Festividad: Octubre 1
La vida de una santa que nos enseña el camino hacia Dios en la sencillez y en el amor.
«Como el águila incita a su nidada revolando sobre los polluelos, así extendió el Señor sus alas sobre ella, la tomó y la llevó sobre sus plumas» Deuteronomio 32,11.
Cuando se mira a cierto nivel de profundidad, se aprecia el fenómeno prodigioso en la historia de la familia de Santa Teresa del Niño Jesús, de que cada uno de los Martín tiene su lugar en íntima conexión con el de los demás. Y esta historia continúa…
Tres generaciones familiares han pedido a Dios un misionero. Con su oración han conseguido que Teresita fuera misionera. Abuelos, padres, hermanitas, todos constantemente se reúnen en oración para que el Señor les conceda un nieto, un hijo, un hermano, misionero.
La oración se intensifica cuando viviendo en los Buissonets de Lisieux, se espera, después de cinco niñas, el nacimiento del misionero. Aún no existen, por supuesto, ecografías. Todos reunidos esperando la noticia del médico, que anuncia a la familia expectante: «Será misionera».
La familia ha puesto la primera piedra de esta gran santa que vivió y murió enamorada de Dios porque supo cuánto la amaba Dios. La familia primero y después los que se nos acercan o a quienes nos acercamos y nos rodean, son el espejo donde vemos o no el amor de Dios, que será el motor de nuestra vida o no, e influirá en la imagen que nos hagamos de Dios.
Teresita queda sin madre a los cuatro años. Su padre y sus hermanas mayores se hacen cargo de que aquella tierna florecita no se sienta huérfana y cumplen admirablemente el papel de madre. Y la ternura con que se sintió amada repercutió en la imagen que se hizo de Dios Padre y en cuánto lo amó, hasta morir amor.
Muchas personas hoscas y difíciles para la alegría, secas en su relación con Dios, vienen martirizadas por las exigencias y por el trato que recibieron de escasa o ninguna aprobación o estímulo personal. Para ellas Dios más que un papá es un padrastro exigente, que siempre examina hasta los mínimos detalles, que nunca están a su gusto, porque siendo él tan perfecto, nunca encuentra a su altura lo que hacen estas criaturas, llenas a veces de buena voluntad, pero débiles y frágiles.
No han comprendido la palabra revelada “Que soy Dios y no hombre, enemigo a la puerta”. Que sienten a Dios como quien no está interesado más que en vigilar y corregir y castigar, y no como un padre, hermano, esposo y amigo, siempre atento a ayudar, fortalecer y desbrozar el camino.
No fue esta la situación de la pequeña florecita, que sabe cuánto la ama Dios y cómo se le gana por el corazón, pues tiene dos lunares: carece de memoria para recordar las faltas y no sabe de cálculo para contarlas. Teresita vivirá en el Carmelo la confianza de su Fundadora, Santa Teresa de Jesús, que decía: ”No es delicado mi Dios”.
Esperemos que la flor que brotó en aquel árbol frondoso que consagró a Dios a sus cinco hijas, recupere para España la fecundidad humana que engendre vocaciones a la vida consagrada, como antaño.
Una monja de clausura, patrona de las misiones
En el siglo XX, en una época caracterizada por una prodigiosa transformación del mundo, una joven, que vivió durante nueve años enclaustrada en un carmelo desconocido, cuando ya san Pío X, la había llamado «la santa más grande de los tiempos modernos», fue proclamada por Pío XI, en 1927, patrona de todas las misiones, junto con el jesuita san Francisco Javier.
De una parte es admirable el poder de la oración familiar de tres generaciones. De otra, la audacia y profecía de Pío XI, concediendo tal título a una monjita de clausura, que no salió nunca de su monasterio. Con este gesto llamó la atención de que la fe se propaga y extiende, no sólo por la actividad, sino también y fundamentalmente, por la contemplación.
Juan Pablo II confirma la doctrina concediéndole el título de DOCTORA, en esta hora, aún confusa. Como Patrona de las Misiones propicia la acción evangelizadora; como Doctora, pone en orden la inteligencia y el convencimiento, resalta el criterio y cataloga los valores, es maestra. Su doctorado versa sobre el AMOR. Y eso sólo ya lleva a la sencillez, que no superficialidad, de su CAMINITO.
El amor y sus consecuencias
Si amo, tengo el deber de evitar cuanto pueda no sólo mis propios pecados, sino también las obras malas de mis hermanos, que repercuten en todo el Cuerpo Místico, corregir, aconsejar, dar buen ejemplo, orar mucho, sacrificarme para que todas las obras de los hermanos lleven la luz de Dios y testimonien su participación en la divina naturaleza, para que viendo todos sus frutos buenos se den cuenta, de que Dios está en ellos, ya que, conociendo el árbol por sus frutos, no pueden nacer de árbol malo, si son buenos, sino de la luz.
El amor en la psicología y en la teología
La entrega de una persona no estará nunca motivada por leyes, sino por amor. Así hemos comprobado el fracaso de la formación que se ha dado a base de órdenes y mandatos, de prohibiciones y distingos; los así educados han caído en la vulgaridad.
Es necesario cuidar mucho de que nuestra teología y sicología no siga los derroteros de la ley mosaica que fue perfeccionada por Jesús en el Evangelio.
Una espiritualidad basada limpia y genuinamente en el Evangelio será mucho más cautivadora y eficaz. Y es porque el Evangelio se resume en el amor, «la plenitud de la ley es el amor» (Rm 13, 10); por eso remontando la corriente y poniendo en la base el amor, el ser humano respira hondo, da su mejor sonido y está dispuesto a los más altos saltos, a las entregas más sacrificadas.
Éste es el caso de Teresa del Niño Jesús. Ella amó, hasta morir de amor. Comprendió lo que desea Dios ser amado y se dio totalmente. No habría podido hacerlo esto un mandato. Lo hizo el amor. «Soy de un carácter tal, que el temor me echa para atrás, mientras el amor no sólo me hace correr, sino volar». «Amándole, no temiéndole, ninguna alma llegaría a ofenderle» «El amor es lo único que me atrae»
«El amor es el único bien que deseo» . Ni la Ley de Moisés ni en general ninguna ley positiva y escrita, puede cambiar el corazón del hombre. Por esta razón, cuando Jesús envíe a los discípulos en Pentecostés al Espíritu, no les dará una ley exterior, sino una ley interior, que no está escrita en la piedra, sino en los corazones. Será el cumplimiento de la profecía de Ezequiel:
«Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios» (11, 19).
En la cruz, Jesús destruye el corazón de piedra de los hombres. Cuando el Espíritu de Cristo penetra en el cristiano, en la medida en que éste lo acoge, cambia y transforma el corazón de piedra en corazón de carne. La nueva ley del Espíritu es el amor, que actúa no «por obligación», sino «por atracción» hacia el bien. Sin el amor no se puede observar la ley. «Si uno me ama, guardará mi palabra» (Jn 14,23).
El amor se prueba en el cumplimiento de los mandamientos: «En esto consiste el amor, en observar sus mandamientos» (2 Jn 6). Entre la ley y el amor se establece una colaboración y una sinergia. El amor apoya la ley y la ley protege el amor. La ley se nos da para sostener nuestra libertad, no para eliminarla, y para ayudarnos a comprender la voluntad de Dios.
¿Quién creyó nuestro anuncio? Teresita creyó el anuncio profético de Isaías en su capítulo 53. “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los pequeños”.
Contemplando Teresita una estampa de Cristo en la cruz sangrando, comprende la necesita de orar y sufrir por los pecadores, que es recoger la sangre de Cristo que chorrea, inmolarse por los sacerdotes que han de convertir a esos pecadores y ayudarles a que salgan del pecado.
Los frutos del sufrimiento de Teresita
Teresita viene a visitar España. Cuando apenas podía caminar por el huerto porque se lo había ordenado el médico, le dijo una hermana: ¿Pero no ve que eso la fatiga más? –Ando por un misionero.
Se ha comprobado que a la misma hora un misionero lejano y enfermo, se había podido levantar de la cama para asistir a un moribundo. Sus sufrimientos la traen ahora a España, después de haber recorrido los cinco continentes a seguir haciendo el bien sobre la tierra y a derramar una lluvia de rosas.
Es el fruto que profetizó Isaías: “¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él cargó con el pecado de muchos e intercedió por los pecadores. Alégrate, estéril, que no dabas a luz, rompe a cantar con júbilo la que no tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada.
Ensancha el espacio de tu tienda, despliego sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca bien tus estacas; porque te extenderás a izquierda y derecha. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas” (Is, 53-54).
La fuerza del amor
La fuerza del amor es inmensa. Por amor la madre se inmola día y noche. Por amor el hombre deja a su padre y a su madre. Por amor el joven modifica su carácter a voluntad de su amada. Por amor se realizan las más heroicas acciones, las gestas más generosas.
Dile a un niño que estudie. No lo hace. Proponle una motivación de amor, que, desgraciadamente suele ser de amor propio, y ese niño, que no se movió por la orden, se mueve y estudia para conseguir el premio que le han propuesto conquistar; le mueve el amor del premio, del honor y del valor de lo que piensa ganar. Y estamos aún en el terreno de sicología humana desnudamente.
Si a toda esa fuerza de amor, le añadimos la potenciación, que es el amor divino, todo se ilumina con una luz nueva de poder y de altura incomparable.
Es que el ser humano ha entrado a participar en la fuerza de Dios; es la misma acción de Dios la que el hombre posee. Se mueve desde Dios, en Dios, por Dios, con los motivos de Dios, con sus propias fuerzas y ahora sí que es realidad la expresión de Pablo: «Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí » (Ga 2,20).
Ese ser humano ahora ya es capaz de todo lo que antes le acobardaba. Comprendemos ahora lo que les sucedió a los Apóstoles después de Pentecostés: gozosos salían de las palizas recibidas; valientes predicaban el nombre de Jesús: «era necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 4, 19).
Eran los mismos que antes se habían dado a la fuga y habían negado al Maestro, ¿quién había intervenido para que se diera tal cambio? No era otro que el Espíritu, que es Amor. No era otro que el Espíritu que derramó en sus corazones la caridad, obra suya, por la que el hombre vive en Dios (2 Co 3,14; 1 Pe 4,6).
¡Misterio del Amor de Dios!
Misterio de su participación de su vida en nosotros… Si lo comprendiéramos mejor, si lo reflexionásemos más, estimaríamos mucho más el crecimiento en el amor que la salud, y el dinero y el amor humano.
No hay nada que se pueda comparar con este don sublime de la misma vida de Dios que nos diviniza y nos hace poderosos en Dios y nos sumerge en el misterio de la Redención y nos da eficacia en el orden santificador.
Pensando en la realidad de un hombre que muere por nosotros: «Me amó y se entregó a sí mismo por mí», San Pablo (Gal 2,20) quedaba abrumado y extasiado. Si esta verdad que está en nuestra cabeza, llegara al corazón y experimentáramos el amor de Dios, nos dedicaríamos a las buenas obras que él determinó que practicásemos, por amor suyo y sin atrevernos a pasarle factura, como afirma la Nueva Doctora de la Iglesia, Santa Teresa del Niño Jesús: «Después de haber recibido tantas gracias, ¿no puedo cantar con el salmista «cuán bueno es el Señor, cuán eterna es su misericordia?».
Creo que si todos los hombres se dieran cuenta de tanto amor, nadie tendría miedo a Dios, sino que le amarían inmensamente; nadie cometería nunca ni un solo pecado, por amor y no por temor». Porque como escribe San Ireneo: «Dice Juan en el Apocalipsis: Era su voz como el estruendo de muchas aguas. Pues muchas son las aguas del Espíritu de Dios, porque rico y grande es el Padre».
Se equivocaron tanto quienes creen que a la Iglesia se la sirve con actos humanos… Son los actos divinos los que cuentan y éstos no se realizan sino en Dios, desde Dios, en su Corazón. En el Amor. Limitaron el poder humano sobrenaturalizado, con mirada modernista.
Santa Teresa del Niño Jesús, Maestra del Amor
Ella ha vivido con genial intuición, de la que no estaba ausente la gracia, la espiritualidad del Evangelio, cuyo resumen es amor, como hemos dicho, pero además ha captado la fuerza galvanizante del amor, aun del humano, lo que pasa es que ella vio con una caridad impropia de sus años, aparte de que no había experimentado desengaños que la amaestrasen, que las criaturas humanas la dejaban con hambre. Escuchemos sus palabras:
«Necesito un corazón ardiente de ternura,
que sea mi apoyo para siempre;
que ame todo en mí, hasta mi debilidad,
que no me abandone ni de día ni de noche.
No he podido encontrar criatura alguna
que me amara siempre sin morir;
necesito un Dios que tome mi naturaleza,
que se haga mi hermano y pueda sufrir».
«Cuando en mi joven corazón se encendió
esta llama que se llama amor,..
viniste tú a reclamarla.
Y tú solo, oh Jesús, pudiste
contentar mi alma.
Porque tenía necesidad de amar
hasta el infinito.
Ella supo encontrar un Corazón capaz de saciar su hambre. Y quiso enseñar ese camino a las almas para que no se dejen deslumbrar por espejismos. Aprendamos sus lecciones y dejémonos influenciar por su acción apostólica aún actual.
Imposible escribir o hablar de Teresa del Niño Jesús, pensar en ella o rezarle, sin verla totalmente penetrada de amor. Su vida, su virtud, todo en ella parece la obra del Amor.
El amor de Dios ha sido la fuente de energía que fecundó toda su vida espiritual; este amor se ha explayado en la práctica de todas las virtudes y valores humanos y en filigranas de delicadeza, ha encontrado su perfeccionamiento en el espíritu de infancia y ha engendrado en su alma ubérrimos frutos. En el alma de Teresa hay una disposición, que es la primordial, y que siempre permanecerá como fundamental: el amor.
Caracteres complementarios
Pero este amor presenta dos caracteres complementarios: el Dios que Teresa ama no es un dios abstracto, el dios de los filósofos y de los sabios; es el Dios hecho hombre, el Verbo encarnado. Es un amor vitalista el suyo.
El segundo carácter de este amor no es en Teresa un sentimiento más entre otros muchos, una emoción, una delicadeza del corazón que puede compaginar con todas las debilidades y caprichos de la infancia. Su niñez se revela heroica: «Desde la edad de tres años no he negado nada a Dios», nos confiesa.
La historia de su alma no es, en el fondo, otra cosa que el cumplimiento y la manifestación de lo que Dios puede hacer cuando nada entorpece su libertad soberana.
A sus catorce años y medio se despertó en ella la pasión de la ciencia. ¿Será una intelectual? La cautivaban la teología, la filosofía, las ciencias naturales. Pero la más grande santa de todos los tiempos decidió dedicarse sencillamente a la ciencia del Amor.
Estuvo a punto de recibir lecciones de pintura junto con Celina, pero no quiso insinuar a su padre que eso le gustaba, por delicadeza de sacrificio de su propio impulso. Por el amor teologal llamará a Dios mi Padre y será siempre su hija. Pero esta filiación divina, tomada en el sentido más estricto de la palabra.
Ella tuvo un concepto de santidad bíblico, genuino y perfecto y fue consciente de que tenía que enseñarlo al mundo. Escribe a Paulina: «La santidad no consiste en ésta o la otra práctica, sino en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra flaqueza y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre».
El amor para ella será el ascensor para subir a Dios, al que verá significado en la madre que ve a su pequeñín haciendo esfuerzos inútiles por subir los escalones uno a uno y a gatas, y ante la impotencia del querido pequeño, la madre se abaja y coge a su niño y lo sube en brazos. Dios Padre será el águila que remonta al pajarillo que agita impotente sus alas intentando volar.
Esta es la gran intuición de Teresa: que el amor nos viene de Dios. El Amor es el deseo ardiente de querer todo el bien para el Amado. Quitar todo el mal al Amado. Hacer feliz al Amado. Evitar disgustos al Amado.
San Juan de la Cruz dice que «amar es trabajar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios». Aquí él se fija más que en el ser, en el obrar del Amor. Eso lo hizo Teresa que no negó nada a Dios desde que tenía tres años. Así realizó Dios con ella todo lo que quiso. Y la hizo la más grande santa de los tiempos modernos, como afirmó Pío XI, que la llamaba también, la estrella de su pontificado. Recordemos algunas páginas de su vida.
Teresita intenta desclavar a Jesús de la cruz
Las delicadezas con Dios eran incesantes. «Con frecuencia le llevaban rosas, que ella deshojaba sobre su crucifijo, acariciándole con cada pétalo»
Cuenta una hermana: «Un día que la vi tocando dulcemente la corona de espinas y los clavos de su Jesús con la punta de los dedos, le dije: «¿Qué hacéis?». Entonces, con un suave gesto de admiración ante mi sorpresa, me confesó: «Estoy desclavándole y quitándole la corona de espinas».
Escribe la Santa en su autobiografía: «Un domingo, contemplando una imagen de Nuestro Señor en la Cruz, quedé profundamente impresionada al ver la sangre que caía de una de sus manos divinas.
Experimenté una pena inmensa al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se cuidara de recogerla; y resolví mantenerme constantemente en espíritu al pie de la cruz para recibir el divino rocío que goteaba, comprendiendo que luego tendría que derramarlo sobre las almas.
El grito de Jesús en la cruz: «¡Tengo sed!», resonaba continuamente en mi corazón. Aquellas palabras encendían en mí un ardor muy vivo y desconocido. Deseaba dar de beber a mí Amado. Yo misma me sentía devorada por la sed de almas. No eran todavía las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino la de los grandes pecadores. Me abrasaba el deseo de librarías del fuego eterno.
Su primer hijo
Prosigue su narración: «Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte en castigo de sus horribles crímenes. Todo hacía creer que moriría impenitente. Me propuse impedir a toda costa que cayera en el infierno. Para conseguirlo empleé todos los medios imaginables….
Le dije a Dios que estaba segurísima de que perdonaría al pobre desgraciado Prancini, y que así lo creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, ¡tanta era mi confianza en la misericordia infinita de Jesús! Pero, que para animarme a seguir orando por los pecadores, y únicamente para mi consuelo, le pedía sólo, «una señal» de arrepentimiento. Mi oración fue escuchada al pie de la letra.
Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manos el periódico La Croix. Lo abrí apresuradamente, y… ¿qué fue lo que vi?.., ¡Ah! Las lágrimas traicionaron mi emoción, y hube de esconderme. Pranzini no se había confesado. Había subido al cadalso, y estaba ya a punto de meter su cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, herido por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote, y besó tres veces las sagradas llagas…Había, pues, obtenido «la señal» pedida».
Amor puro sin esperar recompensas
Su gesto y actitud vital es un latigazo para nuestra sociedad de consumo, de competitividad y de inexistencia de la gratuidad:
«En el rezo de Sexta hay un versículo que pronuncio siempre con repugnancia. Es éste: «Decidí en mi corazón cumplir tu voluntad por la recompensa». Me apresuro a decir interiormente: «¡Oh, Jesús mío, bien sabéis que no os sirvo por la recompensa, sino únicamente porque os amo y por salvar almas!»»
«Yo presentía ya lo que Dios reserva a los que le aman… y viendo estas recompensas eternas desproporcionadas con los sacrificios de esta vida quería amarle con pasión, darle mil muestras de ternura mientras aún podía hacerlo.
Víctima de amor
Yo soy sólo una niña impotente y débil; sin embargo mi misma debilidad me da la audacia de ofrecerme como víctima de vuestro amor. Antiguamente sólo las hostias puras y sin tacha eran aceptadas por el Dios fuerte y poderoso; para satisfacer a la Divina Justicia eran necesarias víctimas perfectas. Pero a la ley del temor ha sucedido la del Amor y el amor me ha escogido por holocausto, a mí, débil e imperfecta criatura.
¿Esta elección no es acaso digna del amor?» . Yo creo que si todas las almas recibieran tales favores (los que ella ha recibido), Dios no sería temido por nadie.
Santa Teresa del Niño Jesús y su caminito
Se llama caminito porque prescinde de los caminos extraordinarios, y demuestra el estado de infancia ante Dios y porque es corto en cuanto renuncia a distancias que se pueden medir. No es caminito porque es el que recorren las personas imperfectas.
La misión de santa Teresa del Niño Jesús será enseñar su caminito: «Presiento que voy a entrar en el descanso, pero sobre todo presiento que mi misión va a comenzar: la misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de entregar mi caminito a las almas».
El caminito de Teresa es el primer mandamiento cumplido con toda verdad. Tras la anestesia puedes cortar lo que quieras. El amor de Dios adormece los apetitos. Ella nos cuenta que cuando ve a su Dios mendigo de amor no lo puede resistir.
El crucifijo del patio le mendiga sacrificios. Pero su amor es tan delicado que quiere ser «imitación de la humilde violeta, que derrama su aroma sin que las criaturas sepan de dónde viene el perfume. Lo ha aprendido en su Maestro y consanguíneo, San Juan de la Cruz.
Para no afligirle no llorará delante de Dios. «¿Llorar delante de Dios? No, para no entristecerle» . Por lo mismo sonreirá durante las disciplinas. Quiere coger a Jesús por el Corazón. Si un niño se echa al cuello de su madre… todo lo consigue. Y esto vale para todos, aunque fuera una gran pecadora como Magdalena o el buen ladrón.
Santa Teresa del Niño Jesús y las necesidades de nuestro tiempo
El Papa Pablo VI, en carta dirigida al obispo de Bayeux – Lisieux, con motivo del Centenario del nacimiento de santa Teresa, quiso que el mensaje de la Santa de Lisieux, fuera expuesto de acuerdo con las necesidades espirituales de nuestro tiempo. «Formulando estos votos con un corazón ardiente, os alentamos, querido hermano en el Episcopado, a emplear todos los medios para que el mensaje de la Santa de Lisieux sea expuesto nuevamente, meditado, profundizado, de acuerdo con las necesidades de nuestro tiempo… (Ecclesia, 20 enero 1973, pág. 11).
Las necesidades de nuestro tiempo…unos se secularizan porque no encuentran aún bastante clara la identidad del sacerdocio… Otros apenas si tienen tiempo para las pequeñas tareas sin brillo, pensando que son ellos los que forjan la historia de la Iglesia… Otros, en busca de novedades, resucitan errores ya viejos en la historia multisecular de la Iglesia… Las necesidades de nuestro tiempo…
Lo que está necesitando la Iglesia de hoy es el programa que Teresa del Niño Jesús nos propone: su caminito de infancia espiritual.
A lo que menos nos resignamos es a ser niños. Ya somos muy mayores. Y se proclamará con voz ahuecada llena de soberbia que hemos llegado a la mayoría de edad. Con tanto como hoy se sabe… Con las cumbres tan altas que ha alcanzado a estas horas la inteligencia del hombre… hacernos niños…
Sin embargo Jesús nos dice: «Si no os hiciereis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3). Pero hacernos niños supone dar un golpe mortal a la soberbia en que se está destruyendo la vida humana. Dar valor a las cosas pequeñas. Porque no son las cosas las que tienen valor sino el amor con que están vivificadas.
Dios no necesita nuestras deslumbrantes obras, nuestras retóricas huecas… Lo que Dios busca es nuestro amor. Y el amor puro puede vivificarlo todo: desde las recepciones de un Jefe de Estado hasta la acción tan trivial de pelar patatas en la cocina.
He ahí las necesidades de nuestro tiempo. Esta es la llaga que con dedo certero señaló el Papa Pablo VI cuando pidió «que el mensaje de santa Teresa fuera propuesto de acuerdo con las necesidades de nuestro tiempo».
Es el amor por lo pequeño, el cuidado de lo más opaco, la atención a las cosas más insignificantes, que son las que constituyen en mayor número la vida humana, lo que hay que hacer y además, hacerlo por amor de Dios. En eso es maestra Santa Teresa.
Ráfagas de su vida
Su vida se desliza uniforme casi monótona, por claustros, celdas y oficinas. Por la mañana trabaja en la ropería; barre la escalera y el dormitorio. Por la tarde sale a arrancar hierbas en la huerta. Otra temporada se encarga del comedor: prepara el pan, sirve el agua, distribuye la cerveza entre las hermanas.
La nombraron sacristana y con gozo manejaba los vasos sagrados. A veces pinta o escribe poesías. Nada extraordinario. Dada su debilidad de enferma no puede seguir todos los actos de comunidad ni practicar las penitencias de la Orden; y, sin embargo, avanza velozmente hacia la santidad. ¿Cómo?
Haciendo actos extraordinariamente pequeños pero vivificados por un amor purísimo. Ese es el secreto de su vida espiritual. Ese amor, que es, a la vez, confianza filial y desprendimiento de sí misma, es el ascensor divino, que la eleva, sin esfuerzo aparente, hasta los brazos de Dios.
Este es el caminito suyo, el de su infancia espiritual; programa de vida para las almas pequeñitas a los ojos de los hombres; nuevo sistema espiritual, en el que han desaparecido los métodos complicados; santidad ingenua, sin matemáticas y sin alardes. Es la pura doctrina evangélica, despojada de todo aquello con que la habían ido recubriendo los hombres.
Abnegación heroica
Una noche al salir del coro para ir a la celda se encuentra sor Teresa con que su linterna no está en el anaquel. Alguien se la llevó equivocadamente. ¿Irá a reclamarla? Si no lo hace tendrá que estar en la celda a oscuras una hora. Y sin poder trabajar, hoy precisamente que tenía mucho trabajo. Teresa calla. Se va a oscuras a la celda, y a oscuras se pasa una hora, ofreciendo gustosa aquella privación que ocasiona la pobreza.
¿Veis por qué he dicho antes que el Papa señaló con dedo certero las necesidades de nuestro tiempo? Cualquier joven de hoy creerá que así no se realiza, que es hora de protestar y de contestar. La contestación tan en moda, no entra en el camino sencillo, pero arduo, de la infancia espiritual.
Durante la oración de comunidad en el coro, al lado de Teresa una hermana hace ruido molesto y persistente moviendo su rosario grande. Teresa, que tiene un oído finísimo, afinado aún más por su misma enfermedad, se siente muy molesta. Ha sentido muchas veces el impulso de volver la cabeza para llamar la atención a la hermana del ruido, pero se ha dominado pensando que sufrir aquello por amor de Dios y del prójimo, es mejor que gozar de un místico recogimiento y se vence, aunque la violencia que tiene que hacerse le hace sudar copiosamente. Y en vez de taparse los oídos, los aplica al ruido desagradable con el mismo interés que si escucharía un concierto delicioso.
Otro día está en el lavadero. Frente a sor Teresa, que lava ropa, una hermana le salpica la cara con agua sucia de pañuelos. Siente un primer impulso de alejarse limpiándose la cara, como una manera de advertir a la hermanita su faena. Pero, no; aquellas gotas que son de agua sucia para el cuerpo, pueden convertirse en perlas para el alma, Teresa aguanta la aspersión con rostro sereno, y hasta con espíritu gozoso, mientras el natural siente la repulsa de aquella rociada desagradable.
Algunos se resignan con pasividad; otros se encierran en su egoísmo o en el goce inmediato; otros se endurecen o se rebelan; otros, se desesperan.
A unos y a otros Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz enseña a no contar con solas sus fuerzas, ya se trate de la virtud o de la limitación, sino con el amor misterioso de Cristo, el cual es mayor que nuestro corazón, y nos asocia a la ofrenda de su Pasión y al dinamismo de su vida. ¡Ojalá pueda ella enseñar a todos el «pequeño camino real» del espíritu de infancia, que es justamente todo lo contrario de la puerilidad, de la tristeza!
Crueles pruebas de familia, escrúpulos, temores y otras dificultades, incluso parecía que iban a ser capaces de impedir su perfección; la enfermedad no perdonó su juventud; y lo más duro: tuvo que experimentar profundamente la noche de la fe. Y Dios le hizo encontrar en el fondo mismo de esa noche, el abandono y el valor, la paciencia y la alegría, en una palabra, la verdadera libertad (Pablo VI).
Sembradora de amor
Santa Teresa del Niño Jesús sembró amor y cosechó amor. Amor hace falta ya, ahora mismo.
Cuando Pablo VI en la apertura de la cuarta y última sesión del Concilio dijo: «éste ha sido un grande y triple acto de caridad hacia Dios, la Iglesia, la Humanidad», (10 septiembre 1965) estaba dando la pauta de todo el supremo quehacer del hombre y nos compendiaba que la orientación básica de toda renovación posconciliar es el Amor, que por su propia naturaleza va dirigido hacia Dios y hacia los hermanos.
El teólogo converso del ateísmo Olivier Clément, moldeado por la teología patriótica y muy conocedor de la literatura rusa, nos ofrece una de sus más bellas páginas sobre el Amor de Dios «más fuerte que todo el mal del mundo». «Hoy, quizás por primera vez en la historia, los cristianos se van volviendo pobres y libres».
El papel del cristianismo no es luchar contra la secularización, que es un hecho, sino hacer que esta secularización llegue a ser positiva, es decir que permita a la Iglesia ser un fermento y no un poder. Hoy existe una apertura a lo pequeño, a lo sencillo, hay una vuelta a las cosas esenciales».
Doctora de la Iglesia
El Romano Pontífice Juan Pablo II declaró el 19 de octubre de1997 a Santa Teresa del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia. A algunos, los que no la conozcan mucho, les habrá parecido excesivo. A los que la conocemos mejor nos parecía necesario, en medio del espeso y confuso y enmarañado bosque en que se ha movido estos años pasados y se sigue moviendo, el concepto de la extensión del Reino de Dios, el Misterio de la Iglesia.
Con esta proclamación, Teresa del Niño Jesús, ha entrado en el rol de unos pocos santos designados doctores de la Iglesia por el volumen, la calidad y la influencia, de la ortodoxia de su doctrina, basada en la Verdad revelada de Dios, transmitida por la Escritura y por la Tradición y enseñada por el Magisterio de la Iglesia
Los primeros maestros ilustres de la fe, sucesores inmediatos o casi inmediatos de los Apóstoles, reciben la calificación de Padres apostólicos y son: Ignacio de Antioquia, Policarpo de Esmirna, los autores de la Didajé y de la Didascalia, Clemente de Roma, Ireneo de Lyon y otros.
La generación siguiente, que incluye al grupo de apologistas como Tertuliano, Orígenes, Justino, es llamada de los Padres de la Iglesia Son una pléyade incalculable, cuya obra está presente en la colección monumental de Migne, que contiene los numerosos volúmenes de padres griegos y latinos, desde el siglo III al XII, a la que puso fin Pío XII designando a San Bernardo «el último de los Padres de la Iglesia».
Teresa de Lisieux con los Doctores
A partir del siglo IV brillan los llamados doctores de la Iglesia muchos de los cuales forman parte también de los Padres de la Iglesia. Eran treinta y dos, catalogados según el año de su muerte:
Hilario de Poitiers (+367); Basilio Magno (+369); Atanasio (+373); Efrén (+373); Gregório Nazianzeno (+379); Cirilo de Jerusalén (+386); Ambrósio de Milán (+397); Juan Crisóstomo (+407); Jerónimo (+420); Agustín de Hipona (+430); Cirilo de Alexandria (+444); Pedro Crisólogo (+451); León Magno (461); Gregorio Magno; (+604) Isidoro de Sevilla (+636); Beda el Verable +735); Juan Damasceno (+749); Pedro Damiani (+1072); Anselmo (+1109); Bernardo de Claraval (+1153); Antonio de Pádua (+1231); Tomás de Aquino (+1274); Buenaventura +1274); Alberto Magno (+1280); Catalina de Sena (+1380); Teresa de Jesús (+1582); Juan de la Cruz (+1591); Pedro Canisio (+1597); Lorenzo de Brindis (+1619); Roberto Belarmino (+1621); Francisco de Sales (+1622) y Alfonso María de Ligorio (+1787).
Esta radiante corte de santos han sido maestros de la interpretación de la Escritura, de teología dogmática, de teología moral, de filosofía, de las ciencias naturales, de la oración, de la espiritualidad y de la mística. La voz del Papa ha unido a esas refulgentes estrellas, a la humilde carmelita Teresa del Niño Jesús (+1897). Con ella el número de Doctores llega a 33.
La obra escrita de la nueva Doctora
Su obra escrita de su doctrina, es modesta: sólo tres manuscritos autobiográficos, dos, escritos por mandato de dos prioras, y uno en forma de carta a una hermana; 274 cartas escritas a diversas personas a lo largo de sus nueve años de vida monástica; un volumen de poesías religiosas, género literario usado también por Juan de la Cruz y Teresa de Jesús; algunas obras teatrales también de cuño religioso; otros textos esparcidos y las palabras recogidas durante su larga agonía, por sus hermanas Paulina y Celina, monjas del mismo Carmelo de Lisieux.
Esta obra, no tiene ningún parecido con la gigantesca bibliografía de San Agustín o de Santo Tomás de Aquino. Ni tampoco pretensión adoctrinadora o pedagógica, ni menos, afán académico. Sólo es el reflejo ordinario de una joven monja, de origen burgués, encerrada desde los 15 años en un Monasterio provinciano de Normandía, a finales del siglo XIX.
Pero ocurre que varios autores famosos vienen escribiendo libros eruditos, que ya constituyen una vasta y sabia biblioteca, para estudiar esta pequeña colección de escritos espirituales.
Teresa del Niño Jesús es una Doctora de una profunda espiritualidad. Doctora de la infancia espiritual hecha de humildad, confianza y amor. Doctora de amor, esencia de la comunión con Dios, del valor de las cosas pequeñas y de la vida de fe. El gesto del Papa honra a Teresa y se refleja en la Iglesia, sobre todo en los jóvenes, en las mujeres y en las religiosas contemplativas y apostólicas.
Teresa profetizó su doctorado
Por inverosímil que parezca, la Santa lo había deseado, y hasta profetizado: «A pesar de mi pequeñez, quisiera iluminar a las almas como los profetas y los doctores», escribió en su Manuscrito 8 3rº. Cuando sor María de la Trinidad dijo a su maestra, Teresa del Niño Jesús, las grandes semejanzas que encontraba entre el «caminito» y la doctrina de un teólogo dominico, Teresa exclamó: ¡Qué alegría me das! No puedes imaginártelo. Saberme apoyada por un sabio, por un teólogo famoso, me produce una alegría incomparable».
Ha iluminado a muchos teólogos
Numerosos teólogos se han dejado ya «iluminar» por Teresa. Por ejemplo, el Cardenal Urs von Balthasar, quien ya en 1957 publicó su obra «Teresa de Lisieux. Historia de una misión», editada en castellano por Herder, ha demostrado cómo Teresa ha fecundado y rejuvenecido la teología, y en su última gran obra, «Teología», cita a santa Teresa de Lisieux junto a santa Catalina de Sena, para ilustrar cómo «el Espíritu Santo se manifiesta en cada uno según las necesidades» de la Iglesia» (1 Cor 12,7). «Cuando llegue a puerto, le enseñaré», escribía la joven carmelita ya moribunda, al abate Belliére.
El «maná escondido», el «alimento totalmente espiritual» que Teresa soñaba con repartir ha alimentado y ha dado vida «a un gran número de almas pequeñas, una legión de pequeñas víctimas». Ya son muchas las personas que han experimentado y verificado en su propia existencia ese «caminito muy recto, muy corto y totalmente nuevo» en el que Jesús había instruido antes en secreto a la humilde carmelita.
Desde la primera edición de la «Historia de un alma», son innumerables los testimonios de que Teresa ha enseñado el «camino de la confianza sencilla y amorosa» y «el del sufrimiento unido al amor». Y lo ha enseñado tanto a los más humildes cristianos como a los papas, a una multitud de hombres y mujeres de todas las culturas y de todas las clases sociales, a muchos jóvenes sedientos de absoluto, tanto en las antiguas Órdenes religiosas de diversas espiritualidades como en las nuevas comunidades y movimientos cristianos nacidos después del Concilio.
También ha influido en Papas, filósofos, novelistas y santos
Uno de los que han gozado esa influencia beneficiosa es el Papa Juan Pablo II. Surgen también testigos de la presencia de Teresa entre los ortodoxos, los protestantes, e incluso entre los musulmanes. Su alcance ecuménico y religioso universal, es evidente. Ella está extendiendo su «doctrinita» hasta los confines de la tierra.
Juan Pablo II manifestó en Lisieux que el carisma de Teresa es a la vez «la confirmación y la renovación de la verdad más fundamental y más universal» de la Revelación. El genio de santa Teresa de Lisieux ha inspirado a novelistas, como Bernanos, a filósofos, como Jean Guitton, quien ha escrito que «Teresa lleva el sello de la modernidad» y a Edith Stein, fenomenóloga, ya canonizada, a predicadores, a fundadores, a artistas, poetas, cineastas, pintores y arquitectos.
El Padre Léthel, en su trabajo sobre la Teología de los Santos, llamó a la pequeña Teresa «el Doctor por excelencia del amor de Jesús». El Padre María Eugenio escribe: «En cada momento crucial de la historia, en cada civilización, el Espíritu Santo coloca un maestro encargado de dispensar su luz. En los umbrales de este mundo nuevo que se anuncia, Dios ha colocado a Teresa del Niño Jesús».
La doctrina de esta Doctora fue su vida
La doctrina de Teresa es absolutamente inseparable de su vida, pues su «doctrinita» brotó de los acontecimientos de su corta existencia. La joven carmelita no escribió ningún tratado sistemático.
El camino de la infancia espiritual, corazón del mensaje de Teresa hunde sus raíces en el Evangelio, su guía fundamental. Su único «Director» es Jesús; aunque san Juan de la Cruz es su consanguíneo y su padre espiritual, y Santa Teresa de Jesús su Madre, que le ha proporcionado el molde de su vida de carmelita, el camino de sor Teresa del Niño Jesús fue un camino solitario, guiado por el Espíritu Santo que la condujo con paso firme y presuroso a recorrer su «carrera de gigante», que iba a ser extraordinariamente corta.
Con la perspectiva de la historia, nosotros podemos hoy comprobar cómo un providencial designio de Amor dirigió su vida, cada día más interiorizada, y a la vez más difundida, hasta alcanzar las dimensiones del universo. Ella estaba totalmente segura de la fecundidad que brotaría de su vida escondida en el Dios escondido (Is 45,15).
Escribió por obediencia
Ya he dicho que sus páginas, auténtico «bestseller» mundial, no han sido escritas con afanes literarios. Ella lo dijo: «no escribo para hacer una obra literaria, sino por obediencia». Exactamente lo mismo ocurrió a su Madre, Santa Teresa. Los Manuscritos autobiográficos sólo son unos «cuadernos de obediencia». Las Poesías, la mayoría de las veces, se las encargaban las carmelitas, y el «Teatro» va rimando las fiestas comunitarias para recreación y edificación de las religiosas.
Teresa escribe muchas veces sus cartas de prisa, pues tiene poco tiempo. Y sin embargo, de esos borradores de ortografía vacilante, y que no estaban destinados a la publicación, surge una doctrina coherente y de una transparente sencillez que desafía el análisis de los teólogos.
La experiencia demuestra que muchos no asimilarán su lenguaje, que es el del mundo religioso de finales del siglo XIX. Pero a las nuevas generaciones, ávidas de autenticidad, no las llama a engaño ese lenguaje porque Teresa les brinda la exigencia de un Amor único, el de Jesús, acrisolado en el fuego de la prueba de la fe y de la esperanza, y produce un impacto decisivo en sus vidas cotidianas, absolutamente normales.
El historiador Daniel Rops con los Papas
La inagotable Teresa no ha terminado todavía de desvelar sus secretos. En 1965, Daniel Rops concluía su Histoire de Eglise du Christ dedicándole cincuenta páginas, pues la veía como un símbolo universal. Después del Concilio Vaticano II, nos hemos percatado de que las intuiciones de Teresa, adelantándose mucho a su tiempo, estaban muy próximas a los temas mayores del concilio. Pues ella está presente en las grandes corrientes espirituales de este siglo y ha inspirado a numerosos santos y beatos de los tiempos modernos.
De Benedicto XV a Juan Pablo II, todos los papas han sido, en mayor o en menor medida, teresianos: el conjunto de sus declaraciones es una mina fecunda. Recordemos solamente la parte esencial de la homilía del primer Papa que peregrinó a Lisieux, el 2 de junio de 1980: «De Teresa, podemos decir, convencidos, que el Espíritu de Dios permitió a su corazón revelar directamente a los hombres de este tiempo el misterio fundamental, la realidad del Evangelio: el hecho de que hemos recibido realmente un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar ¡Abba! ¡Padre!”.
El caminito es el camino de la “santa infancia”». En la visita ad limina apostolorum de los obispos del oeste de Francia, el 14 de febrero de 1992, el mismo Juan Pablo II declaraba en su alocución: «La santa patrona de las misiones es de vuestra misma región. Desde Lisieux, Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, ha hecho irradiar en el mundo su ardor misionero. Su enseñanza espiritual continúa llegando al corazón de los fieles de cualquier condición.
Una gotita de rocío que se oculta en el cáliz de una flor
Cada santo ha dejado en la tierra una estela de luz, que le ha llevado a la comunión con Dios. No hay dos santos clonados, ni dos caminos iguales. Cada santo ha vivido la Vida divina de una manera, porque cada persona tiene su carácter particular, pues la gracia no destruye ninguna de las propiedades naturales. Y si proyecta su itinerario, cada uno describe el camino que él ha seguido, que se convierte en una variedad más.
Santa Teresita sufrió una verdadera crisis cuando trató de elegir su vocación específica, porque su ambición era inmensa: quería ser sacerdote, misionero, doctor, mártir… El ardor la consumía. Tomó las cartas de San Pablo y leyó el capítulo 12. Yo os enseñaré un camino mejor: “el amor”. Había encontrado su vocación: En el cuerpo de su Madre la Iglesia, será el corazón.
Sin el corazón no funciona ningún miembro. Siendo el corazón, la que quiere reunir todas las vocaciones, lo va a conseguir porque infundirá amor en todos. Yo ayudaré, a los sacerdotes, a los misioneros, a los doctores, a los mártires, a todos. Y eso desde un camino irrepetible, como su propio carácter; un camino que fuera reflejo de su espíritu, y orientación para otras almas semejantes a la suya.
Su camino será el caminito de infancia espiritual, que es tan específico como su alma. Su pensamiento se inspiró en el convencimiento de que no todos los caminos son buenos para todas las almas. Ella nos dice que, al comenzar su vida espiritual, se encontró con una multitud de sendas conducentes todas a la santidad. Pero advirtió que ninguna resultaba a propósito para su espíritu, porque: “Eran, decía, caminos demasiado perfectos para mi alma”.
Volviéndose a Jesús, le dijo que su deseo era llegar a la cumbre de la montaña del amor. Que la condujese por donde fuera su gusto, pues a ella no le importaba la aspereza del camino con tal de llegar al término. Esta actitud entraña el secreto de su caminito de infancia espiritual. No escoge ningún camino determinado, y, en eso mismo marca el camino del abandono en los brazos de Dios.
En el camino de Santa Teresa predomina el abandono y la confianza, que tiene una ventaja sobre todos los demás, al reducirlo al elemento esencial de toda santidad. Cuando Teresa se puso a disposición de Jesús para que la lleve por donde Él quiera, no le importó que el camino fuera lleno de claridades o de túneles tenebrosos. Por eso, cuando anduvo por medio de oscuridades espirituales, que no la permitían saber dónde se encontraba, si adelantaba o retrocedía, caminaba con la misma seguridad que si se viese conducida entre claridades divinas.
En este estado de confianza plena en Dios el alma no necesita ver ni sentir nada para tener la más absoluta certeza de que va bien, sabiendo que va en los brazos de Dios.
Santa Teresa del Niño Jesús, naturaleza tímida y sus circunstancias
Es muy joven, vive en un claustro, bajo una Regla, limitada para realizar acciones grandes. A ella no parece que le convenía un camino de penitencias corporales extraordinarias, ni siquiera de grandes obras externas. Cada persona ha de florecer en el lugar y clima en que está plantada.
Hoy vemos a un Juan Pablo II, ya anciano, desbordado de actos multitudinarios. Y lo hemos visto durante casi 23 años derrochando todavía mayor dinamismo. Él sintió vocación de carmelita descalzo y lleva el escapulario desde sus años de juventud. Antes de entrar al seminario, siendo estudiante universitario en Cracovia, pensó seriamente en entrar en el Carmelo, tras leer las obras de San Juan de la Cruz.
Sus escritos místicos le apasionaron hasta el punto de que en ellos basó su tesis doctoral de teología, defendida ante la Universidad Pontificia de Santo Tomás, «Angelicum», en Roma. El Cardenal Sapieha, su Arzobispo de Cracovia, desvió su vocación. Si hubiera seguido aquel camino, su vida y su trayectoria habría sido muy diferente.
Teresa de Jesús, la Madre Fundadora del Carmelo de Teresita, siguió una senda muy distinta de la de su hija. Cada uno en su lugar ha de echar las flores de acuerdo con sus circunstancias, cualidades y talentos. Teresita sólo pedía unos brazos divinos que la llevaran a las cumbres de la montaña del amor. Se acaba de descubrir el ascensor, y ella quiere utilizarlo. Intuye que Jesús, con cualidades infinitas, tiene dos grandes lunares: no sabe cálculo y está ciego.
Una señora que decía que tenía revelaciones, cuando las confiaba a su confesor, que no las creía, éste le pidió una prueba: Si dices que hablas con Jesús, pídele que te revele algún pecado mío, y te creeré. Acudió a Jesús con el encargo, quien contestó: ”¿Un pecado del padre? No recuerdo ninguno”. Teresita procede según el carácter infantil de que hablaba Jesús en su Evangelio, el caminito de infancia espiritual.
¿Su vida va a gozar de menor eficacia?
Nosotros medimos las cosas por su realidad física o por su trascendencia moral o social. Creemos que el esfuerzo realizado debe ser el principio que dé eficacia a la obra. Esto es lo que ocurre en el orden puramente natural. Porque en este orden es nuestro esfuerzo la causa total de la obra, y como el efecto no puede tener mas virtualidad que la que recibe de su causa, la obra realizada no puede tener más virtualidad ni mayor eficacia que el esfuerzo con que la hemos realizado.
En el orden sobrenatural cambia el aspecto de la cuestión. Y no es que en este orden deje de ser verdadero aquel principio filosófico de que el efecto no puede exceder la virtualidad de su causa sino porque interviene aquí un agente nuevo, que suma su acción a la nuestra: Dios. Y entonces el mérito y la importancia de la obra ya no hay que medirla por nuestro esfuerzo, ni mucho menos por su realidad física, sino por la virtualidad que Dios quiera comunicarla. Los cincuenta céntimos de la viuda pobre del evangelio fueron considerados como más meritorios que las enormes cantidades de los que tenía mayor poder adquisitivo que el de la pobrecita viuda, llena de amor generoso.
¿Obras grandes u obras pequeñas? ¿Qué mas le da a Dios?. El no necesita nada. El no necesita carne de toros ni sangre de cabritos. Las fieras y las aves son suyas. Cada obra producirá el efecto que él quiera. Sin que lo estorbe ni la insignificancia del instrumento, ni la adversidad de las circunstancias, ni la mala voluntad de los hombres.
El euro del pobre depositado en el tesoro público queda potenciado por esa riqueza. Sumado el amor de la persona humana que levanta un sobre del suelo por amor; mejor dicho, absorbido este pequeño esfuerzo del niño, o del adulto, hecho niño evangélico, en el océano siempre activo de la omnipotencia divina, adquiere valor infinito.
“Somos una gotita de rocío”
Así se lo enseñaba Santa Teresita a su hermana Celina: “Somos como una gotita de rocio que se oculta en el cáliz de la flor de los campos. Desconocidas de todos. No debemos envidiar ni siquiera al claro arroyuelo que serpentea por la pradera. Es verdad que su murmullo es muy dulce; pero, además de que por eso mismo no puede permanecer oculto, el arroyuelo no cabe en el cáliz de la Flor de los campos… ¿Es necesario ser tan pequeño para poder acercarse a Jesús…?
Se dirá que el arroyuelo es más útil que la gota de rocío, la cual no sirve más que para refrescar un instante la frágil corola de una flor silvestre. Esto es ignorar la causa del mérito de las obras. Jesús no tiene necesidad de nuestras obras brillantes ni de nuestros pensamientos sublimes; si él quisiera concepciones elevadas, ¿no tiene sus ángeles, cuya ciencia sobrepasa infinitamente la de los más grandes genios de este mundo?
No es, pues, ni la grandiosidad de las obras ni los talentos lo que Jesús quiere y aprecia. No pide más que una gotita de rocío que durante la noche de esta vida permanezca oculta en Él, en el cáliz de la Flor de los campos”.
Sublime concepción del valor real de las obras de los hombres
Sublime y consoladora. Porque, ¿qué seria de tantas pobres criaturas imposibilitadas para realizar obras brillantes, que tienen que pasarse la vida tendidas en su cama, o envueltas en la oscuridad de un oficio ingrato y repugnante? Si el mérito de las obras se basara en las apariencias brillantes, Dios habría sido injusto. Infinidad de criaturas estarían condenadas a la desesperación. Pero Santa Teresita pone una condición para que las obras más insignificantes tengan ese mérito: el que estén hechas en Cristo, con Cristo y por Cristo.
“Sin Mí no podéis hacer nada”. Sin Dios las acciones humanas valdrán sólo lo que tengan de apariencia; porque como la razón de ese otro mérito es Dios, si se prescinde de Él, la obra se quedará en su raquítico valor natural. Y eso ¿para qué lo quiere Dios? En cambio, la obra realizada por Dios y para Dios, por muy insignificante que sea en el orden natural, unida a la virtualidad de Dios, tiene toda la dignidad y toda la trascendencia de una obra de Dios.
Esa trascendencia no llegará a aparecer nunca a los ojos de los hombres en esta vida; pero algún día se manifestará, y entonces veremos cómo los grandes acontecimientos sociales, los grandes descubrimientos e inventos han sido causados por una multitud de obras de almas pequeñas, más que por las grandes hazañas de los héroes, y de los científicos, de los grandes estrategas y de los descubridores.
Incluso en el orden físico, un ascua ardiente es capaz de producir un incendio voraz. ¿No estará el secreto de la esterilidad de tantos actos multiplicados en la escasez de ascuas de amor?
Jesús Martí Ballester
jmarti@ciberia.es
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Santo del día 1 de Octubre: Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897)
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este es un tema de sonrreir y alegrarse
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