Este pasado fin de semana celebré nuestra misa anual en honor de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, patrona de esta gran ciudad de Los Ángeles.
La primera lectura de la liturgia fue la profecía de Isaías que generalmente escuchamos durante la Navidad: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció”.
Y al escuchar las palabras del profeta, se me ocurrió pensar que en la Iglesia muchas personas buenas están sufriendo actualmente. No sólo los jóvenes que han sido heridos por miembros de la Iglesia; también muchos católicos comunes y corrientes se están sintiendo enojados y traicionados, sienten que están caminando en la oscuridad, como si ahora estuvieran viviendo en una tierra de sombras.
Este ha sido un verano de tristeza para la Iglesia Católica de este país.
Los escándalos de los últimos meses han revelado una profunda epidemia de infidelidad en la Iglesia: hay gente proveniente de todos los niveles de la Iglesia que no vive de la manera en que el Evangelio nos enseña a vivir.
En este momento es difícil recordar —pero debemos hacerlo— que Jesucristo sigue siendo la “gran luz” que viene a disipar cualquier tiniebla, a romper las cadenas que nos impiden ser las personas que Dios nos llama a ser.
Ahora más que nunca necesitamos esa gran luz de Jesucristo.
Cada vez que la Iglesia atraviesa una crisis, hay una crisis de santos, una crisis de cristianos que no viven de acuerdo a sus promesas bautismales, que no se esfuerzan por alcanzar las cosas más grandes para las que fuimos creados.
Ahora más que nunca, tenemos que ser santos, tenemos que ser hombres y mujeres que se esfuercen por caminar con Jesús y por llevar una vida santa en estos tiempos de impiedad.
Nada de lo que estoy diciendo nos excusa de abordar los abusos e injusticias expuestos por estos escándalos, especialmente los fracasos en la transparencia y la rendición de cuentas enraizados en una cultura de clericalismo.
El trabajo de reforma y renovación debe empezar con los obispos y el clero. Pero no se detiene allí. La renovación más profunda que necesitamos es la espiritual. Y eso nos concierne a todos nosotros.
El fundamento de la verdadera renovación de la Iglesia es siempre un retorno a Jesucristo: a su persona y a su misión, a su vida, muerte y resurrección por nosotros y por nuestra salvación.
Jesús nos llama a la perfección, a llegar a ser las personas que Dios quiso que fuéramos al crearnos: “Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.
San Pablo dijo que Dios no quiere nada más que nuestra santidad.
En un tiempo de profunda corrupción en la Iglesia, Santa Catalina de Siena solía citar las palabras de Pablo una y otra vez en las proféticas cartas que ella les escribió a los laicos, a los sacerdotes, a los obispos e incluso al Papa.
Éste es un tiempo para orar y para estudiar nuestra historia. No es la primera vez que el escándalo y el mal han invadido la Iglesia. Tenemos que aprender de los hombres y mujeres santos que nos precedieron, de los santos que Dios suscita en cada época para reformar y renovar su Iglesia.
He estado reflexionando sobre San Carlos Borromeo, que fue el obispo de Milán, Italia, en los años posteriores al Concilio de Trento.
Él confrontó a un clero y a una Iglesia que estaban en una desesperada necesidad de arrepentimiento y de renovación. Así como Santa Catalina y como todos los santos de la renovación católica, él enseñó que la verdadera reforma empieza en el interior.
“Esta es nuestra tarea: buscar las cosas que son de Dios y no las nuestras”, dijo. “Nosotros también, en la reforma de la disciplina, deberíamos comenzar por nosotros mismos”.
Esta es la labor que cada uno de nosotros debe realizar hoy. Hemos de empezar con nosotros mismos y hacer un nuevo compromiso con la santidad, con trabajar en nuestra santificación en nuestras vidas ordinarias. Es tiempo de que todos los miembros de la Iglesia vuelvan a esta comprensión básica: que ser cristiano significa esforzarse por ser santo.
Una vez más, debo ser claro: como han dicho mis hermanos obispos que están a la cabeza de la Iglesia de Estados Unidos, tenemos el compromiso de trabajar con el Papa Francisco para corregir los abusos y cambiar la manera en la que hacemos las cosas en la Iglesia.
Pero la renovación más profunda de la Iglesia empieza con la conversión interior del corazón de ustedes y del mío.
Este pasado fin de semana tuve también la alegría de unirme a cientos de jóvenes en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles para venerar la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud, que se encuentra en “peregrinación” alrededor del mundo y en camino a Panamá, en donde se celebrará la próxima Jornada Mundial de la Juventud en 2019.
Estos jóvenes, tan llenos de alegría y de esperanza y con un corazón tan lleno de amor, son el motivo por la cual la reforma de la Iglesia no puede esperar.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes. Sigamos orando también por el Santo Padre y por los obispos.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a ser grandes santos, a ser héroes y sanadores. Estos tiempos de la Iglesia lo exigen, y para esto es que fuimos creados. VN
Que Dios les conceda la paz,
Excelentísimo Monseñor José H. Gomez
Arzobispo de Los Ángeles
7 de Septirmbre de 2018
Los escritos, homilías y discursos del arzobispo se pueden encontrar en ArchbishopGomez.com
El obispo José H. Gomez es actualmente Arzobispo de Los Ángeles, California, la comunidad católica más grande en USA. Es también Vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y forma parte de la Comisión Pontificia para América Latina.
En su ministerio, el Arzobispo José Gómez anima a la gente a seguir a Jesucristo con alegría y sencillez de vida, buscando servir a Dios y a sus vecinos en sus actividades diarias ordinarias.
Ha desempeñado un papel decisivo en la promoción del liderazgo de los hispanos y las mujeres en la Iglesia y en la sociedad estadounidense. Es miembro fundador de la Asociación Católica de Líderes Latinos y de ENDOW (Educación sobre la Naturaleza y la Dignidad de las Mujeres).
Durante más de una década, el Arzobispo Gómez ha sido una voz clara sobre cuestiones morales y espirituales en la vida pública y la cultura estadounidense. Ha desempeñado un papel principal en los esfuerzos de la Iglesia Católica para promover la reforma migratoria y es autor, entre otros libros, del titulado: Inmigración y la próxima América: renovando el alma de nuestra nación.