La dureza de la condena y el hecho de estar plenamente en el suplicio no acalla a los enemigos de Jesús, sino que se ensañan intentando herir su alma. "Los que pasaban le injuriaban moviendo la cabeza y diciendo: Tú que destruyes el Templo y en tres días lo edificas de nuevo, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. Del mismo modo, los príncipes de los sacerdotes se burlaban a una con los escribas y ancianos, y decían: Salvó a otros, y a sí mismo no puede salvarse; es el Rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él; confió en Dios, que le salve ahora si le quiere de verdad, pues dijo: Soy Hijo de Dios. De la misma manera, también le insultaban los ladrones que habían sido crucificados con él"(Mt). El tema de fondo es el fracaso de su misión.
Aquellos hombres, muchos de ellos importantes, le acusan de nuevo con el grito de "sálvate a ti mismo". ¡Precisamente, la salvación era lo que se estaba realizando ante sus ojos!, pero el demonio ciega aquellas mentes obnubiladas. Una niebla del infierno impide ver lo que Isaías había profetizado como un sacrificio de expiación realizado por el varón de dolores, el siervo de Yavé.
El templo de su cuerpo estaba siendo destruido en aquel momento, pero al tercer día sería reconstruido. Pero ellos no se lo creen. Son muy objetivos: sólo cuentan con el poder y sus artes. Y rechazan un rey que reina desde un madero. Y le echan en cara su confianza en Dios, como si Dios no le escuchase. Es el peor de los insultos, la peor blasfemia. Así estuvieron tiempo hasta que se fueron marchando poco a poco.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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