En la Resurrección de Jesús está el centro de nuestra fe. Es nuestra salvación. Y es el mensaje que tenemos que gritar a todos con las palabras y con la vida.
La Iglesia oriental canta así:
"Día de la Resurrección.
Resplandezcamos de gozo en esta fiesta.
Abracémonos, hermanos, mutuamente.
Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos odian.
Perdonemos todo por la Resurrección
y cantemos así nuestra alegría:
Cristo ha resucitado de entre los muertos
con su muerte ha vencido la muerte
y a los que estaban en los sepulcros
les ha dado la vida"
En la fe y en el amor, siempre es Pascua. La vida es resurrección cuando se vive en Cristo y se manifiesta en su amor. Y el morir es también Pascua, porque en Cristo Jesús la muerte ha sido vencida y todo marca un sendero de vida inmortal para los que creen y viven en Cristo que es la Resurrección y la Vida.
No es verdad que nadie ha vuelto del cementerio, como plásticamente se expresa la más castiza filosofía popular. "Un tal Jesús," decía el Procurador romano ante las declaraciones de Pablo, que los cristianos afirman que ha resucitado. Nosotros así lo creemos y hemos hecho de este misterio el centro de nuestra fe. Y el que ha vuelto del sepulcro, es el que da ya la vida nueva a todos, y abre un sendero de vida en medio de la muerte y promete una vida imperecedera, como la suya, a la derecha del Padre.
En la vida y en el dolor, ante la muerte y las desgracias, podemos decir como los cristianos de Oriente, que suelen reservar este saludo incluso para dar el pésame ante la muerte de un ser querido: "Cristo ha resucitado." Y se responde, tal vez con alegría, tal vez con el dolor y la esperanza: "Sí, de verdad, El ha resucitado." Un monje santo de la Rusia de siglo XVIII, Serafín de Sarov, acogía a los que iban a visitarlo con estas palabras, llenas de ternura y de esperanza: "Mi alegría, Cristo ha resucitado."
El icono nos evangeliza de nuevo y quiere hacernos testigos de la Resurrección. Testigos que llevan luz de la fe en los ojos, alegría en el corazón, fortaleza ante las adversidades, amor en todas las manifestaciones, porque Cristo ha resucitado y nos ha dado la luz de la fe, la antorcha de la esperanza, nos ha anunciado la paz, nos fortalece ante las adversidades, y ha derramado sobre nosotros el Espíritu Santo, que es el don inefable de nueva vida que nace de la Pascua del Señor.
Un grande testigo de la tradición ortodoxa ha escrito invitándonos a contemplar este icono: "Os invito a contemplar un icono litúrgico que expresa, mucho más y se manifiesta mucho más poderosa para hablarnos de nuestra transformación teológica que muchos tratados cultos. Se trata del icono que en la tradición bizantina es la expresión litúrgica más fiel del icono del misterio de la Resurrección: el descenso de Cristo a los infiernos. Aquí tenemos, además, un indicio precioso de la cualidad de una y de otras tradición litúrgica. Vosotros conocéis todas esas pinturas, es decir esos iconos de épocas de decadencia, que representan a Cristo mientras sale del sepulcro… Sin embargo el icono del descenso de a los infiernos es un signo litúrgico mucho más cercano al misterio. Nos atrae hacia la interioridad del acontecimiento y nos introduce en él, nos pone en relación con él. Cristo Resucitado, resplandeciente de luz, imagen del Dios invisible en su Humanidad transfigurada, penetra en nuestras profundidades tenebrosas y arranca al hombre y a la mujer de la tumba en la que la muerte los tenía prisioneros. Aquí se expresa todo el dinamismo de nuestra vida nueva: `Conocerlo a El y el poder de su Resurrección’ (Fil 3:10), consiste en este movimiento, en el cual Cristo baja a nuestras profundidades para hacernos volver a la luz de la vida. Es el mismo movimiento del Bautismo, un bajar y un subir (Cf. Rm 6:3-4), con todo el realismo espiritual che el poder del espíritu actuará cada día en nuestra vida personal. Nuestra participación actual a la Resurrección de Cristo consiste en este bajar a los infiernos, es decir a nuestras profundidades para hacer pasar todo a la luz" (I. Hazim).
www.mercaba.org
Un comentario