Jesús denuncia los pecados del pueblo elegido

El Templo

Como era necesario para los sacrificios previstos por la Ley entregar en el Templo corderos o tórtolas, se fue formando alrededor del Templo un comercio de gentes que sacaban provecho material del cumplimiento de la Ley por parte del pueblo. Por eso «entró Jesús en e/ Templo y arrojó a todos los que vendían y compraban en él y echó por tierra las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. Y les dijo: Está escrito: Mi casa será casa de oración, y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones» (Mt. 21, 13) San Juan llega a precisar que en esta ocasión, «haciendo un látigo con cuerdas, los arrojó del templo, a las ovejas y a los bueyes, y esparcid el dinero de los cambistas y volcó las mesas» (Jn. 2, 15)

Las riquezas

La avaricia y el amor a las riquezas son dos grandes dificultades para poder cumplir la Ley de Dios. Los grandes pecados contra la justicia: robos, estafas, etc. los condenaban todos; pero, además, los que se decían cumplidores de la Ley habían introducido deformaciones. Por ello Jesús recriminaba a los fariseos que olvidasen cuidar a sus padres mientras decían que su dinero era sagrado y ofrecido al Templo. También que «devoran las casas de las viudas simulando largas oraciones. Estas tendrán un juicio muy severo» (Jn. 12, 4-6)

Cuando Jesús enseñaba: «no podéis servir a Dios y a las riquezas, oían estas cosas los fariseos, que son avaros, y se mofaban de él» (Lc. 16. 13-14)

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