‘Duc in altum’: profundiza, no te quedes en la orilla

Vale la pena reflexionar, estudiar lo que nos pasa, no quedarnos en la superficie

La primera vez que salí a pescar en una barca me llamó la atención el tiempo que dedicamos a alejarnos de la orilla, a buscar, no recuerdo cuántas millas, de profundidad. Solo a esas alturas pasaban los bancos de peces y había posibilidad de que picaran. El adentrarse, el profundizar, el darle vueltas a las cosas, es necesario.

Recuerdo que contaron la visita de un personaje eclesiástico a una zona rural; después de los consabidos oficios, vino el agasajo. Se encargó a una buena y sencilla cocinera la preparación de las viandas. De primero, una buena sopa, y como vio que el personaje apenas se servía, la buena señora le dijo: “Ajonde, ajonde, Su Divina Majestad, que en el culo está lo bueno”. Hemos perdido la costumbre de ajondar.

La cultura del titular barato, de los videos de TikTok, de lo que hemos oído comentar a otros, del noticiero interesado, nos deja bastante ayunos de la verdad. Esto se multiplica enormemente en el campo moral y religioso, todos nos sentimos expertos. No hace mucho, una ministra se sintió en la obligación de dar clases de liturgia y de moral a los obispos españoles para que no discriminaran a nadie. Monseñor Argüello le ha explicado que «en la Iglesia católica no existe discriminación en este sentido, ya que la norma básica para recibir la comunión, que es estar en gracia de Dios, afecta igualmente a todos los católicos, con independencia de cualquier otra condición, incluida la orientación sexual».

Nos cuenta el Evangelio que: “Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca”. Pedro era un experto pescador, había pasado la noche intentando pescar sin éxito ninguno, pero obedece, rema mar adentro y no sale de su asombro por el resultado: “hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse”.

No me detengo en comentar la eficacia de la obediencia, que la tiene y mucha. Podemos interpretar este consejo del Señor como una invitación a ser profundos en nuestros planteamientos, a estudiar con seriedad las cosas, a tener espíritu crítico y buscar la verdad. Nos equivocamos con frecuencia, emprendemos caminos muy prometedores, pero nos encierran en tristes laberintos. La tan cacareada felicidad se escapa de nuestras manos. Hay mucha gente triste que se refugia en alegrías baratas para poder sobrevivir.

Decía Chesterton que “no es fácil analizar los errores cuando son enteramente erróneos”. Salir del profundo pozo del desacierto es difícil. Me comentaban de una persona que no se dejaba ayudar; el problema era que estaba muy segura de sus planteamientos, pensaba que estaba en la verdad, en la suya. Cuando se ideologiza la educación, como está pasando actualmente, no se busca el saber, el pensamiento, el esfuerzo. Tenemos un gran déficit de formación que transforma a los ciudadanos en rebaño, los despersonaliza, los esclaviza con falsas consignas de libertad.

Siguiendo con Chesterton, “lo que ahora se llama pensamiento libre se valora, no por ser pensamiento libre, sino porque significa escapar al pensamiento, porque es irreflexión libre”. Vale la pena reflexionar, estudiar lo que nos pasa, no quedarnos en la superficie. Por ejemplo, si pienso que como esposos nos hemos dejado de querer, lo fácil es romper; lo inteligente es estudiar qué ha fallado, qué camino se puede recorrer para recuperar el amor eterno que soñábamos. Acudir a quien me pueda ayudar.

En el caso de la educación de los hijos, de sacar adelante un hogar, de garantizarles un buen futuro, no podemos pensar que basta la buena voluntad. En la novela Dulce hogar de Dorothy Canfield, que recomiendo vivamente, se plantea el lugar de cada uno en la familia, la conciliación entre trabajo y atención a los hijos. El padre, Lester, piensa contratar una cuidadora y llega a la conclusión de que: “jamás podría uno contratar una inteligencia agudizada por el amor. Dicho de otro modo: uno no podría contratar un padre. Y los niños sin padres estaban huérfanos”. Un hijo se merece una atenta atención, debe percibir que es amado de un modo incondicional. Hay que conocerle muy bien para detectar sus potencialidades y lagunas.

En el caso de nuestra relación con Dios, de nuestra vida cristiana, no nos podemos quedar con meros sentimientos, en continuos aplazamientos. No nos engañemos, el primer factor que influye en nuestra calidad de vida es la relación con Dios. Diversos estudios han demostrado que las personas que practican su espiritualidad tienen una mejor calidad de vida. Aquellas que viven conectadas con su fe suelen recuperarse más rápido de enfermedades o pérdidas personales. La vida en Dios sí tiene sentido. El Duc in altum del Evangelio es una valiosa invitación a pensar, a meter cabeza en la marcha de nuestra vida.

Juan Luis Selma
almudi.org

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