Juan 3, 1-8
Autor: Pablo Cardona
«Había entre los fariseos un hombre, llamado Nicodemo, judío influyente. Este vino a él de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie puede hacer los prodigios que tú haces si Dios no está con él. En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le respondió: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer? Jesús contestó: En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. LO nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas de que te haya dicha que os es preciso nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.» (Juan 3, 1-8)
1º. Jesús, Nicodemo viene a verte de noche, a escondidas.
Se da cuenta de que eres el enviado de Dios, pero aún no tiene la valentía de dar la cara por Ti.
Sin embargo, cuando todos te abandonan en la cruz, él y José de Arimatea se muestran públicamente como discípulos tuyos y entierran con cariño tu cuerpo muerto.
Jesús, yo también soy cobarde a veces, y no me atrevo a dar la cara cuando estoy en determinados ambientes: con mis amigos, con mi familia, en el trabajo.
Ayúdame a entender que si me muevo en un ambiente materialista y ateo en la práctica, lo natural será chocar de vez en cuando con algunos planteamientos, decisiones, conversaciones o planes.
Es más cómodo no decir nada, pasar inadvertido, y ser cristiano «a escondidas».
Es más cómodo, pero eso no es ser cristiano.
El cristiano ha nacido de nuevo «del agua y del Espíritu» que recibe en el Bautismo, y los bautizados, «por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia y de participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios» (Catecismo, 1270.)
Jesús, que me dé cuenta de que no se puede ser cristiano a ratos, y que tenga la valentía de ser coherente con mi fe en todo momento.
2º. «Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre. “Los que son llevados por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios”.
»Si nos dejamos guiar por ese principio de vida presente en nosotros; que es el Espíritu Santo, nuestra vitalidad espiritual irá creciendo y nos abandonaremos en las manos de nuestro Padre Dios, con la misma espontaneidad y confianza con que un niño se arroja en los brazos de su padre. “Si no os hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos”, ha dicho el Señor viejo camino interior de infancia, siempre actual, que no es blandenguería, ni falta de sazón humana: es madurez sobrenatural, que nos hace profundizar en las maravillas del amor divino, reconocer nuestra pequeñez e identificar plenamente nuestra voluntad con la de Dios» (Es Cristo que pasa, 135).
Jesús, te has ido pero no me has dejado solo.
Te tengo en la Eucaristía con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; además has enviado al Espíritu Santo, Dios, que está en mi alma en gracia.
Tal debe ser la eficacia del Espíritu Santo, que me aseguras que salgo ganando más con Él que con tu misma presencia física: «Os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy os lo enviaré». (Juan 16,7).
Lo que me pides ahora es que sea dócil al Espíritu Santo.
Así cada vez me pareceré más a Tí y, por tanto, seré mejor hijo de Dios.
Ayúdame, Jesús, a tener la docilidad de un niño pequeño, que sólo busca hacer la voluntad de su padre, darle alegrías, y pedirle lo que necesita con la confianza de que su padre también le quiere y desea lo mejor para él.
Ayúdame también a «nacer de nuevo» una y otra vez, si me hace falta, acudiendo al sacramento de la confesión.