Tras la constatación de la obra acabada llega el final: la muerte. Pero también la muerte es una entrega; "Y Jesús dando un gran grito dijo: Padre en tus manos entrego mi espíritu"(Lc). La gran voz manifiesta que aún tiene muchas fuerzas físicas cuando la muerte por crucifixión era por agotamiento. Jesús muere por que quiere; entrega su vida cuando Él quiere. Pasa por el grado siguiente de anonadamiento: la muerte. Ha dado la misma vida. Y se yergue, estirando manos y pies en un esfuerzo supremo. Llena los pulmones de aire y vuelve a llamar al Padre y se abandona en sus manos. Ha dado su luz, su tiempo, sus energías, su afecto, su querer; pero le queda por dar la vida entera y experimentar la muerte. Esa muerte que entró por el pecado en el mundo, y azota a los hombres. Cristo la va a hacer suya en acto de humildad total y experimenta lo que es no tener vida, morir con muerte real. Tiene que vencer a ese enemigo de los hombres y va a vencer pasando por ella.
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Es una frase llena de sentido, que revela la lucidez y la libertad de la entrega en el sacrificio de Jesucristo. Es fácil suponer que la mirada de Jesús se dirige al cielo, al Padre, con el gozo doloroso de la labor acabada, de la misión cumplida hasta el final. Es lo que más le importa, satisfacer la Justicia y la Misericordia divinas. Excepto la primera palabra, que es "Padre",las demás palabras están sacadas del salmo 30, y reflejan la oración de Jesús en aquellos momentos:
"en tus manos encomiendo mi espíritu;
¡tú me has redimido, Dios de verdad!.
Aborrezco los que observan vanidades mentirosas.
Me regocijaré y me alegraré en tu misericordia
porque has visto mi aflicción
has conocido mi alma en las angustias"
Esta era la oración silenciosa de Jesús en aquellos últimos momentos: las ansias redentoras y misericordiosas del Padre y del Hijo unidos al Espíritu Santo.
Y el cuerpo se desploma, despojado ya del alma que lo sostenía con un aliento de vida. Es la ofrenda del sacrificio total, del holocausto. Lo ha dado todo para la salvación de los hombres. Y en la cruz sólo queda el cuerpo colgado de tres clavos y la cabeza caída. Cristo es ya un cadáver entre los hombres.
Muchos de los discípulos de Jerusalén están allí en esos momentos. Han ido acudiendo poco a poco; los enemigos se han marchado. La consternación se une a la fe. Ayudan a la Madre, y miran casi incrédulos, lo que acaba de acontecer. Los corazones están doloridos
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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