Juan 8, 21-30
Autor: Pablo Cardona
«Jesús les dijo de nuevo: Yo me voy y me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado; a donde yo voy vosotros no podéis venir Los judíos decían: ¿Es que se va a matar y por eso dice: A donde yo voy vosotros no podéis venir? Y les decía: Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo. Os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados. Entonces le decían: ¿Tú quién eres? Jesús les respondió: Ante todo, lo que os estoy diciendo. Tengo muchas cosas que hablar y juzgar de vosotros, pero el que me ha enviado es veraz, y yo, lo que he oído, eso hablo al mundo. Ellos no entendieron que les hablaba del Padre. Díjoles, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mi mismo, sino que como el Padre me enseñó así hablo. Y el que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo porque yo hago siempre lo que le agrada. Al decir estas cosas, muchos creyeron en él» (Juan 8, 21-30)
1º. «Si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados».
Jesús, para seguir tu camino, necesito creer que realmente eres Dios.
Tu camino es esforzado, cuesta arriba; pero sé que, cuando lo sigo, encuentro la felicidad que busco, porque vivir cristianamente es la mejor forma de vivir: la manera recomendada por el «fabricante», por Ti, que eres mi Dios y mi Creador
«¿Tú quién eres? Cuando hayáis levantado al H4o del Hombre, entonces conoceréis que yo soy.»
Levantado o colgado significaba crucificado.
Jesús, les estás diciendo que sólo en la Cruz pueden entender quién eres.
Y es que tu vida no se entiende sin tu misión redentora que culmina en la Cruz: has venido para «dar tu vida en redención por muchos» (Mateo 20,28).
«Entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que como el Padre me enseñó así hablo».
Jesús, tu obediencia a la voluntad del Padre -obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz-, es una prueba de que Tú eres su enviado.
No estás buscando tu lucimiento personal, ni una recompensa terrena. «Yo no soy de este mundo. He bajado del Cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de Aquél que me ha enviado»(Juan 6,38).
2º. «La aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz. -Entonces se ve que el yugo de Cristo es suave y que su carga no es pesada» (Camino.-758).
Jesús, seguirte a Ti no es un camino fácil: no coincide siempre con lo que me apetece hacer, ni siquiera con lo que humanamente parece que sea lo mejor A veces cuesta aceptar rendidamente tu voluntad.
A Ti te costó sangre decir: «no se haga mi voluntad sino la tuya» (Lucas 22,42)
Pero también es cierto -lo sé por experiencia- que la aceptación rendida de la Voluntad de Dios trae necesariamente el gozo y la paz: la felicidad en la Cruz.
Aún más, la capacidad de sacrificio es la medida de la capacidad del amor y de la felicidad.
«Quien le amare mucho verá que puede padecer mucho por Él; el que le amare poco, poco. Tengo yo para mí que la medida de poder llevar gran cruz o pequeña es la del amor» (Santa Teresa).
«El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo porque yo hago siempre lo que le agrada.»
Esta es la razón profunda de la alegría cristiana: Dios no me deja solo, porque yo estoy buscando hacer su voluntad, porque me intento comportar en todo momento como un hijo fiel.
Dios es mi Padre, y está siempre pendiente de mí.
«Al decir estas cosas, muchos creyeron en él»
Jesús, aumenta mi fe.
Que me fíe más de Ti que de mí; que busque hacer tu voluntad más que la mía.
Aunque me cueste, aunque tenga que llevar mi propia cruz.
Que no quiera huir de ese yugo y de esa carga, pues «el yugo de Cristo es suave y su carga no es pesada».