Juan 8, 51-59
Autor: Pablo Cardona
«En verdad, en verdad os digo: Si alguno guarda mi palabra jamás verá la muerte. Los judíos le dijeron: Ahora conocemos que estás endemoniado. Abrahán murió y también los profetas, y tú dices: Si alguno guarda mi palabra, jamás gustará la muerte. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes tú? Jesús respondió: Si yo me glorifico a mi mismo, mi gloria nada vale. Mi Padre es el que me glorifica, el que decís que es vuestro Dios, y no lo conocéis; yo, sin embargo, lo conozco. Y si dijera que no lo conozco sería mentiroso como vosotros, pero lo conozco y guardo su palabra. Abrahán vuestro padre se regocijó por ver mi día; lo vio y se alegró. Los judíos le dijeron: ¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abrahán? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán naciese, yo soy Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se escondió y salió del Templo.» (Juan 8, 51-59)
1º.: Jesús, a veces pienso que si te viera en persona, si hubiera vivido en aquellos tiempos, yo sí hubiera creído que Tú eres Dios, no como estos judíos que te tienen tan cerca y a lo máximo que llegan es a decir: «Ahora conocemos que estás endemoniado.»
Sin embargo, debo admitir que yo también me resistiría a creer que alguna de las personas que me rodean y que conozco bien, fuese Dios.
Es tan difícil creer esto, que ni los mismos apóstoles se acaban de enterar hasta después de la Resurrección, incluso con los milagros que habían visto.
Es mucho más fácil creer en la Eucaristía, a pesar de que allí se esconde no sólo tu divinidad, sino también tu humanidad.
Jesús, creo firmemente que estás en la Eucaristía y que, desde esa cárcel de amor, me ves y me oyes, y me llamas, y me animas, y me quieres.
¿Qué más pruebas necesito de tu amor?
La Eucaristía sólo se entiende por el amor que me tienes.
«¿Por quién te tienes tú?»
Cuántas veces se lo has repetido ya, Jesús.
No quieren saberlo.
No están buscando la verdad.
Sólo quieren tener una excusa para matarte; quieren cogerte en alguna palabra para poder luego acusarte.
A veces también me encuentro con esta gente: no quieren saber, sólo están buscando la manera de retorcer mis palabras para usarlas contra mí.
Que aprenda a tener esa paciencia, esa mansedumbre que Tú has tenido y tienes siempre con los que no te comprenden.
2º. «Da «toda» la gloria a Dios. -«Exprime» con tu voluntad, ayudado por la gracia, cada una de tus acciones, para que en ellas no quede nada que huela a humana soberbia, a complacencia de tu «yo»»(Camino.-784).
«Si yo me glorifico a mí mismo, mí gloria nada vale»
Cuántas veces, Jesús, estoy buscando el éxito personal, el lucimiento propio, quedar lo mejor posible ante los demás.
Y, en realidad, buscar la gloria en la tierra es uno de los grandes engaños que me puedo hacer en mi vida.
Entre otras cosas, porque esta vida pasa, y pasa muy rápido.
«Abrahán murió y también los profetas».
¿Qué importa lo que piensen unos y otros, cuando lo que perdura es lo que pienses Tú?
«Si alguno guarda mi palabra jamás verá la muerte.»
Lo que vale la pena es guardar tu palabra, es darte gloria a Ti: hacerlo todo para Ti y para tu gloria.
Para ello es una buena práctica el rectificar la intención cuando veo que estoy haciendo algo que huela a humana soberbia, a complacencia de mi «yo», y decir: Jesús, te ofrezco este estudio, este esfuerzo, este trabajo, etc. Quiero hacerlo por Ti, para Ti.
«Tampoco aquí se dice que sea ilícito el ser vistos de los hombres, sino el obrar para ser vistos de ellos. Es superfluo repetir siempre lo mismo, ya que la regla que debe observarse es una sola: temer y rehuir; no que los hombres conozcan nuestras buenas obras, sino el hacerlas con la intención de que nuestro galardón sea el aplauso humano» (San Agustín).
«Mi padre es el que me glorifica.»
Si yo sólo busco tu gloria, tu voluntad, entonces Tú me glorificarás: me darás la felicidad en la tierra y, después, eternamente en el cielo.