Mateo 11, 11-15
Autor: Pablo Cardona
«En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista. Pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan. Porque todos los Profetas y la Ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis comprenderlo, él es Elías, el que ha de venir El que tenga oídos, que oiga». (Mateo 11, 11-15)
1º. Juan el Bautista es Elías, el Profeta que había de venir, según estaba escrito, para prepararte el camino.
Con él se acaba el Antiguo Testamento. Juan es el más grande de esta etapa, el más fiel a Dios, el más unido a Ti.
«No ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista.»
Pero empieza una nueva era, la del Reino de los Cielos, que Juan anuncia como próxima.
Es la era de la Gracia: el Nuevo Testamento, sellado con tu propia sangre, Jesús.
¿Cómo nos unirá a Ti la Gracia que recibimos en los sacramentos, para que puedas decir: «pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que Juan?»
Ni siquiera Juan el Bautista con todas sus virtudes, con todo su sacrificio, con todas las profecías que hizo, se puede comparar al último de los cristianos en estado de gracia: porque, con el Bautismo, somos hechos hijos de Dios.
«La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como «hijo adoptivo» puede ahora llamar «Padre» a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que le infunde la caridad y que forma la Iglesia» (C. I. C.-1997).
Jesús, a veces no me doy cuenta de lo importante que es estar en gracia, sin pecado mortal.
No me doy cuenta de que entonces te tengo dentro de mí, junto con el Padre y el Espíritu Santo: Dios dentro de mí, dentro de mi casa.
Por eso no doy tampoco importancia al pecado, que me da la «libertad» de echarte de mi alma, como a un intruso.
Jesús, que no te expulse de mi alma nunca, nunca.
Y para conseguirlo, me he de acostumbrar a poner la lucha lejos de las caídas graves, en cosas pequeñas: en el cumplimiento fiel del plan de vida, en hacer pequeñas mortificaciones, en estudiar o trabajar las horas previstas, en tener detalles de servicio con los demás.
2º. «Algunos se comportan, a lo largo de su vida, como si el Señor hubiera hablado de entregamiento y de conducta recta sólo a los que no les costase -¡no existen!-, o a quienes no necesitaran luchar
Se olvidan de que, para todos, Jesús ha dicho: el Reino de los Cielos se arrebata con violencia, con la pelea santa de cada instante» (Surco.-130).
El Reino de los Cielos, que es vivir con Dios, se alcanza con lucha: «los esforzados lo conquistan».
Vivir contigo, Jesús, cumpliendo tu voluntad, sirviéndote y amándote, no es una fantasía sentimental -sentimentaloide- en la que nada cuesta y todo va rodado.
¡Hay que luchar!
Tú mismo me has dicho: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16,24).
He de luchar contra mí mismo: contra mi propia voluntad, si es contraria a la tuya; contra comodidades y gustos personales.
Jesús, a veces me desanimo porque me cuesta seguirte.
Y entonces pienso: «esto no es para mí»; «yo es que soy así; en cambio, a ése otro si que le va: lo hace todo bien».
¿Es que no le cuesta a «ése otro»?
Lo que ocurre es que soy un comodón, y no quiero luchar lo que debería.
Espabílame, Jesús.
No dejes que caiga en la tibieza -la lucha a medias- porque la tibieza atonta, y si no la combato, cada vez me costará más luchar.
«El que tenga oídos, que oiga.»
No me sugieres: «si te resulta fácil…»; sino que me das tu gracia, me tocas por dentro y me dices: «tú que tienes formación, sígueme más de cerca».
Jesús, aunque me cueste, quiero seguirte.
Si te sigo de verdad, me enamoraré más y más de Ti, y me costará menos luchar.
Pero siempre tendré que luchar, porque sólo «los esforzados te conquistan.»
Nos esforzamos por las cosas del mundo: estar en forma y dejamos mucho para lograrlo, no para lo que es de Dios. Que nos proporciona lo que vale la pena.