pensar en Él y por Él, en los demás?» (Surco.-74).

Jesús, bienaventurado significa feliz.

Y hoy me enseñas que la verdadera felicidad, la que llena, la que dura, la que nadie me puede quitar, es la alegría que procede del amor a Dios y a los demás, y por tanto, de la entrega y del sacrificio.

Para los que la escogen, dices: «alegraos en aquel día y regocijaos.»

Sin embargo, a los egoístas ad­viertes: «¡ay de vosotros; ya habéis recibido vuestro consuelo!»

Jesús, a veces estoy triste porque no hago más que pensar en mí mismo, como si yo fuera siempre el centro: si me miran o me dejan de mirar, si tienen un buen concepto de mí, si me esfuerzo «dema­siado», si los demás hacen menos, si en el futuro podré tener esto o lo otro, etc. ..

¿Has probado a pensar en El y por El, en los demás?

Jesús, Tú me indicas el camino de la felicidad, de la bienaventuranza. El camino, aun que en apariencia paradójico, es claro: amarte a Ti y a los demás; servirte a Ti y a los demás.

«De estos dos manda­mientos pende toda la Ley y los Profetas» (Mateo22,40).

Tú me has dado ejemplo hasta el punto de morir por mí.

Dame también tu gracia para que sea capaz de vivir el espíritu de las bienaventuranzas.

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