Llega la Navidad. Es la «fiesta de familia» por excelencia. Todos disfrutamos poniendo el viejo Belén, que es siempre nuevo. El Evangelio no es un simple relato del pasado, sigue siendo actual
Navidad es la fiesta de los niños, de los padres, de los abuelos, de los tíos y los primos, de los amigos. Todos disfrutamos poniendo el viejo Belén, que es siempre nuevo. Allí están los pastores guardando los rebaños en la noche, cuando se les presenta el ángel que anuncia la buena noticia, a la vez que escuchan el canto de los cielos: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres». Allí están, también hoy, hombres y mujeres que trabajan duro, o que buscan y rebuscan el puesto de trabajo que les hace falta, con los mismos deseos en su corazón: una ocupación que proporcione estabilidad a sus familias y una vida en paz. Un trabajo digno al servicio de las personas -no sólo fuente de ingresos para unos pocos- y paz en el mundo. Paz justa en Belén y en Tierra Santa, paz para Iraq, paz para Costa de Marfil, paz para Colombia y Venezuela, paz en nuestra tierra. No más guerras, terrorismo ni violencia. Necesitamos que el canto de los ángeles siga siendo actual.
Los pastores se dirigen a Belén, donde ha nacido el Rey de la Paz. Le ofrecen lo que tienen, el fruto de su trabajo. Y allí se encuentran con una familia pobre que los acoge en un portal. No tienen mejor casa donde recibirlos. José, un carpintero. María, con sus tareas de ama de casa. Un niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Un buey y una mula que dan calor. Nada se echa en falta.
El abuelo sigue explicando a los nietos cada una de las figuras y dice dónde hay que ponerlas. Las más vistosas son tres personajes montados en un camello: los Magos. Dice el Evangelio que habían visto una estrella en Oriente y que, dejando allí todas sus cosas, la siguieron. Las gentes de Jerusalén no están acostumbrados a ver hombres así. Uno tiene la piel morena, otro los ojos rasgados. Son extranjeros. Hablan otra lengua y no conocen la cultura ni las tradiciones locales. Su presencia suscita recelos a Herodes y a toda su corte de poderosos. Pero vienen guiados por la estrella de Dios y, con esfuerzo y perseverancia, con valentía, logran dar con la familia de Belén. Allí se encuentran en su casa. Son buena gente, que ofrecen lo que tienen. Por eso, son acogidos con afecto. En la familia de Dios no sobra nadie. Ahí siguen llegando. Unos en patera. Otros agotados por los días de autobús. No faltan los que gastaron todo en un pasaje de avión. Mujeres y hombres que vienen a dar lo que tienen, su trabajo…
Los niños saben que no están soñando cuando ponen el Belén. Por eso sitúan a San José muy cerca de la Virgen, y los dos mirando al Niño. Porque necesitan verse siempre así. Con papá y mamá muy unidos, notando el calor del afecto.
Los pastores, los magos, todos los que llegan al Portal saben el motivo de tanto gozo: «Hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor».
El Evangelio no es un simple relato del pasado, sigue siendo actual. La vida cristiana es la vida de Cristo, del bautizado identificado con Cristo, que actúa hoy en la vida ordinaria de los hombres en medio del mundo. La Navidad, los Reyes, la Semana Santa o la Pascua forman parte de nuestras raíces, de nuestras costumbres, del patrimonio cultural de nuestra tierra. La identidad cristiana no es sectaria ni excluyente. ¿Por qué tanto empeño por parte de algunos en eliminarla? Merece ser reconocida. Creyentes y no creyentes, hombres y mujeres de todas las razas, sea cual sea su visión de la vida, estamos invitados a acercarnos al calor de esta familia sencilla y acogedora, la de Jesús, María y José. Es Navidad.
«Que cada familia pueda abrir las puertas al Señor que vendrá en Navidad para traer al mundo la alegría, la paz y el amor», es el deseo de Juan Pablo II para todos.
que se pone en un nacimiento
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