¿Cómo educar la conciencia?

Pregunta:

Padre: Quiero saber sobre la conciencia y como debe ser educada, también qué papel juega en ella la moral y los valores. Soy profesor de religión y quiero saber esto por mis alumnos.

Respuesta:

Estimado:

1. La conciencia moral es susceptible de un continuo progreso. Pero hemos de decir que la educación de la conciencia es la más difícil de las artes. No todos reciben de la naturaleza idéntica disposición para el recto juicio: porque mientras en algunos es más fácil, otros son más tardos en apreciar todos los aspectos éticos del acto y su relación con las diversas normas de la moral. A esto se añaden las enfermedades del espíritu, la ignorancia, los prejuicios, los hábitos y las pasiones, que pueden fácilmente plegar la mente para que juzgue el valor ético de una determinada acción en conformidad con sus propios intereses.

2. La rectitud del juicio de la conciencia (en lo que consiste una conciencia educada) implica un conocimiento exacto de la ley y la sabia aplicación de la misma a la acción concreta. A esto, por lo tanto, debe mirar la educación, mediante:

a) el estudio amoroso de la verdad y de la ley, considerada no como carga, sino como camino trazado ya ante nosotros; debemos ilustrar, iluminar nuestra conciencia sobre el bien y sobre la verdad. Y esto se hace mediante la Fe, la Palabra de Dios y la enseñanza clara de la Iglesia. Dicho, de otro modo, debemos ser fieles a la verdad. Vale para todo cristiano, lo que el Papa mandaba a los Obispos de Francia: ‘Los Pastores deben formar las conciencias llamando bueno a lo que es bueno y malo a lo que es malo’. Uno puede estar seguro de que está obrando con una conciencia recta, con honestidad de conciencia, cuando ha puesto todos los medios para que ésta sea recta. Esto vale particularmente para los temas delicados de nuestra vida moral y espiritual, y especialmente aquellos aquellos sobre los que tenemos dudas. Aquí se ve, finalmente, el motivo por el cual no puede haber divergencia entre la Enseñanza de la Iglesia y la conciencia del cristiano. Porque el Magisterio no es una opinión más sino una de las fuentes donde debemos iluminar la conciencia. Un decreto sobre la función del teólogo ha dicho estas palabras que nos deben hacer pensar seriamente: ‘Oponer al magisterio de la Iglesia un magisterio supremo de la conciencia es ad­mitir el principio del libre examen, incom­patible con la economía de la Revelación y de su transmisión en la Iglesia, así como con una concepción correcta de la teología y de la función del teólogo’. El Papa ha dicho: ‘…el Magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo el Señor para iluminar la conciencia’. Y en la Veritatis Splendor dice: [VS, 64].

b) el hábito de reflexionar antes de obrar;

c) el ejercicio de las virtudes que nos dan un conocimiento experimental mucho más eficaz que el doctrinal; sólo la virtud puede garantizarnos que nuestra conciencia no quiera ‘justificar’ nuestros comportamiento defectuosos o nuestros pecados.

d) la impetración y uso de los dones sobrenaturales, de los cuales la prudencia cristiana, moderadora de la actividad sobrenatural, debe recibir continuo alimento.

3. Finalmente, dos son, sobre todo, las enfermedades que pueden afectar habitualmente a la conciencia en sus juicios: el laxismo y el escrúpulo. Éstos constituyen respectivamente la degeneración del error y de la duda. El hombre de conciencia laxa tiende a subestimar la inmoralidad de algunas acciones y la responsabilidad de sus actos. Hábito éste que no puede ser vencido sino mediante el hábito contrario, adquirido gradualmente por un diligente examen de las dudas que se presentan, un amor más sincero de la verdad y del deber, una docilidad más obsequiosa al confesor y una más severa valoración de las acciones propias. El escrúpulo, entendido no como fenómeno esporádico, sino como hábito morboso del espíritu, puede definirse: la obsesión de la duda en el campo moral. En efecto, presenta los caracteres de la idea obsesiva y es como ella lúcido, irresistible, angustioso, persistente, a pesar de que el mismo paciente lo reconoce irrazonable. El escrúpulo ha de ser curado con remedios oportunos.

P. Miguel A. Fuentes, IVE
www.teologoresponde.org

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