Mateo 28, 8-15
Autor: Pablo Cardona
«Ellas partieron al instante del sepulcro con temor y gran alegría, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. De pronto Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id y anunciad a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.
Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos con los ancianos, después de haberlo acordado, dieron una buena suma de dinero a los soldados con el encargo de decir: Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos. Si esto llegara a oídos del procurador nosotros le calmaremos y cuidaremos de vuestra seguridad. Ellos tomaron el dinero v actuaron según las instrucciones recibidas. Así se divulgó este rumor entre los judíos hasta el día de hoy» (Mateo 28, 8-15)
1. Jesús, qué contraste en las dos respuestas que ofrece el Evangelio de hoy ante tu resurrección.
Por un lado, María Magdalena y María de Cleofás «se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron.»
Por otro, los príncipes de los sacerdotes «dieron una buena suma de dinero a los soldados con el encargo de decir: Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron.»
Se cumple al pie de la letra lo que habías dicho: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite». (Lucas 16, 31).
Has resucitado, Jesús, pero esto no es suficiente para creer. Hace falta una disposición interior, una rectitud de vida, una apertura a lo sobrenatural.
En el fondo, hace falta humildad.
A veces quiero entenderlo todo con mi cabeza pequeña, y no me doy cuenta de que Tú, Señor, no cabes en mi inteligencia humana.
La soberbia me empuja entonces a negar lo que no entiendo, o a rebajar la exigencia de tu doctrina para hacerla más «racional».
Jesús, me doy cuenta de que «el motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos» (Catecismo, 156.).
Esto no significa que la fe sea irracional; significa, sólo, que nuestra razón es muy limitada.
2º. «Jesús ha muerto. Es un cadáver. Aquellas mujeres santas no esperaban nada. Habían visto cómo le habían maltratado y cómo le habían crucificado: ¡qué presente tenían la violencia de aquella Pasión sufrida!
Sabían también que los soldados vigilaban el lugar sabían que el sepulcro estaba completamente cerrado: ¿quién nos quitará la piedra de la entrada?, se preguntaban, porque era una losa enorme. Sin embargo…, a pesar de todo, ellas acuden a estar con Él.
Mira, las dificultades -grandes y pequeñas- se ven enseguida…, pero si hay amor no se repara en esos obstáculos, y se procede con audacia, con decisión, con valentía: ¿no has de confesar que sientes vergüenza al contemplar el empuje, la intrepidez y la valentía de estas mujeres? (Forja, 676.)
Jesús, a veces he de volver a Ti, pero se me hace imposible.
Casi no te siento: estás lejos, como muerto, aunque sé muy bien que soy yo, por mi culpa, el que está alejado y muerto.
Además, hay «soldados» que no me dejan llegar hasta Ti: ese ambiente frívolo que me rodea -porque dejo que me rodee-; esas películas o libros que no me convienen; esos amigos que no Te conocen -y así viven, y me arrastran-; etc.
Y luego, esa piedra con la que tropiezo continuamente -mi carácter, mis pasiones-, y que empieza a parecerme tan pesada.
¿Quién me quitará esa losa?
Como las santas mujeres, no quiero quedarme parado en el camino pensando que no puedo.
He de enfrentarme a esos obstáculos con audacia, con decisión, con valentía.
Y entonces, como a ellas, me saldrás al encuentro, y podré acercarme a Ti con libertad, y abrazarte, y recibirte en la Comunión, y adorarte.