“Las mujeres necesitan descubrir esta estima divina (el respeto de Dios por la mujer) , para tomar cada vez más conciencia de su elevada dignidad. (…), Juan Pablo II
Cuando leo la frase “mulieres dignitatis” en algún texto, siento que mi corazón se ensancha. Cuando pronuncio en voz alta mulieres dignitatis siento que la frase es trascendental, y es ahí donde mi imaginación viaja hacia la figura favorita que tengo de la Virgen Santísima: “La desatadora de nudos” y comprendo que esto es la dignidad en la mujer, un poder y una fuerza superior para desatar los nudos que el pecado original dejo en nuestra identidad y que es nuestra gracia al decreto Salvador de Dios Padre, confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante del Espíritu Santo. (Es Cristo que pasa, 133, José María Escriva de Balague)
Escribir sobre la dignidad de la mujer para mí no representa un acto de la intelectualidad sino de la necesidad que surge al dar a conocer a muchas mujeres la elevación existencial que se dio en mi vida en el momento en que por primera vez estuve frente al concepto cristiano de la dignidad y la buena nueva de Jesucristo. Yo era modelo profesional y agente de modelos, por lo que la dignidad para mí era una palabra que no existía en mi vocabulario y menos algo que como ser humano me pertenecía: “el hombre entero, experimenta con la unión con Dios una transformación en lo más profundo de su ser”.
Gran parte de las mujeres que creen que la dignidad consiste en amarse mucho a sí misma, no depender de ningún hombre, no dejarse pisotear y de tener una alta autoestima. Como consejera y coach de las relaciones y mentora para mujeres, creo que esto es importante pero también es una forma de pensar que, en exceso, puede llevar a una mujer a tomar decisiones equivocadas pensando en que lo hace en nombre de su propia dignidad. Es evidente que nuestra cultura moderna está basada en el «YO», ya lo escribía en el año 2008. Hoy, 13 años después, nuestra cultura sigue basada en el yo cada vez más arrogante y solitario: Facebook, Twitter y sus selfies, Snapchat y los momentos instantáneos del yo que se logran y envían en un click , Instagram, Bitmoji (aplicación para crear un yo en forma de caricatura y vestirlo con las últimas tendencias). Este yo captura siempre el aspecto físico de una persona, dando a conocer solo el cuerpo, el status que se va logrando, los lugares de éxito por los que se pasa y muchas veces, un yo con fotografías tomadas junta a personas importantes y que elevan el valor propio y la autoestima.
El famoso canal de televisión creado por Oprah Winfrey, quien se sigue considerando cristiana y cuyo vocabulario en textos y programas se aleja completamente de lo que es la esencia del cristianismo, trae a su programa “Super domingo para el alma” invitados en su inmensa mayoría agnósticos, seguidores de la nueva era, la meditación transcendental, el shamanismo, la física cuántica, la práctica del cambio de sexo, las relaciones amorosas con miembros del mismo sexo. Se consideran personas que han despertado al “yo”, a la verdadera dignidad (para ellos significa ser fundamentalmente buenos y sin mancha) y que promueven una forma de vivir que directamente persigue satisfacer el derecho a elegir la satisfacción de lo que el yo pide, confundiendo a muchos cristianos en torno al verdadero significado de la dignidad, especialmente la dignidad de la mujer, pues somos las mujeres las primeras formadoras de los hijos y como cristianas es urgente que conozcamos profundamente qué es la dignidad y de donde proviene.
Formada como coach profesional, puedo decir que he estado metida en el corazón de estas filosofías, pues profesionalmente el coaching hunde sus raíces en una mezcla de todas estas vertientes, filosofías y religiones sin denominación que hablan mucho sobre la dignidad y sus derechos pero cuyas propuestas no tienen ninguna sustancialidad. Conozco de lo que escribo pues en mi práctica privada trato día a día con personas confundidas, almas que ignoran la profundidad de lo que es la dignidad y la estructura de la persona humana. Es necesario que todo ser humano comprenda que tenemos una dignidad que es de doble naturaleza: ser imagen y semejanza de Dios, “Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuántos animales se mueven sobre ella. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles: Proceded y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra” (Génesis 1, 26-29) y ser hijo adoptivo de Dios, solo el ser humano es invitado a ser familia de Dios. Es la única criatura en la que Dios pensó para relacionarse directamente con ella y tener una experiencia real y viva de Su Amistad, Intimidad, de su sentido de la vida estando en comunión con Dios y por lo mismo encontrarse con quien uno es, su nobilísima procedencia y su gran capacidad para crear su propia vida, gobernarla y dejar una gran huella de amor en el mundo. Esta es la razón suprema y explica mi valor, mi dignidad: yo puedo hablar con Dios, Dios es mi papa, yo soy una hija de Dios. “Entramos por unos minutos en la Catedral. Y mientras permanecimos allí en un silencio respetuoso, llegó una mujer con su cesta de la compra y se arrodilló en un banco unos minutos. Eso es para mí algo nuevo. Aquí viene la gente en medio de sus ocupaciones a una iglesia vacía. Y viene para un un diálogo familiar (con El). Eso nunca he podido olvidarlo” Escribe la gran filósofa Edith Stein: “¡Es como para morirse del asombro y para caer en oración en una permanente acción de gracias!”
En la vida cotidiana a nadie se le ocurre soldar oro con plástico; pero no por la diferencia de valor, sino por la imposibilidad de que el plástico resista el calor de la soldadura. El plástico no es capaz de ser unido así al oro. Análogamente, podemos entender la calidad que debe tener-aunque limitada- la naturaleza humana creada por Dios, para poder realmente penetrar y entrar en comunión con Él mismo. Y “esa es la gran osadía de la fe Cristiana, proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios”. (Hijos de Dios de Francisco Fernández Carvajal y Pedro Beteta López página 25).
Somos bautizadas: éste en nuestro gran regalo, Cristo nos permite ser como Él. ¡Qué más dignidad que esto! Sin embargo, Él tenía un corazón puro. Nosotros en cambio, debemos trabajar para que se vaya purificando de todo aquello que nos aleje de esta dignidad como lo es nuestros propio Ego, nuestro Yo más superficial, nuestras envidias. Pensar en la dignidad es conectarse en ese instante con Dios y por lo mismo entrar en Su Reino. Esto es lo que yo misma experimente en la misa de este domingo, el bautismo del Señor, por un momento sentí que mi yo caía completamente y quedaba rozando el suelo. Entonces comprendí el regalo inmerecido, el amor inexplicable de Dios por mí, la oportunidad única y eterna si yo quiero de ser hija de Dios ¡Filiam Dei!
La primera formadora es la madre,
Sheila Morataya
Austin, TX
sheilamorataya.co