Via Crucis 2006
Presidido por el Santo Padre Benedicto XVI en el Coliseo. Textos de Mons. Angelo Comastri.
MEDITACIONES Y ORACIONES
de Su Excelencia Reverendísima
Mons. ANGELO COMASTRI
Vicario General de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano
Presidente de la Fábrica de San Pedro
PRESENTACIÓN
Unas palabras para acompañarte en el camino
Al recorrer la “Vía de la Cruz” quedamos sobrecogidos por dos constataciones: la certeza del poder devastador del pecado y la certeza del poder sanador del amor de Dios.
El poder devastador del pecado: la Biblia no se cansa de repetir que el mal es mal porque hace mal; en efecto, el pecado es autolesivo, porque lleva dentro de sí la sanción. He aquí algunos textos clarividentes de Jeremías: «Yendo en pos de la vanidad se hicieron vanos» (cf. 2, 5); «Que te enseñe tu propio daño, que tus apostasías te escarmienten; reconoce y ve lo malo y amargo que te resulta el dejar al Señor tu Dios» (2, 19); «Todo esto lo trastornaron vuestras culpas y vuestros pecados os privaron del bien» (5, 25).
Y dice también Isaías: «Por tanto, así dice el Santo de Israel: Por cuanto habéis rechazado vosotros esta palabra, y por cuanto habéis fiado en lo torcido y perverso y os habéis apoyado en ello, por eso será para vosotros esta culpa como brecha ruinosa en una alta muralla, cuya quiebra sobrevendrá de un momento a otro, y va a ser su quiebra como la de una vasija de alfarero, rota sin compasión, en la que al romperse no se encuentra una sola tejoleta bastante grande para tomar fuego del hogar o para extraer agua del aljibe» (30, 12-14). Y, haciéndose portavoz de los sentimientos más genuinos del pueblo de Dios, el profeta exclama: «Somos como impuros todos nosotros, como paño inmundo todas nuestras obras justas. Caímos como la hoja todos nosotros, y nuestras culpas como el viento nos llevaron» (64, 5).
Pero, al mismo tiempo, los profetas denuncian el endurecimiento del corazón que causa una terrible ceguera y hace que ya no pueda percibir la gravedad del pecado. Escuchemos a Jeremías: «Desde el más chiquito de ellos hasta el más grande, todos andan buscando su provecho, y desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el fraude. Han curado el quebranto de mi pueblo a la ligera, diciendo: “¡Paz, paz!”, cuando no había paz. ¿Se avergonzaron de las abominaciones que hicieron? Avergonzarse, no se avergonzaron; sonrojarse, tampoco supieron» (6, 13-15).
Jesús, entrando en el entramado de esta historia devastada por el pecado, ha dejado que el peso y la violencia de nuestras culpas hicieran mella en él; por eso, mirando a Jesús se percibe claramente lo devastador que es el pecado y lo quebrantada que está la familia humana, es decir: ¡Nosotros! ¡Tú y yo!
Sin embargo –esta es la segunda certeza– Jesús ha reaccionado a nuestro orgullo con su humildad; a nuestra violencia con su mansedumbre; a nuestro odio con el Amor que perdona: la cruz es el acontecimiento a través del cual entra en nuestra historia el amor de Dios, se hace cercano a cada uno de nosotros y se convierte en experiencia que regenera y salva.
No se nos puede pasar por alto un hecho: desde el comienzo de su ministerio, Jesús habla de «su hora» (Jn 2, 4), hora para la cual Él ha venido (cf. Jn 12, 27), una hora que saluda con gozo, exclamando al inicio de su pasión: «Ha llegado la hora» (Jn 17, 1).
La Iglesia guarda celosamente el recuerdo de este hecho y, en el Credo, después de afirmar que el Hijo de Dios «se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre», prosigue «y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado».
¡Por nuestra causa fue crucificado! Al morir, Jesús se ha sumido en la experiencia dramática de la muerte tal como ha sido configurada por nuestros pecados; pero, muriendo, Jesús ha llenado de amor el morir y, por tanto, ha colmado a la muerte de la fuerza opuesta al pecado que la ha generado: Jesús la ha llenado de amor.
Por la fe y el bautismo nosotros entramos en contacto con la muerte de Cristo, es decir, con el misterio del amor con el que Cristo la ha vivido y vencido…, y así comienza nuestro viaje de retorno a Dios, un retorno que llegará a su plenitud en el momento de nuestra muerte vivida en Cristo y con Cristo: esto es, en el amor.
En el recorrido de la «Vía de la Cruz», déjate llevar de la mano de María: pídele una brizna de su humildad y docilidad, para que el amor de Cristo crucificado entre dentro de ti y reconstruya tu corazón a medida del corazón de Dios.
¡Buena andadura!
XANGELO COMASTRI
ORACIÓN INICIAL
El Santo Padre:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/. Amén.
Señor Jesús,
tu pasión
es la historia de toda la humanidad:
la historia en la que los buenos son humillados,
los pacíficos … agredidos,
los honestos … pisoteados
y los puros de corazón escarnecidos con burla.
¿Quién vencerá?
¿Quién dirá la última palabra?
Señor Jesús,
nosotros creemos que la última palabra eres Tú:
en ti los buenos ya han vencido,
en ti los mansos ya han triunfado
en ti los honestos son coronados
y los puros de corazón brillan como estrellas en la noche.
Señor Jesús,
esta tarde volvemos a recorrer el camino de tu cruz,
sabiendo que es también nuestro camino.
Pero nos ilumina una certidumbre:
el camino no termina en la cruz,
sino que lleva más allá,
lleva hasta el Reino de la vida
y el colmo de la alegría
que nadie podrá arrebatarnos jamás.[1]
Lector:
¡Oh, Jesús!, me detengo pensativo
a los pies de tu cruz:
también yo la he construido con mis pecados.
Tu bondad que no se defiende
y se deja crucificar
es un misterio que me sobrepasa
y conmueve mis entrañas.
Señor, tú has venido al mundo por mí,
para buscarme, para traerme
el abrazo del Padre:[2]
el abrazo que tanto hecho en falta.
Tú eres el rostro de la bondad
y de la misericordia:
por eso quieres salvarme.
Hay tanto egoísmo dentro de mi:
¡ven con tu caridad sin límites!
Dentro de mí hay orgullo y maldad:
¡ven con tu mansedumbre y humildad!
Señor, yo soy el pecador que ha de ser salvado:
el hijo pródigo que debe volver, soy yo.
Señor, concédeme el don de lágrimas
para recobrar la libertad y la vida,
la paz contigo y la alegría en ti.
[1] Jn 16, 22; Mt 5, 12.
[2] Lc 15, 20.
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26
Cronista: Pilato les preguntó:
Voz: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron todos:
V. «¡que lo crucifiquen!»
C. Pilato insistió:
V. «pues ¿qué mal ha hecho?»
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
V. «¡que lo crucifiquen!»
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
MEDITACIÓN
Conocemos bien esta escena de condena:
¡es la crónica de todos los días¡
Pero nos quema en el alma una pregunta:
¿por qué es posible condenar a Dios?
¿Por qué Dios, que es Omnipotente,
se presenta revestido de debilidad?
¿Por qué Dios se deja avasallar por el orgullo
y la prepotencia de la arrogancia humana?
¿Por qué Dios calla?
Nuestro tormento es el silencio de Dios,
es nuestra prueba.
Pero es también la purificación
de nuestra prisa,
es la cura de nuestro deseo de venganza.
El silencio de Dios
es la tierra donde muere nuestro orgullo
y brota la verdadera fe,
la fe humilde,
la fe que no hace preguntas a Dios,
sino que se entrega a él con la confianza de un niño.
ORACIÓN
Señor,
¡qué fácil es condenar!
Qué fácil es tirar piedras:
las piedras del juicio y la calumnia,
las piedras de la indiferencia y del abandono.
Señor, tú has decidido ponerte
de parte de los vencidos,
de parte de los humillados y condenados.[1]
Ayúdanos a no convertirnos jamás en verdugos
de los hermanos indefensos,
ayúdanos a tomar posturas valientes
para defender a los débiles,
ayúdanos a rechazar el agua de Pilato
porque no limpia las manos,
sino que las mancha de sangre inocente.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Stabat mater dolorosa,
iuxta crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.
[1] Mt 25, 31-46.
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 27-31
C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
V. «¡Salve, Rey de los judíos!».
C. Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
MEDITACIÓN
En la pasión de Cristo se ha desencadenado el odio,
nuestro odio, el odio de toda la humanidad.[1]
En la pasión de Cristo,
nuestra maldad ha reaccionado ante la bondad,
se ha desatado con irritación nuestro orgullo
ante la humildad,
nuestra corrupción se ha resentido
ante la limpidez esplendorosa de Dios.
Y así, ¡nosotros mismos… nos hemos convertido en la cruz de Dios!
Nosotros, neciamente rebeldes,
nosotros, con nuestros absurdos pecados,
hemos construido la cruz de nuestra inquietud
y de nuestra infelicidad:
hemos fabricado nuestro castigo.
Pero Dios toma la cruz sobre sus hombros,
nuestra cruz,
y nos desafía con el poder de su amor.
¡Dios toma la cruz¡
Misterio insondable de bondad.
Misterio de humildad que nos avergüenza
de ser todavía orgullosos.
ORACIÓN
Señor Jesús,
Tú has entrado en la historia humana
y has visto que te era hostil,[2] rebelde a Dios,
enloquecida a causa de la soberbia,
que hace creer al hombre
que tiene una estatura tan grande
… como su propia sombra.
Señor Jesús,
Tú no nos has avasallado,
sino que te has dejado doblegar por nosotros,
por mí, por cada uno.
Cúrame, Jesús, con tu paciencia,
sáname con tu humildad,
devuélveme a la estatura de criatura:
mi estatura de pequeño… infinitamente amado por ti.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Cuius animam gementem,
contristatam et dolentem
pertransivit gladius.
[1] Lc 22, 53.
[2] Jn 1. 10-11.
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 4-6
C. Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido por Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable vino sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
V. Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino,
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.
MEDITACIÓN
Según el modo de pensar humano, Dios no puede caer
… y sin embargo cae. ¿Por qué?
No puede ser un signo de debilidad,
sino sólo un signo de amor:
un mensaje de amor por nosotros.
Al caer bajo el peso de la cruz,
Jesús nos recuerda que el pecado pesa,
el pecado abate y destruye
el pecado castiga y hace daño:
por esto el pecado es un mal.[1]
Pero Dios nos ama y quiere nuestro bien;
y el amor lo impulsa a gritar a los sordos,
a nosotros que no queremos oír:
«Salid del pecado, porque os hace daño.
Os quita la paz y la alegría;
os aparta de la vida y hace que dentro de vosotros
se seque la fuente de la libertad y de la dignidad».
¡Salid! ¡Salid!
ORACIÓN
Señor,
hemos perdido el sentido del pecado.
Hoy se está difundiendo con engañosa propaganda
una enloquecida apología del mal,
un absurdo culto a Satanás,
un deseo loco de trasgresión,
una falaz e inconsistente libertad
que exalta el capricho, el vicio y el egoísmo,
presentándolos como conquistas de civilización.
Señor Jesús,
ábrenos los ojos:
haz que veamos el fango
y reconozcamos lo que es,
para que una lágrima de arrepentimiento
nos vuelva a dar la pulcritud
y el espacio de una verdadera libertad.
¡Ábrenos los ojos,
Señor Jesús!
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
O quam tristis et afflicta
fuit illa benedica
mater Unigeniti!
[1] Jr 2,5; 2.19; 5,25.
CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51
C. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
V. «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».
C. Bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón.
MEDITACIÓN
Toda madre es transparencia del amor,
es hogar de ternura,
es fidelidad que no abandona,
porque una verdadera madre ama
incluso cuando no es amada.
¡María es la Madre!
En ella, la feminidad no tiene sombras,
y el amor no está contaminado por rebrotes de egoísmo
que aprisionan y bloquean el corazón.
María es la Madre.
Su corazón permanece fielmente
junto al corazón del Hijo
y sufre y lleva la cruz,
y siente en la propia carne
todas las llagas de la carne del Hijo.
María es la Madre,
y sigue siendo Madre:
para nosotros, por siempre.
ORACIÓN
Señor Jesús,
todos necesitamos a la Madre.
Tenemos necesidad de un amor
que sea auténtico y fiel.
Necesitamos un amor
que nunca vacile,
un amor que sea refugio seguro
para los momentos de miedo,
de dolor y de prueba.
Señor Jesús,
tenemos necesidad de mujeres,
de esposas, de madres,
que devuelvan a los hombres
el rostro hermoso de la humanidad.
Señor Jesús,
tenemos necesidad de María:
la mujer, la esposa, la madre
que no deforma ni reniega jamás el amor.
Señor Jesús,
te pedimos por todas las mujeres del mundo.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quæ mærebat et dolebat
Pia mater, cum videbat
Nati poenas incliti.
QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos:
V. «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».
MEDITACIÓN
Simón de Cirene,
tú eres un insignificante y pobre
labrador desconocido,
del que no hablan los libros de historia.
Y, no obstante, ¡tú haces la historia!
Has escrito uno de los capítulos más hermosos
de la historia de la humanidad:
tú llevas la cruz de otro,
levantas el madero del patíbulo
e impides que aplaste a la víctima.
Tú nos devuelves la dignidad a todos nosotros
recordándonos que somos nosotros mismos
sólo cuando no pensamos en nosotros mismos.[1]
Tú nos recuerdas que Cristo nos espera
en el camino, en el rellano,
en el hospital, en la cárcel…
en las periferias de nuestras ciudades.
¡Cristo nos espera…![2]
¿Lo reconoceremos?
¿Lo asistiremos?
¿O moriremos en nuestro egoísmo?
ORACIÓN
Señor Jesús,
se está apagando el amor
y el mundo se convierte en un lugar frío,
inhóspito, inhabitable.
Rompe las cadenas que nos impiden
correr hacia los demás.
Ayúdanos a encontrarnos con nosotros mismos en la caridad.
Señor Jesús,
el bienestar nos está deshumanizando,
la diversión se ha convertido en una alienación, una droga:
y la publicidad monótona de esta sociedad
es una invitación a morir en el egoísmo.
Señor Jesús,
reaviva en nosotros la llama de humanidad
que Dios nos puso en el corazón al inicio de la creación.
Líbranos de la decadencia del egoísmo
y recuperaremos de inmediato la alegría de vivir
y las ganas de cantar.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quis est homo qui non fleret,
matrem Christi si videret
in tanto supplicio?
[1] Lc 9, 24.
[2] Mt 25, 40.
SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 2-3
C. No tenía figura ni belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado por los hombres,
como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros.
Lectura del libro de los Salmos 41, 2-3
V. Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
MEDITACIÓN
El rostro de Jesús está empapado de sudor,
regado de sangre,
cubierto de salivazos insolentes.
¿Quién tendrá valor para acercarse?
¡Una mujer!
Una mujer se adelanta
manteniendo encendida la lámpara de la humanidad
… y enjuga el Rostro:
¡y descubre el Rostro¡
¡Cuántas personas sin rostro hay hoy!
Cuántas personas se ven desplazadas
al margen de la vida,
en el exilio del abandono,
en la indiferencia que mata a los indiferentes.
En efecto, sólo está vivo quien arde de amor
y se inclina sobre Cristo que sufre
y que espera en quien sufre, también hoy.
¡Sí, hoy! Porque mañana será demasiado tarde.[1]
ORACIÓN
Señor Jesús,
bastaría un paso
y el mundo podría cambiar
Bastaría un paso
y podría volver la paz en la familia;
bastaría un paso
y el mendigo ya no estaría solo;
bastaría un paso
y el enfermo sentiría una mano
que le estrecha su mano,
… para que ambos se sanen.
Bastaría un paso
y los pobres podrían sentarse a la mesa
alejando la tristeza de la mesa de los egoístas
que, solos, no pueden hacer fiesta.
Señor Jesús,
¡bastaría un paso!
Ayúdanos a darlo,
porque en el mundo se están agotando
todas las reservas de la alegría.
Señor, ¡ayúdanos!
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo
Quis no posset contristari,
piam matrem contemplari,
dolentem cum Filio?
[1] Mt 25, 11-13.
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del profeta Jeremías 12, 1
C. Tú llevas la razón, Señor,
cuando discuto contigo,
no obstante, voy a tratar contigo un punto de justicia.
¿Por qué tienen suerte los malvados,
y son felices todos los perversos?
Lectura del libro de los Salmos 36, 1-2.10-11
V. No te exasperes por los malvados,
no envidies a los que obran el mal:
se secarán pronto, como la hierba,
como el césped verde se agostarán.
Aguarda un momento: desapareció el malvado,
fíjate en su sitio: ya no está;
en cambio, los sufridos poseen la tierra
y disfrutan de paz abundante.
MEDITACIÓN
Nuestra arrogancia, nuestra violencia, nuestras injusticias
pesan sobre el cuerpo de Cristo.
Pesan… y Cristo cae de nuevo
para darnos a conocer el peso insoportable
de nuestro pecado.
¿Pero, qué es lo que hiere hoy de modo particular
el cuerpo santo de Cristo?
Ciertamente, una dolorosa pasión de Dios
es la agresión en lo que se refiere a la familia.
Parece que hoy se esté dando
una especie de anti-Génesis,
un anti-designio, un orgullo diabólico
que piensa en aniquilar la familia.
El hombre quisiera reinventar la humanidad
modificando la gramática misma de la vida
tal como Dios la ha pensado y querido.[1]
Pero ponerse en el lugar de Dios sin ser Dios
es la arrogancia más insensata,
la más peligrosa de las aventuras.
Que la caída de Cristo nos abra los ojos
y nos permita ver el rostro hermoso,
el rostro auténtico y santo de la familia.
El rostro de la familia,
de la cual todos tenemos necesidad.
ORACIÓN
Señor Jesús,
la familia es un sueño de Dios
confiado a la humanidad;
la familia es un destello de Cielo
compartido con la humanidad;
es la cuna en que hemos nacido
y donde renacemos continuamente en el amor.
Señor Jesús,
entra en nuestras casas
y entona el canto de la vida.
Reaviva la llama del amor
y haznos sentir la belleza
de estar unidos unos a otros
en un abrazo de vida:
a vida alimentada por el aliento mismo de Dios,
el aliento de Dios-Amor.
Señor Jesús,
salva a la familia,
¡para salvar la vida!
Señor Jesús,
salva la mía,
¡nuestra familia!
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo
Pro peccatis suæ gentis
vidit Iesum in tormentis
et flagellis subditum.
[1] Gn 1, 27; 2, 24.
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 27-29.31
C. Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y lamentaban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
V. «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: “dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado…”.
Porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?»
MEDITACIÓN
El llanto de las madres de Jerusalén
inunda de piedad el camino del Condenado,
mitiga la ferocidad de una ejecución capital
y nos recuerda que todos somos hijos:
hijos nacidos del abrazo de una madre.
Pero el llanto de las madres de Jerusalén
es sólo una pequeña gota
en el mar de lágrimas derramadas por las madres:
madres de crucificados, madres de asesinos,
madres de drogadictos, madres de terroristas,
madres de violadores, madres de dementes:
¡… pero siempre madres!
Pero el llanto no basta.
El llanto debe rebosar en amor que educa,
en fortaleza que guía, en severidad que corrige,
en diálogo que construye, en presencia que habla.
El llanto ha de impedir otros llantos.
ORACIÓN
Señor Jesús,
tú conoces el llanto de las madres,
en cada casa, tú ves el recóndito lugar del dolor,
tú sientes el gemido silencioso
de tantas madres heridas por los hijos:
¡heridas hasta morir…, siguiendo vivas!
Señor Jesús,
tú deshaces los grumos de dureza
que impiden la circulación del amor
en las arterias de nuestras familias.
Haz que nos sintamos hijos una vez más,
para dar a nuestras madres
–en la tierra o en el cielo–
el orgullo de habernos engendrado
y la alegría de poder bendecir
el día en que nacimos.
Señor Jesús,
enjuga las lágrimas de las madres,
para que vuelva la sonrisa en el rostro de los hijos,
en el rostro de todos.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Tui Nati vulnerati,
tam dignati pro me pati,
poenas mecum divide.
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del profeta Habacuc 1, 12-13; 2, 2-3
C. ¿No eres tú, Señor, desde antiguo mi santo Dios que no muere? Tus ojos son demasiado puros para mirar el mal, no pueden contemplar la opresión. ¿Por qué contemplas en silencio a los bandidos, cuando el malvado devora al inocente?
V. «Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acercará su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse».
MEDITACIÓN
Pascal ha hecho notar con agudeza:
«Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo;
no hay que dormirse durante este tiempo».[1]
Mas, ¿dónde agoniza Jesús en este tiempo?
La división del mundo en zonas de bienestar
y en zonas de miseria… es la agonía de Cristo hoy.
En efecto, en el mundo hay como dos salas:
en una se derrocha
en otra se perece;
en una se muere de abundancia
y en la otra se muere de indigencia;
en una se tiene miedo de la obesidad
y en la otra se implora la caridad.
¿Por qué no abrimos una puerta?
¿Por qué no formamos una mesa sola?
¿Por qué no entendemos que los pobres son la cura de los ricos?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué somos tan ciegos?
ORACIÓN
Señor Jesús,
Tú has llamado necio
al hombre que vive para acumular.[2]
Sí, es necio quien cree
poseer alguna cosa,
porque sólo uno es el Propietario
del mundo.
Señor Jesús,
el mundo es tuyo, solamente tuyo.
Y Tú se lo has dado a todos
para que la tierra sea una casa
en la que todos coman todos y a todos cobije.
Acumular, pues, es robar
si el amontonar inútil
impide a otros vivir.
Señor Jesús,
haz que termine el escándalo
que divide el mundo
en palacetes y barracas.
Señor, ¡edúcanos en la fraternidad!
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Eia, mater, fons amoris,
me sentire vim doloris
fac, ut tecum lugeam.
[1] B. Pascal, Pesées, 553 (ed. Brunschvicg).
[2] Lc 12, 20.
DÉCIMA ESTACIÓN
Los soldados se reparten las ropas de Jesús
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 23-24
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, tomaron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado. Y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
V. «No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quien le toca».
C. Así se cumplió la escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suertes mi túnica».
MEDITACIÓN
Los soldados quitan a Jesús la túnica
con la violencia de los ladrones
e intentan quitarle también
el pudor y la dignidad.
Pero Jesús es el pudor, Jesús es la dignidad
del hombre y de su cuerpo.
Y el cuerpo humillado de Cristo
se convierte en denuncia de todas las humillaciones
del cuerpo humano,
creado por Dios como rostro del alma
y lenguaje para expresar el amor.
Mas hoy se vende y se compra frecuentemente el cuerpo
en las calles de las ciudades,
por las calles de la televisión,
en las casas convertidas en calle.
¿Cuándo entenderemos que estamos matando el amor?
¿Cuándo entenderemos que, sin pureza,
el cuerpo no vive ni puede generar la vida?
ORACIÓN
Señor Jesús,
sobre la pureza se ha impuesto ladinamente
un silencio general: un silencio impuro.
Se ha difundido incluso la convicción
–totalmente embustera–
de que la pureza es enemiga del amor.
Es verdad todo lo contrario, Señor.
La pureza es la condición indispensable
para poder amar:
para amar de verdad, para amar fielmente.
Además, Señor,
si uno no es dueño de sí mismo,
¿cómo puede entregarse al otro?
Sólo quien es puro puede amar.
Sólo quien es puro puede amar sin deshonrar.
Señor Jesús,
por el poder de tu sangre derramada por amor
danos un corazón puro
para que renazca el amor en el mundo,
el amor del que todos sentimos tanta nostalgia.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Fac ut ardeat cor meum
in amando Christum Deum,
ut sibi complaceam.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo. 27, 35-42
C. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el Rey de los judíos».
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza:
V. «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
C. Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:
V. «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».
MEDITACIÓN
Aquellas manos que habían bendecido a todos
ahora están clavadas en la cruz,
aquellos pies que habían caminado tanto
para sembrar esperanza y amor,
ahora están clavados al patíbulo.
¿Por qué, Señor?
¡Por amor![1]
¿Por qué la pasión?
¡Por amor!
¿Por qué la cruz?
¡Por amor!
¿Por qué, Señor, no has bajado de la cruz
respondiendo a nuestras provocaciones?
No he bajado de la cruz
porque así habría consagrado la fuerza
como dueña del mundo,
mientras que el amor es la única fuerza
que puede cambiar el mundo.
¿Por qué, Señor, este precio tan alto?
Para deciros que Dios es amor,[2]
Amor infinito, Amor omnipotente.
¿Me creeréis?
ORACIÓN
Jesús crucificado,
todos nos pueden engañar,
abandonar, defraudar;
tú, en cambio, nunca nos defraudarás.
Tú has dejado que nuestras manos
te clavaran cruelmente en la cruz
para decirnos que tu amor es verdadero,
es sincero, fiel, irrevocable.
Jesús crucificado,
nuestros ojos ven tus manos clavadas
y, a pesar de ello, capaces de dar la verdadera libertad;
ven tus pies sujetos con clavos
y sin embargo aún capaces de caminar
y de hacer caminar.
Jesús crucificado,
ha terminado la quimera
de una felicidad sin Dios.
Volvemos a ti,
única esperanza y única libertad,
única alegría y única verdad.
Jesús crucificado,
¡ten piedad de nosotros, pecadores!
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Sancta mater, istud agas,
Crucifixi fige plagas
cordi meo valide.
[1] Jn 13, 1.
[2] 1 Jn 4, 8.16.
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan 9, 25-27
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
V. «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
C. Luego dijo al discípulo:
V. «Ahí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 45-6. 50
C. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó:
V. «Elí, Elí, lamá sabaktaní»,
C. es decir:
V. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
MEDITACIÓN
Neciamente, el hombre ha pensado: Dios ha muerto.
Pero si Dios muere, ¿quién nos dará ahora la vida?
Si Dios muere, ¿qué es la vida?
La vida es Amor.
La cruz, entonces, no es la muerte de Dios
sino el momento en que se quiebra
la frágil capa de humanidad, que Dios ha tomado,
y comienza a desbordarse el amor[1]
que renueva la humanidad.
De la cruz nace la vida nueva de Saulo,
de la cruz nace la conversión de Agustín,
de la cruz nace la pobreza feliz de Francisco de Asís,
de la cruz nace la bondad expansiva de Vicente de Paúl,
de la cruz nace el heroísmo de Maximiliano Kolbe,
de la cruz nace la maravillosa caridad de Madre Teresa de Calcuta,
de la cruz nace la valentía de Juan Pablo II,
de la cruz nace la revolución del amor:
por eso la cruz no es la muerte de Dios,
sino el nacimiento de su Amor en el mundo.
¡Bendita sea la cruz de Cristo!
ORACIÓN
Señor Jesús,
en el silencio de esta tarde se oye tu voz:
«Tengo sed. Tengo sed de tu amor».[2]
En el silencio de esta noche se oye tu oración:
«Padre, perdónales. Padre, perdónales».[3]
En el silencio de la historia se escucha tu grito:
«Todo está cumplido».[4]
¿Qué es lo que se ha cumplido?
«Os he dado todo, os he dicho todo,
os he traído la más hermosa noticia:
Dios es amor. Dios os ama».
En el silencio del corazón se siente la caricia
de tu último don:
«Ahí tienes a tu madre: a mi madre».[5]
Gracias, Jesús, por haber confiado a María
la misión de recordarnos cada día
que el sentido de todo es el Amor:
el amor de Dios plantado en el mundo
como una cruz.
¡Gracias, Jesús!
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Vidit suum dulcem Natum
morientem desolatum,
cum emisit spiritum.
[1] Jn 19, 30.
[2] Jn 19, 28.
[3] Lc 23, 34.
[4] Jn 19, 30.
[5] Jn 19, 27.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27,55.57-58; 17,22-23
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle.
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran
C. Mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos la Galilea, les dijo Jesús:
V. «Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres y lo matarán, pero resucitará al tercer día».
C. Ellos se pusieron muy tristes.
MEDITACIÓN
Se ha perpetrado el delito:
nosotros hemos matado a Jesús.[1]
Y las llagas de Cristo arden
en el corazón de María,
mientras que un mismo dolor
abraza a la Madre con el Hijo.
La Piedad. Sí, la Piedad
grita, conmueve e hiere
incluso a quien está acostumbrado a herir.
La Piedad. A nosotros nos parece
que tenemos compasión de Dios,
y, en cambio –una vez más–
es Dios quien tiene compasión de nosotros
La Piedad. El dolor
ya no es desesperado
y jamás lo será,
porque Dios ha venido a sufrir con nosotros.
Y con Dios, ¿cómo se puede desesperar?
ORACIÓN
María,
en el Hijo abrazas a cada hijo
y sientes el desgarro de todas las madres del mundo.
María,
tus lágrimas pasan de siglo en siglo
y riegan los rostros
y lloran el llanto de todos.
María,
tú conoces el dolor… pero crees.
Crees que las nubes no apagan el sol,
crees que la noche prepara la aurora.
María,
tú que has cantado el Magnificat,[2]
entónanos el canto que vence el dolor
como un parto del que nace la vida.
María,
ruega por nosotros.
Ruega para que llegue también hasta nosotros
el contagio de la verdadera esperanza.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Fac me vere tecum flere,
Crucifixo condolore,
donec ego vixero.
[1] Zc 12, 10.
[2] Lc 1, 46-55.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 59-61
C. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
Lectura del libro de los Salmos 15, 9-11
V. Por eso se me alegra el corazón
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
MEDITACIÓN
A veces la vida se asemeja
a un largo y melancólico sábado santo.
Todo parece haber terminado,
se diría que triunfa el malvado,
que el mal es más fuerte que el bien.[1]
Pero la fe nos hace ver a lo lejos,
nos hace vislumbrar la luz de un nuevo día
más allá de este día.
La fe nos garantiza que la última palabra
la tiene Dios: solamente Dios.
La fe es verdaderamente una lamparilla,
pero es la única que ilumina la noche del mundo:
su llama humilde se funde
con las primeras luces del día:
el día de Cristo Resucitado.
La historia, pues, no termina en el sepulcro,
sino que brota en el sepulcro:
así lo prometió Jesús, [2]
así fue, y así será.[3]
ORACIÓN
Señor Jesús,
el Viernes Santo es el día de las tinieblas,
el día del odio insensato,
el día de la muerte del Justo.
Pero el Viernes Santo no es la última palabra:
la última palabra es la Pascua,
el triunfo de la Vida,
la victoria del Bien sobre el mal.
Señor Jesús,
el Sábado Santo es el día del vacío,
el día del miedo y del desconcierto,
el día en que todo parece haber terminado.
Pero el Sábado Santo no es el último día:
El último día es la Pascua,
la Luz que se enciende de nuevo,
el Amor que derrota todos los odios.
Señor Jesús,
mientras se concluye nuestro Viernes Santo
y se repite la angustia de tantos Sábados Santos,
danos la fe inquebrantable de María
para creer en la verdad de la Pascua;
danos su límpida mirada
para ver los reflejos
que anuncian el último día de la historia:
«un cielo nuevo y una tierra nueva» [4]
ya comenzada en ti,
Jesús Crucificado y Resucitado. Amén.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Quando corpus morietur,
fac ut animæ donetur
paradisi goria. Amen.
[1] Jr 12,1; Ha 1, 13.
[2] Lc 18, 31-33.
[3] Rm 8, 18-23.
[4] Ap 21, 1.
El Santo Padre dirige su palabra a los presentes.
Al final del discurso el Santo Padre imparte la Bendición Apostólica:
BENDICIÓN
V. Dominus vobiscum.
R. Et cum spiritu tuo.
V. Sit nomen Domini benedictum.
R. Ex hoc nunc et usque in sæculum.
V. Adiutorium nostrum nomine Domini.
R. Qui fecit cælum et terram.
V. Benedicat vos omnipotens Deus,
XPater, et XFilius, et XSpiritus Sanctus.
R. Amen.
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