¡Nos hundimos!

El mundo ha cambiado en unas cuantas semanas.

La vida antes del coronavirus es nostalgia y melancolía; la que vendrá después se ahoga tosiendo incesante, imaginando muerte próxima o un caos reinante.

Apareció un rayo de esperanza. Mira, viene con truenos y centellas.

Un hombre vestido de blanco, apareció ante al mundo entero. La plaza oval de San Pedro, majestuosa y vacía, el testigo.

Llegó a paso lento, el corazón encendido, cargando años de pastor avisado.

Sotana blanca sencilla, sin abrigo ni paraguas, dando cara a una lluvia fría, los ojos al cielo. Imagen eterna. Emoción contenida.

Francisco, pausado, sereno, con fuerza, sin miedo.

Nos metió en nuestra barca, dibujó el temporal, preguntó por el miedo, mostró nuestros fallos, nos centró de nuevo, enarboló a los héroes, nos puso a remar. Sopló. Viento en popa, a toda vela. Mi barco: mi tesoro. Mi Dios: la libertad. En barca añeja y nueva vamos todos. Frágiles, desorientados, necesarios e importantes. Todos, ¡vamos!, a remar.

Describió la nueva tempestad.

Densas tinieblas van cubriendo todo. Parálisis en plazas, calles, ciudades, quizá en tu corazón.

Silencio que ensordece, un vacío desolador. Algo palpita en el aire, son gestos, son miradas. ¡Qué horror!

Un clamor unánime. ¡Perecemos! ¡Nos ahogamos!
En la popa, lo primero que se hunde, duerme Dios.
Hay que despertarlo, nos urgió el Pastor.
Ya no grites ni te pongas a ulular.
Suplica, me despierta la humildad.
Jesús despierta. Despierta Dios.
Suena el reproche, la queja. ¿No te importa que nos hundamos? ¿Qué será de mi, de mi familia, de mi economía, de mi posición?

No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención.

Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”.

Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón.
También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie.

Jesús despierta. Despierta Dios. Habla por su vicario, es su Voz.

Nos pregunta: «¿Por qué tienen miedo? ¿No tienen fe?»

¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús?

Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron, pero en tono de queja: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» (v. 38).

Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti.

En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente:

“Conviértanse”, «vuelvan a mí de todo corazón» (Jl 2,12).

El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos.

Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida.

Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.

Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga.

Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo.

Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

Es Él quien nos dice. Piensen. Tratemos de entenderlo.

La tempestad desenmascara.

Es patente nuestra vulnerabilidad. Se destapan las falsas, las superfluas seguridades, esas con las que construimos agendas, proyectos, rutinas y prioridades.

Mira los efectos en ti.

Afronta a quienes quisieron borrar el alma de nuestros pueblos, a los que pretendieron anestesiarnos con promesas de paraísos siempre fallidos. Ahí están los resultados.

Se perdió la original armonía personal, social, planetaria.

Perdimos la inmunidad necesaria para enfrentar la adversidad. ¡Bendita tempestad!

Se cayó el maquillaje, siempre querer aparentar.

Creíste ser fuerte, capaz de todo. Qué codicia, qué ganancias. Absorto por lo material.

Escucha. No seas sordo. Eres tú quien no despierta. Te he llamado. No te detienes. Di la verdad, no quieres despertar.

Cuantas guerras e injusticias, el lamento de los pobres, un planeta enfermo que se agita. ¿Quieres más?

Dios nos metió en la barca, en la barca de la Iglesia, pues muchos salieron a querer corretear por ahí, se están ahogando en su propio egoísmo y pasiones desordenadas.

Nos dice a todos, ánimo, vuelvan a entrar en esta barca, que como la de Noé, es su única salvación. Entra. Serénate. Esto es como un retiro de varias semanas. Te he quitado muchos entretenimientos: el futbol soccer en sus muchas ligas y torneos, la NFL, es decir el futbol americano, todos los deportes en la televisión; incluso los Juegos olímpicos de Tokio con todas sus bondades y liturgias. Hay liturgias paganas y las cristianas. Si aceptas las paganas, ¿por qué ese tedio, rechazo y prisa en la liturgia de la Misa cuando adoramos a Dios?

Esta prueba es, escucha, momento de elección.

Agoreros del fin del mundo, por favor, no busquen un espectáculo más. Siempre en busca de lo extraordinario. Siempre en busca del placer efímero. Mira. Atiende bien: es tú, tú, tú, tú, juicio, no el universal del final.
Elige entre lo que vale y lo que pasa. Separa lo necesario de lo superfluo. Llegó tu tiempo, mira la tempestad. Cambia el rumbo.

Quieres cura para ti, piensa siempre en los demás. Ahí me encontrarás.

Contéstame. ¿Qué vas a cambiar? ¿Dónde ayudarás ahora y lo harás después?

Te fijaste. El Pastor, Francisco, no habló. No fue él, tampoco, quien nos dio la bendición. Nunca visto. Parece que Él, ya nos despertó.

El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual.

Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados.
Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados.
Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor.

¿Viste el crucifijo en la Plaza de San Pedro? ¿Te acuerdas del movimiento de la cámara? Con la lluvia parecía sangrar y llorar.

En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.

El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita.

No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar.

Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.

En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar.

Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza

Anímate. Mira a los héroes de hoy, a los de verdad. Los de la primera fila: personal sanitario, transportistas, fuerzas de seguridad, sacerdotes, ministros, voluntarios.

Los que están detrás. Heroicos padres, madres, abuelos y abuelas, profesores. Hoy puede ser mas agradable para una madre ir al zoológico y hacer su cuarentena en la jaula de los leones.

Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos.

La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

El Pastor, Francisco, no habló. No fue él, tampoco, quien nos dio la bendición. Solo habló personalmente al final. Esto dijo y hay que agradecérselo pidiendo mucho por el Papa que lleva sobre sus hombros una carga enorme.

Queridos hermanos y hermanas:

Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso.

Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre ustedes, como un abrazo consolador, la bendición de Dios.

Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones.

Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo.

Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta.
Repites de nuevo: «No tengan miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

P. Pablo Arce Gargollo
2 de abril 2020

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4 comentarios

  1. Muchas gracias padre Pablo por esta bella reflexión y por tocar nuestros corazones tan necesitados de consuelo y de la presencia del señor
    Dios lo bendiga siempre

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