"Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que está cerca de Jerusalén, a la distancia de un camino permitido en sábado. Y cuando llegaron subieron al Cenáculo donde vivían Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo y Simón el Zelotes, y Judas el de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María la Madre de Jesús y sus hermanos"(Act).
Tiene sabor de victoria recordar los nombres de cada uno de los apóstoles: son hombres renovados por los sucesos de la vida de Jesús que han experimentado. Y hacen lo enseñado por Jesús: rezar, y estar unidos. Ahora son hermanos con una nueva fraternidad.
Y allí con ellos está María Santísima, la Mujer-Madre, la primera creyente, la que siempre dijo que sí, la que se ha asociado a los misterios de la vida de su divino Hijo. Ella es Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. Más que Ella sólo Dios. Y reza con sus hijos con la sencillez de la nueva vida. Y esperan porque Jesús les ha dicho que esperen, y lo hacen sin impaciencia, ya han aprendido que Dios eterno tiene sus tiempos. Y allí, en el Cenáculo, tendrá lugar la venida del Espíritu Santo. Y se renovará todo con una luz aún más intensa, porque en las cosas divinas siempre cabe una mayor intensidad pues Dios es infinito amor, infinita verdad, infinita belleza.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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