Marcos 4, 21-25
Autor: Pablo Cardona
«Y les decía: ¿Acaso se enciende la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo de la cama? ¿No se pone en el candelero? Pues no hay cosa escondida que no haya de saberse, ni hecho oculto que no haya de ser manifiesto. Si alguno tiene oídos para oír, que oiga.
Y les decía: Prestad atención a lo que oís. Con la medida con que midáis, se os medirá, y aún se os añadirá. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará.» (Marcos 4, 21-25)
1º. El celemín es un recipiente grande en el que caben unos ocho Iitros y que servía para medir legumbres.
Jesús, si tengo la luz de la fe, si me has encendido con la llama de la gracia, ¿voy a esconder esa luz debajo del celemín o de la cama para que no se vea, ni alumbre ni caliente?
¿No querrás más bien que la ponga en el candelero, en un lugar lo mejor preparado posible para que ilumine a mucha gente?
Jesús, el candelero del que me hablas, la lámpara donde debo colocar la luz de la gracia, es mi prestigio profesional.
Si doy ejemplo de responsabilidad, seriedad, justicia y buena preparación, adquiriré prestigio.
No quiero ese prestigio para mí, para subir yo; sino para subirte a Ti, para que ilumines desde más arriba.
No quiero enterrar esa llama, esos talentos que me has dado y que debo hacer fructificar.
Jesús, Tú conoces mis pensamientos, mis intenciones.
«No hay cosa escondida que no haya de saberse, ni hecho oculto, que no haya de ser manifiesto».
Quiero trabajar, estudiar, con rectitud de intención: con la intención de cumplir tu voluntad y, por tanto, de dar el máximo posible; pero no con el propósito de ascender por ascender, o de ser el mejor por vanidad.
He de hacer bien las cosas por Ti y por los demás: para darte gloria y para servir mejor a los que me rodean o dependen de mí.
«Los hombres y las mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo deforma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de los hermanos y con tribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia» (Vaticano II.- G. S.-34).
2º. «Pasas por una etapa crítica: un cierto temor vago; dificultad en adaptar el plan de vida; un trabajo agobiador, porque no te alcanzan las veinticuatro horas del día, para cumplir con todas tus obligaciones… ¿Has probado seguir el consejo del Apóstol: «hágase todo con decoro y con orden»?, es decir, en la presencia de Dios, con Él, por Él y sólo para Él» (Surco.-512).
Jesús, esto es un poco complicado. Por un lado, quieres que trabaje con perfección, mejor que el mejor; y por otro, que te dedique tiempo, que tenga un plan de vida; es decir, que viva una serie de normas de piedad: oración, rosario, Santa. Misa, etc.
¿De dónde saco yo el tiempo? Porque el día sólo tiene veinticuatro horas…
La respuesta es fácil: trabajar en la presencia de Dios, con Él, por El y sólo para El.
Si trabajo para darte gloria, para que alumbres con mi luz a los que me rodean, ¿cómo voy a olvidar los medios que me dan tu luz?
Lo primero es cuidar esa luz, esa vida interior de cristiano, esas normas de piedad, porque «al que tiene, se le dará»: al que tiene esa luz, Tú aún le darás más.
Pero «al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará:» al que no ha hecho nada por Ti, incluso lo poco que haya hecho no le valdrá de mucho.
Además, me doy cuenta de que cuando cuido mejor el plan de vida, el trato contigo, también trabajo más, pues me exijo más por amor a Ti.
Por eso, dejar el plan de vida para trabajar mejor es una contradicción, y a la vez una falta de responsabilidad.
Porque el que se busca a sí mismo en el trabajo es como una lámpara apagada que no da luz ni calor.
Y yo, por ser cristiano, estoy llamado a ser luz del mundo.