Trastocar al mundo con el amor de Jesús

Las asambleas políticas nacionales han terminado, los partidos ya han designado a sus candidatos a la presidencia y la temporada electoral está entrando en sus últimas semanas.

Es un buen momento para que oremos por nuestro país y para que reflexionemos sobre nuestros deberes de ciudadanos y de creyentes.

Las Escrituras nos enseñan que no tenemos “ciudad permanente” aquí en la tierra pues somos ciudadanos del cielo y estamos en busca de la ciudad futura.

Pero como el profeta Jeremías les recordaba a los israelitas cuando éstos estaban exiliados en Babilonia, estamos llamados a trabajar por la prosperidad de la ciudad terrenal en la que vivimos.

Los primeros cristianos oraban por los líderes civiles. Bendecían a quienes los repudiaban y respondían al mal que los rodeaba, haciendo el bien.

Incluso frente al odio y a la persecución, nunca transigieron en sus creencias ni en su fidelidad a las enseñanzas de Jesús. “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, decían.

Los Hechos de los Apóstoles son el modelo de la primera evangelización y deberían seguir siendo nuestro modelo.

Ahí podemos ver cómo los primeros creyentes se negaron a conformarse según el espíritu de la época o las modas de la cultura. Ellos, más bien, predicaron la Palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo.

En Éfeso, cuestionaron a los ídolos de la economía y de la sociedad; en Atenas, se enfrentaron a los ideales de las élites culturales e intelectuales.

En los Hechos de los apóstoles vemos que los que se oponían a la Iglesia se quejaban de que los discípulos habían “revolucionado todo el mundo”.

Los primeros cristianos nunca intentaron cambiar el mundo mediante el uso del poder o de la violencia, sino que lo trastocaron al proclamar y practicar valores y virtudes que el mundo no había visto nunca antes.

Ellos proclamaron que Dios nos ama y que quiere que amemos a los demás a ejemplo de Él; practicaban la misericordia y la compasión, especialmente con los débiles y amaban incluso a sus enemigos, enseñando que debemos cuidar de todos, incluso de aquellos que están fuera de nuestro “grupo”.

Hoy damos por hecho estas ideas, pero éstas llegaron al mundo con Jesús y fueron inicialmente difundidas por su Iglesia.

La Iglesia de los inicios fue la primera en proclamar la santidad de toda vida humana.

En el siglo II Atenágoras, un laico cristiano, le escribía al emperador Marco Aurelio: “Consideramos al mismo feto en el seno materno como un ser creado, y por ende un objeto del cuidado de Dios”.

Aquellos primeros cristianos estaban dispuestos a morir por sus creencias y por su derecho a vivir de acuerdo a ellas. La libertad religiosa fue otra idea nueva que la Iglesia le trajo al mundo.

Algunas veces podemos pensar que nuestro mundo es tan complicado ahora que es imposible vivir nuestra fe con la misma coherencia que aquellos primeros cristianos.

Pero nuestros desafíos y nuestra misión siguen siendo los mismos.

Una vez más, este año los obispos de Estados Unidos nos han proporcionado una serie de excelentes recursos para ayudarnos a reflexionar sobre nuestras obligaciones de ciudadanos y seguidores de Cristo. Los exhorto a que visiten el sitio web de ellos (usccb.org).

Además, los aliento a que reflexionen sobre las secciones del Catecismo que abordan el respeto a la vida humana (números 2258-2330), la persona y la sociedad (números 1877-1948) y la doctrina social católica (números 2419-2449).

Los católicos no somos un partido político ni una alianza de votantes, y no tenemos una plataforma política.

Pero por el bautismo, cada uno de nosotros ha sido llamado por Jesús para continuar la misión de aquellos primeros cristianos, la misión de difundir los valores e ideales del Evangelio en nuestra sociedad.

En nuestros días, eso significa que debemos de defender la dignidad de la persona humana desde la concepción hasta la muerte natural, así como también la libertad y la igualdad de cada persona, sin importar su raza o lugar de procedencia.

Estamos llamados a hacer que este mundo se asemeje más al designio que Dios tuvo al crearlo.

Eso significa que debemos ser buenos administradores de la creación, que debemos construir una sociedad en la que los hombres y las mujeres tengan un trabajo que les permita llevar una vida digna, casarse y tener hijos, contando con un seguro en caso de llegar a estar discapacitados o cuando estén enfermos o estén mayores.

Hay una hermosa carta, procedente de la Iglesia de los inicios que dice: “los cristianos son para el mundo lo que el alma es para el cuerpo”.

Eso es lo que debemos pensar de nuestras vidas, que somos el “alma” del mundo.

Cada uno de nosotros puede llevar el amor de Cristo a cada segmento de nuestra vida, difundiendo su alegría y su paz en todas las relaciones que tenemos con nuestro prójimo, tanto en nuestro trabajo, como en la participación que tenemos en la sociedad.

Así es como vivieron los primeros cristianos. Y es también el modo en el que podemos revolucionar el mundo en nuestros tiempos.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y encomendémosle estas próximas semanas a Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, patrona de este maravilloso país.

3 de septiembre de 2024

Los escritos, homilías y discursos del arzobispo se pueden encontrar en ArchbishopGomez.com


Archbishop José H. Gomez

El obispo José H. Gomez es actualmente Arzobispo de Los Ángeles, California, la comunidad católica más grande en USA. Es también Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y forma parte de la Comisión Pontificia para América Latina.

En su ministerio, el Arzobispo José Gómez anima a la gente a seguir a Jesucristo con alegría y sencillez de vida, buscando servir a Dios y a sus vecinos en sus actividades diarias ordinarias.

Ha desempeñado un papel decisivo en la promoción del liderazgo de los hispanos y las mujeres en la Iglesia y en la sociedad estadounidense. Es miembro fundador de la Asociación Católica de Líderes Latinos y de ENDOW (Educación sobre la Naturaleza y la Dignidad de las Mujeres).

Durante más de una década, el Arzobispo Gómez ha sido una voz clara sobre cuestiones morales y espirituales en la vida pública y la cultura estadounidense. Ha desempeñado un papel principal en los esfuerzos de la Iglesia Católica para promover la reforma migratoria y es autor, entre otros libros, del titulado: Inmigración y la próxima América: renovando el alma de nuestra nación.

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