Benedicto XVI, Plaza de San Pedro
Ángelus
Domingo 1º de mayo de 2005
Amadísimos hermanos y hermanas:
Me dirijo a vosotros por primera vez desde esta ventana, que la amada figura de mi predecesor ha hecho familiar a innumerables personas en el mundo entero. Y pensamos también en la otra ventana. De domingo en domingo, Juan Pablo II, fiel a una cita que se transformó en una amable costumbre, acompañó durante más de un cuarto de siglo la historia de la Iglesia y del mundo, y nosotros seguimos sintiéndolo más cercano que nunca.
Mi primer sentimiento es, una vez más, de gratitud a quienes me han sostenido con la oración durante estos días, y a cuantos, desde todas las partes del mundo, me han enviado mensajes de felicitación.
Quisiera saludar con particular afecto a las Iglesias ortodoxas, a las Iglesias ortodoxas orientales y a las Iglesias orientales católicas, que precisamente este domingo celebran la resurrección de Cristo. A estos queridos hermanos nuestros les dirijo el tradicional anuncio de alegría: Christós anesti! Sí, Cristo ha resucitado; en verdad, ha resucitado. Deseo de corazón que la celebración de la Pascua sea para ellos una oración coral de fe y de alabanza a Aquel que es nuestro Señor común, y que nos llama a recorrer con decisión el camino hacia la comunión plena.
Hoy iniciamos el mes de mayo con una memoria litúrgica muy arraigada en el pueblo cristiano, la de San José Obrero. Y, como sabéis, yo me llamo José. Fue instituida por el Papa Pío XII, de venerada memoria, precisamente hace cincuenta años, para destacar la importancia del trabajo y de la presencia de Cristo y de la Iglesia en el mundo obrero. Es necesario testimoniar también en la sociedad actual el «evangelio del trabajo», del que habló Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens. Deseo que jamás falte el trabajo, especialmente a los jóvenes, y que las condiciones laborales sean cada vez más respetuosas de la dignidad de la persona humana.
Pienso con afecto en todos los trabajadores, y saludo a los que están reunidos en la plaza de San Pedro, pertenecientes a numerosas asociaciones. En particular, saludo a los amigos de las Asociaciones cristianas de trabajadores italianos (ACLI), que este año celebran el sexagésimo aniversario de su fundación, y les deseo que sigan viviendo la opción de «fraternidad cristiana» como valor que es preciso encarnar en el ámbito del trabajo y de la vida social, para que la solidaridad, la justicia y la paz sean los pilares sobre los que se construya la unidad de la familia humana.
Por último, dirijo mi pensamiento a María: a ella está dedicado particularmente el mes de mayo. Con la palabra, y más aún con el ejemplo, el Papa Juan Pablo II nos ha enseñado a contemplar a Cristo con los ojos de María, especialmente valorando la oración del santo rosario. Con el canto del Regina caeli encomendemos a la Virgen todas las necesidades de la Iglesia y de la humanidad.
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Después del «Regina caeli»
En estos días pienso a menudo en todos los pueblos que sufren a causa de guerras, enfermedades y pobreza. En particular, hoy estoy cerca de las queridas poblaciones de Togo, afligidas por dolorosas luchas internas. Para todas estas naciones imploro el don de la concordia y de la paz.
Saludo ahora cordialmente a los fieles de las parroquias Santa Joaquina Vedruna, de Barcelona, y Santa Catalina de Siena, de Madrid, que participan en esta oración mariana.
Queridos hermanos, que la visita a las tumbas de los Apóstoles os confirme en vuestro compromiso de total entrega a Cristo y a su Iglesia.