Mateo 23, 27-32
Autor: Pablo Cardona
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda podredumbre. Así también vosotros por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis las tumbas de los justos, y decís: Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres, no habríamos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así, pues, atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. Y vosotros, colmad la medida de vuestros padres.» (Mateo 23, 27-32)
1º. Jesús, comparas la hipocresía de los jefes judíos con «sepulcros blanqueados»: bonitos por fuera, pero «llenos de toda podredumbre» por dentro.
Por fuera, cara a los hombres, aparecen justos y sabios; por dentro, cara a Dios, no son más que «huesos de muertos».
La comparación es muy dura, pero deja claro el posible contraste entre los dos mundos -exterior e interior-, y también que lo más importante -porque influye en toda la persona- es lo que uno es «por dentro», cara a Dios.
Jesús, te importa mi vida entera, y por eso necesito fortalecer mi vida interior: la vida de la gracia en mi alma, que puede aumentar a través de los sacramentos, de la oración y de las buenas obras; pero que también puede disminuir -con mis omisiones y pecados veniales-, e incluso puede morir por el pecado mortal.
«Y así como hay cosas que ayudan a la devoción, así también hay cosas que la impiden, entre las cuales la primera son los pecados, no sólo los mortales sino también los veniales, porque éstos, aunque no quitan la caridad, quitan el fervor de la caridad, que es casi lo mismo que la devoción; por donde es razón evitarlos con todo cuidado, ya que no fuese por el mal que nos hacen, a lo menos por el grande bien que nos impiden» (San Pedro de Alcántara)
Jesús, ayúdame a que mi vida interior no sólo esté viva -en gracia- sino que crezca cada día en el camino hacia la santidad.
Y así como para desarrollar los músculos y crecer en el cuerpo necesito alimento y ejercicio, en el alma también: el alimento son los sacramentos, especialmente la Eucaristía; el ejercicio es la lucha por vivir las virtudes cristianas en la piedad, en el trabajo y en el servicio a los demás.
2º. Te falta vida interior: por que no llevas a la oración las preocupaciones de los tuyos y el proselitismo; porque no te esfuerzas en ver claro, en sacar propósitos concretos y en cumplirlos; porque no tienes visión sobrenatural en el estudio, en el trabajo, en tus conversaciones, en tu trato con los demás…
-¿Qué tal andas de presencia de Dios, consecuencia y manifestación de tu oración? (Surco.-447).
Jesús, quiero tener una vida interior grande, que me ayude a vivir cristianamente -con presencia de Dios en medio de mis ocupaciones diarias.
Y en la base de mi vida interior está la oración. ¿Hago cada día un rato de oración?
Pero no es suficiente con hacerla; he de hacerla bien, de manera que dé fruto.
¿Te pido por mis preocupaciones, por las de los que me rodean, por el apostolado, por la Iglesia?
¿Me esfuerzo por entender lo que Tú me pides cada día, en sacar propósitos concretos y en cumplirlos?
Jesús, en cada rato de oración he de hacer algún propósito concreto: algún detalle que puedo mejorar; y que me pides que me esfuerce en ponerlo por obra.
Y para no olvidarme de ese propósito, es bueno apuntarlo en un cuaderno personal, de modo que, en el examen de conciencia, por la noche, y en el siguiente rato de oración, pueda comprobar si lo he cumplido o no.
Jesús, no quiero ser un «sepulcro blanqueado»: bonito por filera, pero con una vida interior raquítica o muerta.
Y para tener vida interior, he de hacer bien, cada día, un rato de oración, sacando propósitos concretos y luchando luego por cumplirlos.
Entonces mi vida corriente se llenará de presencia de Dios y de afán de servicio a los demás.