"Era ya alrededor de la hora sexta, y las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona. Se oscureció el sol"(Lc). Era plenilunio y era imposible un eclipse. Los curiosos que contemplaban lo que estaba sucediendo se retiran asustados ante aquella prematura noche. Los que insultan a Jesús también, llenos de temor, como si Jesús fuese a hacer algún prodigio, como tantas veces había hecho. Los soldados se cubren con sus mantos sin saber que decir, asustados, pero permanecen en sus puestos. La noche y la tiniebla inundan aquel mediodía.
Esas tinieblas dejan entrever la acción del señor de las tinieblas, que es el diablo. Satanás había tentado a Jesús en el desierto, pero fue vencido, y esperaba el momento propicio para actuar con todo su poder. Él estaba en el origen de los ataques de parte de aquellos que no creían en Jesús y acabaron odiándole. Su acción es intensa en la noche del jueves y el viernes por la mañana, en los diversos juicios en que se condena a Jesús.
Ahora es la hora del poder de las tinieblas, la hora de la suprema tentación. Va a intentar conseguir poner al Padre en estado de sospecha, de modo que Jesús experimente como un abandono del Padre, que se sienta solo y desolado. Además le hará ver la inutilidad de todos los padecimientos por los hombres ingratos que rechazarán el amor que se les brinda. Jesús va a tener que luchar como hombre contra estas tentaciones. Ahora se va a revelar un amor que permanece.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
pedidos a eunsa@cin.es