En un breve mensaje, Su Santidad removió a los católicos, invitándonos a vivir con sobreiedad estas fiestas y a recordar su verdadero sentido
La preparación a la Navidad fue el tema central de la reflexión de Benedicto XVI antes de rezar el Angelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, el pasado 12 de diciembre.
«En la sociedad de consumo -dijo el Papa-, este período sufre por desgracia una «contaminación» comercial que corre el riesgo de alterar su espíritu auténtico caracterizado por el recogimiento, la sobriedad y una alegría que no es exterior, sino íntima» y agregó que era providencial que la «puerta de entrada en la Navidad» fuera «la fiesta de la Madre de Jesús, que puede guiarnos a conocer, amar, adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Dejemos, por tanto, que sea ella quien nos acompañe (…) con sinceridad de corazón y apertura de espíritu a reconocer en el Niño de Belén al Hijo de Dios, venido a la tierra para nuestra redención».
«En muchas familias -explicó-, inmediatamente después de la fiesta de la Inmaculada, se empieza a preparar el Belén, como si se quisiese revivir junto a María estos días plenos de trepidación que precedieron al nacimiento de Jesús. Hacer el Nacimiento en casa puede ser una forma sencilla pero eficaz de presentar la fe y transmitirla a los propios hijos. (…) El Belén nos puede ayudar a comprender el secreto de la verdadera Navidad, porque habla de la humildad y de la bondad misericordiosa de Cristo, que «siendo rico, se hizo pobre por nosotros».
Al final, el Santo Padre bendijo, siguiendo la tradición, las figuras del Niño Jesús que los niños de Roma llevan a la Plaza de San Pedro para colocarlas después en el Nacimiento. «Con este gesto -concluyó el Papa- invoco la ayuda del Señor para que todas las familias cristianas se preparen a celebrar con fe las próximas fiestas navideñas».
Su breve mensaje nos recuerda la importancia de una virtud que es pilar de la Navidad: la sobriedad. Nuestro Señor puso el ejemplo desde el momento mismo de venir al mundo: un pesebre, una gruta, el sitio más pobre de todo Belén, fue el lugar elegido por Dios para traer a Su Hijo al mundo.
El Rey de Reyes no nació entre sedas y riqueza. Su nacimiento es el símbolo de que el verdadero cristiano debe vivir siempre con decoro, con la pobreza de quien sabe de que en lo material no está la felicidad, con el desapego de quien está convencido de que el Reino de Dios es lo único perdurable.
Pidamos a Nuestra Señora que nos ayude a vivir siempre con la verdadera pobreza, esa que nos hace libres y que nos permite viajar ligeros de equipaje.