Lucas 10, 21-24
Autor: Pablo Cardona
“En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Si Padre, pues así fue tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.
Y volviéndose hacia los discípulos les dijo aparte: Bienaventurados los ojos que ven lo que veis. Pues os aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron.” (Lucas 10, 21-24)
1. Jesús, hoy me das una pista para conocerte mejor y para quererte más: hay que hacerse pequeño para entender tus cosas; hay que hacerse niño.
Lo has dicho más veces: “si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos” Mateo 18, 3.
¿Por qué?
¿Qué tienen los niños que no tenga yo?
Veo que tienen dos características muy propias de la infancia: fe inconmovible en sus padres, y perseverancia en la petición.
Para el niño pequeño, sus padres lo son todo: todo lo saben, todo lo pueden, todo lo arreglan.
Si hay algún problema, no hay más que decírselo a papá o a mamá.
Si se desea alguna cosa, hay que pedírsela a papá o a mamá.
Y cómo piden los niños: una y otra vez, sin cansarse, sin analizar las dificultades que supone conseguir lo que quieren.
“Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor; el gusto en la oración…, y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir. ¿Qué puede Él, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos?”: San Agustín.
2. “Hacerse niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia, reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños”. Es Cristo que pasa. 143.
Jesús, en la vida sobrenatural yo soy como un niño pequeño.
No puedo nada, no valgo nada, no soy nada.
Pero mi Padre es Dios.
Y Él lo es todo, lo vale todo y lo puede todo.
Yo sólo no puedo nada: “sin Mí no podéis hacer nada”, Juan 15,5, me has advertido.
Necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios.
Ayúdame a darme cuenta de que te necesito.
A veces pienso que yo ya puedo solo, que es cuestión de esforzarme más.
Pero en la vida cristiana hay siempre dos elementos: la gracia de Dios y mi correspondencia.
Para corresponder mejor, debo esforzarme más.
Pero si no busco tu ayuda, tu gracia, si no voy con fe a los sacramentos a pedírtela, no podré.
Jesús, enséñame a confiar en mi Padre Dios como Tú lo hiciste.
Tú no buscabas a tu Padre interesadamente: para que te sacara de los apuros, para vivir una vida más cómoda o sin sufrimiento.
“Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra.”
Tú buscabas, sobre todo, darle gloria y hacer su voluntad.
¿Cómo te alabo yo?
¿Cómo te adoro, te pido perdón y te doy gracias?
¿Cómo estoy cumpliendo tu voluntad en mi trabajo, en mi vida ordinaria?
Cuando me comporte así, podré pedirte ayuda, con la sencillez, con la seguridad y con la perseverancia de un niño.
Jesús, me pides que me haga pequeño en mi vida espiritual.
Y ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños.
Ayúdame a tener esa fe rendida en Ti: que te pida todo lo que me preocupa, todo lo que me gustaría que ocurriera, pero sabiendo que Tú sabes más.
Si no me concedes algo es porque no me conviene, aunque a mí me parezca algo necesario.
Tú eres mi Padre, me quieres y me cuidas.
En Ti me abandono, en Ti pongo mi esperanza.