Mateo 5, 1-12
Autor: Pablo Cardona
«Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Ale graos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas que os precedieron.» (Mateo 5, 1-12)
1º. «Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos» (CEC- 1717).
Jesús, llamas bienaventurado -dichoso, feliz- al pobre de espíritu y al que llora.
La alegría no está en la posesión de riquezas o en la ausencia de dolor, sino en el amor con el que se vive.
El pobre de espíritu es el que está desprendido de lo que tiene, sea mucho o poco y, al no estar atado por el afán de las cosas materiales, tiene libertad para amar a los demás.
El que sufre con paciencia, agranda su capacidad de sacrificio, de entrega, y crece de esta manera también su capacidad de amar.
«Bienaventurados los mansos, los misericordiosos y los pacíficos.»
Estos saben pasar por alto los defectos de los demás, saben comprender sus flaquezas.
Sólo el que es capaz de comprender, de compadecerse, podrá luego amar de verdad.
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, los que padecen persecución por la justicia.»
Si amo de verdad, no me conformaré con comprender a los demás, sino que intentaré que mejoren, que sean más felices.
No es el cristianismo un espíritu pasivo; pacífico sí, pero no pasivo.
Es, más bien, un espíritu inconformista: inconformista con la injusticia, con la insolidaridad, con la mentira, y con el egoísmo materialista.
2º. «Ante las acusaciones que consideramos injustas, examinemos nuestra conducta, delante de Dios, «cum gaudio et pace» -con alegre serenidad, y rectifiquemos, aunque se trate de cosas inocentes, si la caridad nos lo aconseja.
-Luchemos por ser santos, cada día más: y, luego, «que digan», siempre que a esos dichos se les pueda aplicar aquella bienaventuranza: (…) bienaventurados seréis cuando os calumnien por mi causa» (Forja.- 795).
Jesús, si alguien critica mi comportamiento, mi trabajo o mi apostolado, lo primero que debo hacer es considerar mis errores, y cambiar lo que esté mal.
Porque lo que importa es que vaya mejorando como persona y como cristiano que, en mi caso, coinciden en un solo objetivo: luchar por ser santo.
Pero si las críticas no son por mis errores, sino por tu causa, entonces: ¡adelante! Porque esa contradicción será fuente de felicidad.
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.»
Jesús, para descubrirte en los demás y en la Eucaristía, es necesario que en mi corazón no se meta el egoísmo de la impureza, de la avaricia o de la vanidad.
Estos tres egoísmos manchan el corazón y lo incapacitan para amarte de verdad, porque provocan una dependencia casi enfermiza con lo que produce placer personal, y atrofian la capacidad de servir; de darse a los demás: de amar.