Lunes. 2 Semana del Tiempo Ordinario

Marcos 2,18-22

Autor: Pablo Cardona

«Los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando; y vinieron a decirle: ¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan y, en cambio, tus discípulos no ayunan? Jesús les respondió: ¿Acaso pueden ayunar los convidados a la boda, mientras el esposo está con ellos? Durante el tiempo en que tienen al esposo con ellos no pueden ayunar. Días vendrán en que el esposo les será arrebatado; entonces, en aquellos días, ayunarán. Nadie pone una pieza de paño a un vestido viejo; pues de otro modo la pieza tira de él, lo nuevo de lo viejo, y se produce un desgarrón peor. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; pites de lo contrario, el vino rompe los odres, y, se pierden el vino y los odies; por eso, el vino nuevo se echa en odies nuevos.» (Marcos 2,18-22)

1º. Jesús, en el Antiguo Testamento la penitencia ocupaba un lugar central como un modo de preparación para la venida del Mesías.

«Haced penitencia porque está al llegar el Reino de los Cielos» (Mateo 3,2).

El ayuno se había convenido en una práctica habitual de hacer penitencia, tanto para los fariseos como para los discípulos de Juan, y por eso te preguntan: « ¿Cómo es que tus discípulos no ayunan?»

«El vino nuevo se echa en odres nuevos.»

Jesús, contigo empieza una nueva etapa: la etapa de los hijos de Dios, de hacer las cosas con libertad, por amor, no como siervos.

Lo importante en esta nueva etapa no es la penitencia, sino estar en gracia de Dios, estar con el «esposo.»

No es como poner un remiendo nuevo en el traje antiguo.

No.

Todo es nuevo.

Es la vida sobrenatural -la gracia santificante- la vida de hijos de Dios que nos has ganado en la Cruz y que recibimos a través de los sacramentos.

Pero no le quitas a la penitencia y al ayuno la importancia que tienen: «en aquellos días, ayunarán.»

Tú mismo nos has dado ejemplo de ayuno durante cuarenta días con cuarenta noches (Mateo 4, 2).

El ayuno, la mortificación, la penitencia, no son el centro de la vida cristiana, pero si son un medio necesario para poder amarte más.

«La finalidad última de la penitencia consiste; en lograr que amemos intensamente a Dios y nos consagremos a El» (Pablo VI).

 

2º. «Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios… -Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego… no te faltarán las limpias luces del Amor Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡Él!» (Camino.-212).

Jesús, a veces no te veo bien: no te tengo en cuenta en mis decisiones en el trabajo, en casa o con mis amigos.

Tengo una mirada turbia, que no me deja ver nada más que mis propios intereses.

Purifícate.

Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia.

Necesito la humildad para reconocer mis fallos y la penitencia para purificar esos errores.

Luego… no te faltarán las limpias luces del Amor.

La mortificación no consiste en hacer cosas espectaculares.

Se trata, más bien, de enreciar mi voluntad por amor a Ti, de modo que tenga la libertad de hacer lo que quiera -lo que quieras Tú- y no lo que me dicten mis pasiones.

Para ello, basta con pequeños sacrificios: puntualidad y concentración en el estudio, comer un poco menos de lo que me gusta más o un poco más de lo que me gusta menos, no buscar siempre lo más cómodo, etc.

Jesús, la mortificación no es lo más importante, pero si no me esfuerzo en este punto, no podré amarte de verdad.

Ayúdame a ser sacrificado, recio; ayúdame a tener una voluntad firme.

Que no me olvide de que para verte tal como eres he de tener la mirada clara, y que para ello necesito el espíritu de purificación y de penitencia.

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