Hace varios años, un periodista acuñó una expresión. Se le ocurrió, dice él, que hay dos tipos de virtudes: virtudes de currículo y virtudes de elogio de despedida en un funeral.
Las virtudes de currículo son las habilidades que capacitan para un trabajo. Las virtudes de elogio son aquellas cualidades por las que esperas que te recuerden en tu funeral, es decir, cosas como la honestidad, la fidelidad, el valor y el amor.
Esta fue una manera inteligente de describir esa verdadera tensión que muchos de nosotros experimentamos en nuestra vida diaria. Todos sabemos que las virtudes de elogio son más importantes que las virtudes de currículo. Pero debido a las presiones de la vida, con frecuencia dedicamos más tiempo y energía a construir nuestra carrera que a formar nuestro carácter.
Para los católicos, noviembre es el mes dedicado a todos los santos y a las almas. Este mes se nos da para reflexionar sobre nuestra mortalidad, sobre el significado de nuestras vidas. Noviembre es un tiempo en el que nosotros somos invitados a pensar en las “virtudes de elogio”.
Las Escrituras nos enseñan que nuestras vidas son breves, como la hierba o como un soplo de viento. Estamos aquí por un tiempo y luego nos vamos. Esto no es motivo de tristeza, sino un recordatorio de la gozosa esperanza que tenemos en Jesucristo.
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Hace unos meses, falleció el legendario locutor de los Dodgers, Vin Scully.
Él poseía un gran currículo. Pero era también conocido por ser todo un caballero católico, que vivía con virtud e integridad.
Se me hizo interesante leer en Angelus que él tenía una oración de St. John Henry Newman en su escritorio: “Dios me ha creado para hacerle un servicio definido. Me ha encomendado un trabajo que no le ha encomendado a otro. Yo tengo mi misión… que es una parte de esta gran obra”.
Esta oración dice la verdad. Nosotros nacimos para cosas más importantes. Nacimos en el tiempo, pero se nos creó para morar con Dios por toda la eternidad. Nuestras vidas tienen importancia, fuimos creados para marcar una diferencia.
Estamos llamados a ser santos como Jesús es santo, hemos sido llamados a ser santos.
Los santos no nacen, se hacen. Los santos se forman en los deberes y detalles de la vida cotidiana. La santidad consiste en todos los hábitos de virtud que desarrollamos a partir de cada una de las decisiones que tomamos todos los días de hacer lo correcto, de buscar lo que es verdadero, bueno y hermoso.
Jesús nos enseña que solo hay dos maneras de vivir. Podemos vivir por amor a Dios y por amor a los demás, o podemos vivir de manera egoísta, por amor a nosotros mismos.
Los santos nos enseñan que, en el ocaso de nuestras vidas, todo lo demás se desmoronará y seremos juzgados por el amor que hayamos tenido.
Cité esas palabras en una breve apología que pronuncié la semana pasada en la misa del funeral de John Shea, a quien tuve el privilegio de conocer como amigo y mentor.
John tenía todas las virtudes del currículo. Fue notablemente exitoso en los negocios, un líder en la comunidad y uno de los grandes filántropos de la nación. Él y su esposa, Dorothy, construyeron escuelas católicas por toda el área de Los Ángeles y en otras partes del país y cambiaron la vida de decenas de miles de personas.
Pero al final, lo que lo definió fue el amor. “Porque el amor de Cristo nos apremia”, dijo San Pablo. Ese mismo amor apremió a John a servir y a tratar de mejorar la vida de los demás.
El amor es el legado que todos queremos dejar como herencia, el amor a nuestras familias, el amor a nuestras amistades, el amor en nuestra relación con Dios.
No importa cuál sea nuestra posición en la vida, todos estamos llamados a ser santos, a ser héroes entre la gente que Dios nos encomienda y en medio de las personas que Dios pone en nuestras vidas. En nuestros hogares y familias, en la escuela, en el trabajo, en nuestros vecindarios y comunidades.
En la vida de los santos, encontramos esta historia: Un día, un santo llegó a una importante universidad católica. Él estaba hablando con uno de los decanos, que se quejaba de algunas cosas de la escuela.
El santo le dijo: “¿Por qué estás aquí?”. Él respondió: “Vine aquí para ayudar a forjar esta universidad”.
El santo le dijo: “No, hijo mío, has venido aquí para hacerte santo. Si logras hacer eso, habrás logrado todo”.
Lo más importante en nuestras vidas no es nuestro currículo. Es el amor lo más importante. Porque el amor es lo que nos hace santos. Si buscamos la santidad y hacemos presente el amor, habremos logrado todo, como dijo el santo.
Oren por mí y yo oraré por ustedes.
En este mes dedicado a las almas y a todos los santos, pidámosle a María, nuestra Santísima Madre, que nos ayude a convertirnos en los santos que somos llamados a ser.
Los escritos, homilías y discursos del arzobispo se pueden encontrar en ArchbishopGomez.com
El obispo José H. Gomez es actualmente Arzobispo de Los Ángeles, California, la comunidad católica más grande en USA. Es también Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y forma parte de la Comisión Pontificia para América Latina.
En su ministerio, el Arzobispo José Gómez anima a la gente a seguir a Jesucristo con alegría y sencillez de vida, buscando servir a Dios y a sus vecinos en sus actividades diarias ordinarias.
Ha desempeñado un papel decisivo en la promoción del liderazgo de los hispanos y las mujeres en la Iglesia y en la sociedad estadounidense. Es miembro fundador de la Asociación Católica de Líderes Latinos y de ENDOW (Educación sobre la Naturaleza y la Dignidad de las Mujeres).
Durante más de una década, el Arzobispo Gómez ha sido una voz clara sobre cuestiones morales y espirituales en la vida pública y la cultura estadounidense. Ha desempeñado un papel principal en los esfuerzos de la Iglesia Católica para promover la reforma migratoria y es autor, entre otros libros, del titulado: Inmigración y la próxima América: renovando el alma de nuestra nación.