Padre perdónales

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«Y Jesús decía: Padre perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc). Es la primera palabra de Jesús en la cruz. Ahora es posible saber lo que ocurre en su interior. Habla al Padre. Toda su vida ha sido mostrar al Padre que ama, que cuida de los hijos, que escucha en lo secreto. A Él se dirige con el nombre de Abbá, uniéndose a su voluntad que quiere que tome este cáliz de amor y sacrificio. El Padre calla, pero no está lejano o indiferente, sino que padece una verdadera pasión impasible, como un dolor de amor, que decide -desde su paternidad- no utilizar el castigo justo sino el perdón y la misericordia para los que quieran arrepentirse.

Jesús pide al Padre que perdone a los hombres. El perdón es una forma de amor no exigible en justicia, que exige reparación, y castigo. Jesús es el Hijo, el Hijo del hombre que clama perdón porque perdona. Y pide al Padre su amor superior. Ante los ojos de Jesús desfilan todos los pecados de los hombres: asesinatos, violaciones, robos, falsedades, blasfemias que son ofensas al mismo Dios, además de ofensas al hombre. Cada pecado es golpear al mismo Dios, matarlo si fuese posible, ofender su amor. Cristo está perdonando cuando le clavan al madero y su pensamiento es pedir que el Padre también perdone.

Para pedir este perdón busca una excusa: «no saben lo que hacen». Algo saben, porque si no habrían pecado; pero no todo. No saben el horror profundo que significa un pecado. Hay una cierta inconsciencia en esos pecados. El pecado afrenta a Dios, tiene una cierta dimensión infinita y horrible, también los menores, no sólo los más terribles como son la rebeldía lúcida de odiar a Dios. Es la traición al amor que nada niega. Es el desprecio del hijo a un Padre que le ama de un modo pleno, perfecto, total.

Cristo no piensa en su dolor en esta primera palabra; piensa en el perdón, pide la paciencia divina, clama por la misericordia. Ama con plena lucidez perdonando al que ofende. Jesús está dispuesto a cumplir toda justicia y pagará por los que no pueden pagar.

Sólo quien ama puede captar la gravedad del desamor. Cristo encuentra la disculpa de que no saben lo que es un pecado. Sólo Dios puede juzgar el grado de inconsciencia que hay en el hombre. En Satanás la lucidez fue tan grande, y el desprecio de Dios tan libre, que fue imposible la redención. Para el hombre no es igual, un velo impide ver tanto el mal como el bien en toda su hondura.

Jesús no está cerrado en sí mismo concentrado en su propio dolor, sino que está viviendo aún en medio de la angustia de la muerte, y muerte de cruz, esa forma de amar que es el perdón. Se olvida de sí, para concentrarse en la petición de perdón que llenará el mundo en una lluvia de gracia.

 

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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