He estado pensando mucho sobre cómo las mujeres somos tan diferentes y la forma en la que decidimos afrontar nuestras experiencias de vida. La semana pasada escribí sobre la sanación del dolor que se queda alojado en el cuerpo, el corazón y la espiritualidad de una mujer después de realizarse un aborto. Hoy iba a escribir de algunos pasos que se deben dar cuando se ha llegado a ese momento de reconocer y aceptar que uno ha tomado una vida en sus manos. La vida es un regalo de Dios, la crea Dios, es de Dios. Sin embargo, tras haber leído una nota que comentaré a la brevedad, antes de escribir sobre ello escribiré sobre un punto muy importante que es el de aquellas mujeres que nunca se arrepienten ante el hecho de haber abortado, es decir, han decidido matar a un hijo que ya se gesta en el vientre.
Quiero escribir sobre esto, porque pienso que Dios lo quiere así, ya que al momento de escribir me remonto a la página que hace unos días leí en internet con las declaraciones de una mujer muy famosa y la forma en la que ella hablaba de que haber abortado la “afligió”, pero nada más. Abortó más de una vez pero esto no le ocasionó sufrimiento. Ella sigue y dice que su abuela le decía “tú eres diferente, tu naciste para ser libre”. Esta mujer hoy tiene 51 años, nunca se casó, dice que la soledad duele pero que a ella no porque ella ha decidido vivir aislada y que simple y sencillamente ella se dedica a romper moldes. Así lo dice: “yo rompo moldes”. Me quede mirando la fotografía de esta mujer al tiempo que recordaba la experiencia de otra mujer a la que Dios finalmente sano de las heridas de su aborto a los 51 años de edad.
Incrédula la miraba, cuando de inmediato vino a mí la imagen de un corazón endurecido. La mujer a la que me refiero habla descaradamente y sin ningún tipo de reparos, desde ese desorden mental y moral que provoca el pecado. Lo siento, pero ella mató, ella peco y mientras no se reconozca esto, no hay poder en el mundo que pueda entrar a su corazón, pues en los casos de aborto, es la mujer misma la que tiene que reconocer que abortar es abortar-se y en el momento en que sucede esto Dios entra al corazón y puede iniciarse en un proceso de sanación.
Esta mujer también me hizo recordar a aquella otra mujer que venía verme porque no comprendía por qué su marido la menospreciaba y porque no le daba atención al hijo de ambos. El la obligo a abortar la primera vez y luego ella decidió abortar a otra criatura más. Pretendía sanar su relación, su depresión y sus angustias sin reconocer que ella misma había decidido por una vida humana. Cada vez que tocábamos el tema, insistía en que lo hizo por el bien de esos niños porque si ese padre, no le dedicaba tiempo al primero, ¿qué calidad de vida iban a tener esos niños?
La Dra. Wanda Franz[1], de la Universidad de West Virginia (EE.UU.) indica la cura para las mujeres que alguna vez abortaron:
«Ante todo y principalmente, es necesario enfrentar la realidad de haber cometido un aborto. La verdad es que, cuando una mujer acepta someterse a un aborto, ella consiente en asistir a la ejecución de su propio hijo. Esa amarga realidad… se opone a la realidad biológica de la mujer, que ha sido ordenada precisamente para el cuidado y nutrición de su hijo, incluso no nacido. Asumir el papel de «verdugo», especialmente de su propio hijo, sobre el cual ella misma reconoce la responsabilidad de protegerlo, es extremadamente doloroso y difícil. El aborto es todo lo contrario al orden natural de las cosas y automáticamente induce a una sensación de culpa. La mujer debe, sin embargo, admitir su culpa para poder convivir con ella».
¿Ahora que sucede cuando esa mujer que ha abortado no se arrepiente? Hay pocas investigaciones al respecto, ya que el Sindrome de Post Aborto describe los síntomas de mujeres que se han realizado un aborto y se arrepienten. Pero una de los conceptos que transciende esta escasa investigación es el duelo inhibido. La psicoterapeuta María Teresa Peláez Cruz[2] dice: “Cuando una criatura que aún no ha nacido, muere, su muerte no es reconocida, ni es comentada, es ignorada y, hasta cierto punto, olvidada. No existen ritos que ayuden a la mujer a entrar en contacto con su dolor. La mujer que se ha practicado un aborto generalmente no cuenta con una red de apoyo con quien compartir su pena y que le ayuden a superar su duelo, es en estos casos cuando se presenta el duelo inhibido.”
Para elaborar un duelo hay que ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de ese ser que no está ni va a volver a estar, para esto es necesario valorar su importancia y traspasar el dolor y la frustración que comporta su ausencia. Cuando no hay arrepentimiento, no se puede pasar por estas etapas, por lo tanto, el duelo queda inhibido.
La Psicoterapeuta María Teresa Peláez Cruz explica: “En el Duelo inhibido o Retardado en un comienzo se observa una respuesta mínima al duelo para evolucionar posteriormente en angustia o depresión prolongada. En estos casos hay dificultad en elaborar los esquemas del otro y del sí mismo, estos tienden a confundirse produciéndose una contaminación de las emociones negativas hacia la figura perdida con la propia autoimagen empobrecida y defectuosa con una baja autoestima. Al parecer en estos casos la ambivalencia emocional frente a la persona perdida es intensa. La decisión de abortar se dio en momentos de una intensa crisis personal en la que la mujer estaba sujeta a presiones externas e internas que la orillan a tomar (consciente o inconscientemente) esta decisión radical.”
Es decir, que las mujeres que han abortado y no se arrepienten, suelen llevar esa conducta agresiva o tanática, hacia ellas mismas. No se valoran, tienen conductas autodestructivas como el consumo y abuso de estupefacientes, relaciones tóxicas, son más recurrentes a realizarse otros abortos, disconformidad con su cuerpo, etc.
Debemos rezar mucho, tanto mujeres como hombres, por estas mujeres que al matar, se matan a sí mismas. La mujer famosa que dice que haber abortado la “afligió” pensará que es una mujer feliz y realizada, pero su interior está muerto desde el momento en que no es capaz de reconocer y sentir lo que ha hecho porque renuncio al valor más alto que puede obtener una mujer: “la gran medalla de la maternidad”. Estamos hechas para acoger la vida, defenderla, arrullarla. Estamos hechas para ser madres. Yo rezo para que de rodillas pidamos a Dios por estas mujeres, para que vean, para que se den cuenta de lo feliz y plenas que hubiesen podido llegar a ser, si tan solo hubieran proclamado un “si”, tal como en su día lo pronunció la Virgen Santísima.
Sheila Morataya
Austin, TX
sheilamorataya.co
[1] . Cfr. «Pregunte y le responderemos», Río de Janeiro, Nº 405, febrero de 1966, artículo traducido por el Dr. Herbert Práxedes, Prof. Titular del Dep. de Medicina Clínica de la Facultad de Medicina de la U.F.F.
[2] “DUELO INHIBIDO POR ABORTO PROVOCADO; APOYO TANATOLOGICO Y GESTALT”. Tesis realizada para su Diplomado de Tanatología en la Asociación Mexicana de Tanatología A.C.