Mateo 12, 46-50
Festividad: 21 de noviembre
Autor: Pablo Cardona
«Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces: Mira que tu madre y tus hermanos están fuera intentando hablarte. Pero él respondió al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Pues todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.» (Mateo 12, 46-50)
1º. Jesús, tu madre la Virgen y tus parientes -«hermanos» en arameo es un término amplio que sirve para designar a los parientes en general- quieren hablar contigo.
Y parece que no les hagas caso.
¿Cómo se compagina este comportamiento con lo que enseñas en el cuarto mandamiento: «amarás a tu padre y a tu madre?»
Aprovechas esta situación para explicarme otra verdad importante: «todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos» se une a Mí con unos lazos que son más fuertes aún que los de la sangre.
Son los lazos de la gracia, que me proporcionan un parentesco sobrenatural: el de ser hijo de Dios y hermano tuyo, Jesús.
«Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: «El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre» (CEC-2233)
Jesús, Tú amas a tu madre como el mejor de los hijos, pero aún la amas más porque es la «llena de gracia» (Lucas 1,28).
Por eso, en el fondo, lo que estás haciendo es elogiar a María.
Ella es la criatura más querida por Dios no sólo por ser tu madre, sino porque ha sabido hacer en cada momento «la voluntad de mi Padre que está en los Cielos,» empezando por aceptar generosamente la vocación que le encomendaste, haciéndose «la esclava del Señor»
2º. «La Virgen Santa María, Maestra de entrega sin limites. -¿Te acuerdas?: con alabanza dirigida a Ella, afirma Jesucristo: «¡el que cumple la Voluntad de mi Padre, ése -ésa- es mi madre!…».
Pídele a esta Madre buena que en tu alma cobre fuerza -fuerza de amor y de liberación- su respuesta de generosidad ejemplar: «ecce ancilla Dominí!» -he aquí la esclava del Señor (Surco.-33).
Jesús, Tú eres el mejor ejemplo de obediencia a la voluntad de Dios.
En el huerto de los olivos, ante el sufrimiento que se te avecinaba, vuelves a decir que sí a ese plan divino: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»(Lucas 22,42).
Ayúdame a ser generoso, a no buscarme a mí mismo.
Que la intención de todo lo que haga durante el día sea cumplir tu voluntad, darte alegrías, servirte a Ti, y -por Ti- servir a los demás.
Jesús, la persona que ha sabido imitarte mejor es la Virgen María.
Sin buscar el espectáculo, en las tareas normales de una madre de familia, en las alegrías y dificultades de la vida diaria, María ha sabido hacerse «la esclava del Señor», ha buscado siempre y en todo hacer tu voluntad: «hágase en mí según tu palabra»
Si entre dos personas, la unión de voluntades -el amor- une más que la unión de la sangre, cuánto más cuando la relación es entre una persona y Dios: entre Tú y yo.
Por eso, aunque por el Bautismo soy hijo de Dios, sólo estaré unido verdaderamente a Ti si me esfuerzo por hacer tu voluntad.
Madre, tú que has sabido corresponder con generosidad ejemplar a lo que te pedía Dios en cada momento, ayúdame a poner siempre por delante la voluntad de Dios.
No dejes que mi pereza, mi comodidad, mi orgullo, mi sensualidad, mi vanidad y los demás defectos que me tientan continuamente, puedan conmigo y me esclavicen.
Que me dé cuenta de que la mejor manera de ejercer mi libertad -que es un don de Dios- es obedecer la voluntad divina, no dejarme esclavizar por mis pasiones o defectos.
Y sobre todo, que me dé cuenta de que sólo haciendo su voluntad podré estar unido a El y amarle.
Hoy es fiesta de nuestra Madre del Cielo, celebrémosla como se merece. Recordemos lo que decía San Rafael Guizar y Valencia : ¡Oh Virgen Santa Madre de Dios sois la esperanza del pecador!