La grandeza del Santo Sacrificio de la Misa

El Sacramento de la Eucaristía

La Misa ocupa, en la vida de la Iglesia, el mismo lugar central que el Calvario en la obra de nuestra Redención. Todo deriva de allí y allí se une como en el punto culminante del misterio de nuestra salvación. La Misa es un sacrificio porque en ella Jesús se ofrece al Padre por su Iglesia, elevándola con Él, por Él y en Él hasta la Trinidad, y haciendo descender sobre ella los frutos de su inmolación. La Misa y el Calvario son sacrificio, pues a través del sacrificio damos culto a Dios y reparamos nuestros delitos.

Los sacrificios antiguos ni para expiar ni para glorificar eran por sí mismos suficientes. ¿Cómo podría la criatura manchada satisfacer a la divina justicia? ¿Cómo podrían glorificar a Dios perfectamente quienes no habían recibido la perfecta revelación de la infinita grandeza? Y Dios rechazó los antiguos sacrificios y realizó un prodigio estupendo de justicia y de misericordia, de sabiduría y de amor. Las víctimas ya no serían nuestros ganados o los frutos de la tierra, sino su mismo Hijo quien será sacrificado. En el Calvario, Jesús –Víctima purísima, capaz de ofrecer una satisfacción de valor infinito-, ofreció a Dios una expiación plena y sobreabundante por el pecado, y al mismo tiempo le tributó una glorificación perfecta, puesto que el conocimiento de la majestad de Dios se hizo divino en Jesús y el anonadamiento del Dios-hombre llegó hasta las profundidades del dolor y de la muerte.

¡Un Dios que muere para glorificar a Dios! Jesús, el Verbo eterno hecho hombre, conociendo la inefable perfección de esta glorificación suprema, de este acto de adoración y de reparación de valor infinito, se inmola con amor inmenso. Por eso una vez realizado el divino misterio, la excelencia de un sacrificio único, no le quedaba sino perpetuarlo, cristalizarlo, hacerlo permanente. Jesús realiza el prodigio en cada Misa. La Misa no es un sacrificio distinto del Calvario, porque el sacrificio del Calvario es único, ocurrió en el tiempo pero por voluntad divina permanece en la eternidad. “El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite -enseña el Catecismo (n. 1104)-; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el Misterio”. La Misa es Cristo Sacerdote y Víctima, en su único y eterno sacrificio del Calvario, ahora con nosotros, en medio de nosotros, contemplándolo nosotros con los ojos de la fe. La Misa no es sino el mismo sacrificio del Calvario. Tocamos aquí un misterio enormemente profundo y, a la vez, enormemente consolador: estamos presentes en el instante eterno de la muerte del Señor. “Todo el misterio de nuestra salvación ahí se encierra”, dice santo Tomás (Suma Teológica III, q. 83, a. 4).

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