Lucas 7,1-10
Autor: Pablo Cardona
«Cuando terminó de decir todas estas palabras al pueblo que le escuchaba, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un criado enfermo y moribundo a quien estimaba mucho. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos, cuando llegaron junto a Jesús, le rogaban encarecidamente diciendo: «Merece que hagas esto, pues aprecia a nuestro pueblo y él mismo nos ha construido una sinagoga». Jesús, pues, se puso en camino con ellos. Y no estaba ya lejos de la casa cuando el centurión le envió unos amigos para decirle: «Señor no te tomes esa molestia, porque no soy digno de que entres en mi casa, por eso ni siquiera yo mismo me he considerado digno de venir a ti; pero di una palabra y mi criado quedará sano. Pues también yo soy un hombre sometido a disciplina y tengo soldados bajo mis órdenes: digo a éste: ve, y va; y al otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado de él, y volviéndose a la multitud que le seguía, dijo: «Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe». Y cuando volvieron a casa, los enviados encontraron sano al siervo. (Lucas 7,1-10)
1º. Jesús, te diriges a la casa del centurión por la insistencia de unos ancianos judíos que te piden ese favor.
El centurión es una buena persona, respetuoso con el pueblo judío, a pesar de ser oficial de un ejército extranjero.
Además, no pide para sí, sino para su criado a «quien estimaba mucho.»
Jesús, de la misma manera que el centurión buscó la intercesión de personas que estaban más cerca de Ti, quieres que yo también busque la intercesión de los santos.
Los santos -especialmente la Virgen María, tu madre- al estar muy cerca de Ti, me pueden ayudar a presentarte mis necesidades o las de los que conviven conmigo.
«Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad… no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra… Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad». (C. I. C.- 956).
Sin embargo, Jesús, lo que realmente te remueve y provoca el milagro es la gran fe del centurión: «os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.»
Fe que, por ser auténtica, está basada en la humildad: «no soy digno de que entres en mi casa».
Sin la virtud humana de la humildad, es difícil que me concedas la virtud sobrenatural de la fe.
2º. «Pásmate ante la bondad de Dios, porque Cristo quiere vivir en ti…, también cuando percibes todo el peso de la pobre miseria, de esta pobre carne, de esta vileza, de este pobre barro.
-Sí, también entonces, ten presente esa llamada de Dios: Jesucristo, que es Dios, que es Hombre, me entiende y me atiende porque es mi Hermano y mi Amigo». (Forja.-182).
Jesús, te quiero poco: no sé corresponder a tu Amor.
Soy de carne y «de orgullo»: a la que me descuido, sólo me importan mis planes, mis gustos, mis apetencias.
Me olvido de Ti, de lo que me pides, y voy a la mía.
Y luego, me arrepiento y siento el peso de la pobre miseria, de esta pobre carne, de esta vileza, de este pobre barro.
En esos momentos de íntima conversión, me dirijo a Ti como el centurión: «no soy digno de que entres en mi casa».
No merezco recibirte en la Comunión; me veo manchado: mi alma no está en condiciones de recibir al Autor de la gracia.
Pero sé que si me arrepiento con humildad y recibo el sacramento de la confesión, Tú me entiendes y me atiendes -me perdonas- porque, además de Dios, eres mi Hermano y mi Amigo.
Jesús, una vez limpio te puedo recibir en la Comunión, y entonces Tú me llenas con tu gracia y con tu fortaleza y con tu amor.
Pásmate ante la bondad de Dios, porque Cristo quiere vivir en ti…
Jesús, quieres vivir en mí.
Que no te cierre las puertas, que busque la intercesión de la Virgen y de los santos, que trate de hacer buenas obras y que imite al centurión en su fe y humildad.