Miércoles. 1 Semana de Adviento

Mateo 15, 29-37

Autor: Pablo Cardona

“Después que Jesús partió de allí, vino junto al mar de Galilea, subió a la montaña y se sentó. Acudió a él una gran multitud llevando consigo cojos, ciegos, lisiados, mudos y otros muchos enfermos, y los pusieron a sus pies y los curó; de tal modo que se maravillaba la multitud viendo hablar a los mudos y quedar sanos los lisiados, andar a los cojos y ver a los ciegos, por lo que glorificaban al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y dijo: Siento profunda compasión por la muchedumbre, porque hace ya tres días que permanecen junto a mi y no tienen qué comer; no quiero despedirlos en ayunas no sea que desfallezcan en el camino. Pero le decían los discípulos: ¿De dónde vamos a sacar; estando en el desierto, tantos panes para alimentar a tan gran multitud? Jesús les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos le respondieron: Siete y unos pocos pececillos. Entonces ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomó los siete panes y los peces y, después de dar gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos y quedaron satisfechos. De los trozos sobrantes recogieron siete espuertas llenas.” (Mateo 15, 29-37)

1. Jesús, al ver la multitud tantas curaciones y tantos milagros, “glorificaban al Dios de Israel” Lo maravilloso no es que hable un mudo, sino lo que revela este hecho: Tú eres el Mesías, aquél a quien el pueblo de Israel llevaba siglos esperando.

Tú eres Dios, pero a la vez eres un hombre como yo.

Y te vuelcas con nosotros: “Siento profunda compasión por la muchedumbre”.

Jesús, yo te importo.

No te da igual si hago las cosas de una manera o de otra.

Que Tú también me importes.

Que no me dé igual tratarte de cualquier modo.

“¿Cuántos panes tenéis?”

Hoy me haces a mí la misma pregunta.

Pero, ¿qué más te da, Señor?

¿Qué importa lo que tenga, lo que te pueda dar?

Al fin y al cabo, no será mucho y, por supuesto, será insuficiente para alimentar a todos.

Y comieron todos y quedaron satisfechos”.

Jesús, si con mis siete panes -mis pocas virtudes, mi torpe inteligencia, mi débil voluntad- Tú quieres ayudar a los demás, tómalos.

Es lo que tengo: tuyos son.

2. “Cuando tu egoísmo te aparta del común afán por el bienestar sano y santo de los hombres, cuando te haces calculador y no te conmueves ante las miserias materiales o morales de tus prójimos, me obligas a echarte en cara algo muy fuerte, para que reacciones: si no sientes la bendita fraternidad con tus hermanos los hombres, y vives al margen de la gran familia cristiana, eres un pobre inclusero” Surco. 16

Inclusero significa expósito, alguien a quien sus padres abandonan al nacer y carece, por tanto, de familia.

Si no te conmueves ante las miserias materiales o morales de tus prójimos, no digas que eres cristiano: vives como un inclusero, al margen de la gran familia cristiana.

Jesús, Tú curas a los enfermos y das de comer a la muchedumbre hambrienta: sientes profunda compasión por las necesidades de los hombres.

¿Y yo?

¿Qué hago para ayudar a los que tienen necesidad?

¿Cómo voy a llamar Padre a Dios si no trato como hermanos a los demás?

“¿Qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la Iglesia? Ciertamente, la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquel un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente y merecerás recibir de Cristo, ya que Él ha dicho: «Dad y se os dará». No comprendo cómo te atreves a esperar recibir si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades». (San Cesareo de Arles).

Jesús, en mis circunstancias concretas, ¿cómo puedo ayudar a los que más tienen necesidad?

A lo mejor puedo aportar dinero a alguna asociación caritativa o colaborar con mi trabajo, aunque sea de vez en cuando.

A lo mejor puedo ir a visitar a un pariente enfermo, o a alguna persona que está sola.

Ayúdame Jesús a tener un corazón grande como el tuyo, capaz de compadecerme de las necesidades materiales o morales de los demás.

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