Tan reales como nuestro ángeles custodios, aquellos que desobedecieron a Dios también influyen en nuestras vidas.
Ya hemos tratado anteriormente el tema de los ángeles, su existencia y nuestra influencia en la vida diaria. Hoy toca el momento de hablar de «los otros ángeles»…
Hablar de ángeles caídos, demonio y temas similares no es fácil, pues actualmente así como hay gente que se aparta ante todo lo que «huela» a religión, también tiende a pensarse en fanatismo e intolerancia cuando se trata cualquier asunto relacionado con la demonología.
Por otra parte el tema mismo puede despertar el morbo de la gente. Basta ver todas las películas que explotan este tópico. Es evidente que hoy en día hay más películas como «El Exorcista», «El Abogado del Diablo» o «La Profecía» que de vidas de Santos o narrativas del Evangelio.
Es fácil pensar en el demonio como un ser de ciencia ficción o de historias de terror, y esto no es casualidad. Uno de los grande éxitos de los ángeles caídos en sus propósitos es el lograr que no se crea en su existencia ni en su influencia en nuestras vidas. Así como nuestros ángeles custodios tienen un papel importante en nuestra vida diaria, así también ocurre con los «otros» ángeles también dotados de inteligencia, de libertad y que forman parte de ese «mundo invisible» que recitamos al rezar el Credo: «Creo en lo visible y lo invisible.»
Para el católico es muy importante conocer este tema que afecta directamente nuestra vida espiritual, que es real y que es una verdad de Fe profesada contínuamente por la Iglesia Católica.
Hechas las consideraciones anteriores, es momento de entrar en materia:
En algunos momentos podemos olvidar que el demonio actúa de manera efectiva y real de nuestra vida, creyendo que sólo se manifestará en una posesión o en algún evento extraordinario.
Al igual que en algunas películas, el villano aparece como un personaje bien parecido o elegante; del mismo modo, el demonio se oculta tras las cosas aparentemente buenas o a nuestro juicio inofensivas, y no sólo eso, nos hace creer que no existe. Si pudiéramos verlo, seguramente nos causaría horror y como consecuencia acudiríamos inmediatamente al auxilio divino, lo cual seria contrario a su plan: alejarnos de Dios y crear enemistad con Él mediante el pecado. El demonio en este sentido es increíblemente sutil, y por tanto peligrosamente efectivo.
El demonio y los ángeles que le acompañaron en desobedecer a Dios no pueden leer nuestra mente, pero son capaces de conocer nuestras intenciones e influir en nosotros deseos, recuerdos y tentaciones.
Podemos caer bajo su influencia de distintas maneras, según el momento y las circunstancias; debemos recordar que Dios permite las tentaciones y estas nunca serán desproporcionadas a nuestras fuerzas, es decir, en todo momento contamos con la ayuda de la gracia para superar los obstáculos y acercarnos más a Dios. No olvidemos que aún en nuestras caídas podemos comprender nuestra naturaleza debilitada, y crecer en la humildad.
Las tentaciones que se nos presentan, son dirigidas a nuestra naturaleza caída, abusando de nuestras debilidades humanas: tendencia al placer, la comodidad, la grandeza; cuando nuestro corazón lo ponemos en nosotros mismos o en las cosas, es fácil desviar nuestra atención de Dios.
Claro esta que en algunas ocasiones nosotros «ponemos de nuestra parte» para caer en pecado por imprudencia:
– Asistir a un espectáculo que excite nuestra imaginación o nuestros sentidos de tal modo que obtengamos un placer que nos aleja de Dios.
– Detenernos a ver revistas o películas en los estantes, que si bien no son pornográficas, estimulan la imaginación. Todos sabemos que «no es lo que se ve, si no lo que se oculta» lo que provoca que la imaginación complete el cuadro.
– Por curiosidad o ignorancia asistir a un lugar donde se practica la lectura de cartas, la mano, el café o cualquier otra forma de «adivinación» la cual está severamente condenada desde el Antiguo Testamento y hasta nuestros días por el Magisterio de la Iglesia. No debería ser extraño que lo que se dice sea cierto o se cumpla en un futuro, es un medio para alejarnos de Dios por desconfiar de la Providencia Divina. ¿Para qué necesitamos como católicos saber el futuro, si nos abandonamos diariamente en el Padre al que le rogamos constantemente «Danos hoy nuestro pan de cada día»? ¿No fue Jesús quien nos dijo que no habríamos de preocuparnos del futuro pues cada día trae su propio afán? Jesucristo nos ha mostrado a un Dios Padre bondadoso que si viste a los lirios del campo mejor que al Rey Salomón ¿Qué no hará por nosotros que somos sus hijos? Al tratar de «adivinar» el futuro desconfiamos de este Padre amoroso.
– El trato con alguien del sexo opuesto, que por su condición (o la nuestra) no debemos llegar a cierta intimidad o familiaridad: por estar casado, la relación de trabajo, la amistad familiar…
Otra manera en la que el demonio ejerce su influencia es mediante los recuerdos:
– Revive los disgustos que hemos tenido con las personas.
– Nos trae a la mente recuerdos de actos realizados contra la pureza, con peligro de recrear la imaginación y reavivar malos deseos.
– Traernos remordimientos sobre nuestras faltas: maltrato a los hijos, amigos o conocidos; alguna trampa en el negocio o en el estudio; falta de atención a un enfermo; no haber pedido perdón a aquella persona que estimábamos…
Todo esto, aún habiéndolo confesado y reparado las faltas cometidas. No olvidemos que una tentación típica de muchos Santos ha sido el sentir que están en pecado mortal aún cuando hayan hecho un examen de conciencia pleno y una confesión completa.
También podemos advertir la influencia negativa en nuestra pereza o desgano:
– No ir a confesarse pretextando pena por los pecados cometidos
– Creer que no vale la pena confesarse porque volveremos a pecar o sentimos que siempre decimos los mismos pecados
– Faltando al precepto de la Misa dominical por pereza u otras actividades
– No cumplir nuestro deber familiar, de trabajo o estudio poniendo como pretexto cansancio, enfermedad, aburrimiento…
Otras tentaciones que podemos considerar son las relativas a la soberbia:
– Sentir que Dios puede perdonarnos en cualquier momento
– No ceder en nuestros gustos, ideas y opiniones, aunque se nos demuestre que estamos en un error
– Considerarnos mas importantes, aptos o inteligentes que los demás
La imaginación también tiene un papel importante, ya que nos hace elaborar fantasías que si en el momento no son reales, pueden llevarnos a cometer faltas graves por un desordenado deseo:
– Observar a alguien del sexo opuesto que vemos por la calle y faltarle el respeto con el pensamiento.
– Creer que por el trato amable que tiene una persona, busca algo más de nosotros desconfiando de ella.
– Pensar en qué tenemos que hacer para que una persona que ocupa un mejor puesto de trabajo que el nuestro caiga y podamos ascender nosotros.
– Encadenar una serie de mentiras para justificarnos o conseguir un beneficio.
Los detalles que consideramos poco importantes van endureciendo nuestra conciencia, tomándolos como «actitudes naturales», y así poco a poco hasta caer con más facilidad en pecados graves, con peligro de no tener la fuerza interior necesaria para buscar la reconciliación con Dios.
Meditar en lo anterior debe ponernos en guardia y no ser ingenuos pensando que el Demonio no existe. Una vez que estamos alertados de esto, debemos fortalecer nuestra debilidad acudiendo con regularidad al sacramento de la Reconciliación (Confesión), hacer oración aún si estamos en pecado mortal, pedir ayuda a la Santísima Virgen y a nuestro Angel Custodio, serán los medios habituales para evitar las tentaciones, las ocasiones de pecado y el pecado mismo, pues con su ayuda alejaremos de nosotros la influencia de los ángeles caídos, o mejor dicho: el demonio.
Los demonios son aquellos ángeles que desobedecieron a Dios y fueron condenados eternamente al infierno. Conocemos su existencia porque la enseña la Sagrada Escritura y la Tradición. Jesucristo dijo: «Yo vi a satanás caer del Cielo como un rayo» (San Lucas 10, 18).
«El Diablo es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él» (San Juan 8, 44)
Es un dogma de fe definido por la Iglesia Católica la existencia de los demonios.
«El diablo y demás demonios, por Dios ciertamente fueron creados buenos por naturaleza; mas ellos, por sí mismo, se hicieron malos» (Concilio IV de Letrán).
El jefe de los demonios es lucifer o stanás o diablo. Recibe, además otros nombres: luzbel, beelcebú, belial, el maligno, príncipe de este mundo.
Se le compara a un león, a un dragón y a una serpiente.
La palabra diablo procede del griego y significa «instigador»; el que casua la destrucción y la división ; el murmurador, el engañador.
La palabra satanás procede del hebreo, significa «adversario».
No sabemos el número de demonios, pero son muchos. En el Nuevo Testamento aparece un endemoniado que dijo a Jesucristo «mi nombre es legión, pues somos muchos» (San Marcos 5, 9).
El demonio tiene poder sobre los humanos porque su conocimiento y su influencia es superior al de éstos. El demonio no tiene, sin embargo, poder directamente sobre nuestrainteligencia pues no conoce nuestros pensamientos íntimos; tampoco sobre nuestra voluntad pues nunca puede obligarnos a pecar.
La actividad del demonio se manifiesta en los humanos al:
• Inducir a desobedecer los Mandamientos Divinos y a rebelarse contra Dios.
• Propagar el error y la mala doctrina.
• Inducir al hombre a la mentira y a la corrupción.
• Provocar la rebeldía en el hombre que sufre penalidades.
• Influier sobre el cuerpo, los sentidos y la imaginación.
• Influir sobre los bienes materiales.
• Producir hechos extraordinarios que tienen la aparición de milagro, con el fin de hacer adeptos.
• Llenar de temor, angustia y tristeza al hombre para alejarlo de Dios.
• Inducir a la brujería, las «limpias», a las supersticiones, al espiritismo y a la magia negra.
• Promover el culto demoniaco.
Su actividad durará hasta el final de los tiempos. La Iglesia enseña que «toda la historia humana está invadida por una tremenda lucha contra el poder de las tinieblas, que iniciada desde el principio del mundo durará hasta el último día, como dice el Señor» (Concilio Vaticano II, Const Gaudium et Spes, n. 37)
El demonio puede atormentar a los hombres por medio de la posesión y la obsesión diabólica.
La posesión diabólica consiste en que el demonio se apodera del cuerpo de una persona para atormentarla. En el cristianismo son raros los casos, gracias a la Redención de Cristo.
La obsesión diabólica consiste en que el demoni molesta externamente a las personas: con golpes u otras manifestaciones.
La Iglesia Católica tiene poder, recibido de Cristo, de arrojar al demonio de una persona posesa, de un lugar o de un objeto, por medio del exorcismo.
Las tentaciones consisten en que el demonio o el mundo o la carne influyen en el hombre despertando imágenes en la memoria y provodando sensaciones capaces de afectar su inteligencia y de inclinar su voluntad hacia cualquier pecado, por ejemplo: el robo, el homocidio, etc.
Tener tentaciones no es pecado. Llegan a ser pecado si existen la advertencia y el consentimiento.
Los medios para vencer al demonio son:
• Rezar frecuentemente.
• Recurrir al Sacramento de la Penitencia (confesión).
• Persignarse ante cualquier tentación.
• Besar un crucifijo con amor.
• Usar agua bendita, especialmente antes de dormir. (Decía Santa Teresa de Ávila que de ninguna cosa huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita).
• Invocar con devoción a la Santísima Virgen María y a nuestro Ángel Custodio.
• Invocar con devoción a San Miguel Arcángel.
• Rezar con devoción tres Ave María.
Todos los Angeles fueron creados buenos por Dios. Sin embargo ellos, igual que los humanos fueron dotados de libre voluntad, y podían elegir entre la obediencia a Dios y la rebelión, entre el bien y el mal. Habiendo usado mal su libertad, parte de los ángeles, encabezados por lucifer, se separaron de Dios y formaron su reino.
Aquella rebelión de los ángeles contra Dios fue -algo que no podemos imaginar, pero que el apóstol San Juan nos describe en el Apocalipsis, hablando de «un gran dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas; arrastró con su cola a la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó a la tierra. Hubo luego una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. También el dragón y sus ángeles combatieron, pero no vencieron, y no quedó ya lugar para ellos en el cielo. Y fue arrojado aquel gran dragón, la antigua serpiente que se llama diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; lanzado fue a la tierra , y sus ángeles con el.Ap.12,3-4, 7-9
Acerca del pecado de los ángeles, la Revelación se limita a hacer algunas indicaciones. Si todo pecado comienza por la soberbia (Ecle. 10, 12 y sig.), también el pecado de los ángeles habrá tenido que comenzar por la soberbia. Del «hijo de la perdición» se dice que se alza contra Dios y todo lo santo (2 Thess. 2, 4). En concreto, puede decirse sobre el pecado de Satanás que éste, deslumbrado por su propia gloria, olvidó que dependía de Dios y negó esa dependencia, que se opuso a ser mera criatura o que rechazó el don de la perfección sobrenatural que Dios le ofrecía porque no quería deber nada al amor. Su lucha encarnizada con Cristo y contra la obra de la Redención nos permite colegir que Satanás se resistió a reconocer la supremacía de Cristo, a reconocer que Cristo, el Hijo de Dios encarnado, es el corazón y la cabeza de la Creación.
El castigo que merecieron por su pecado es doble: la obstinación de la voluntad en el mal, y el fuego eterno o infierno Judas 6, 2Pe 2,4.
Desde los tiempos, cuando Ap. Pablo escribió su epístola a los Corintios (2 Cor. 11:4) y casi hasta nuestros días, en los escritos de la Iglesia se mencionan casos cuando los ángeles caídos tomaban distintas formas – y no solo de Angeles de la Luz, sino también de los Santos, la Virgen María y hasta el mismo Jesús Cristo! Por ejemplo San Juan Kassian, en sus escritos sobre un cuidadoso reconocimiento de los espíritus de otro mundo, cuenta como un monje se suicidó y otro hombre quiso sacrificar a su hijo como siguiendo la obediencia del Patriarca Abraham (Gen. Cap. 22). En ambos casos estas conductas aberrantes fueron provocados por los demonios, que se les aparecieron bajo la forma de Angeles de la Luz (Amor al bien t. 1).
El Patericon de Kievo-Pechersk cuenta el caso de un joven monje Nikita quien se le apareció un «ángel de luz.» Este «ángel» ordenó a Nikita no perder tiempo en oraciones y dedicarse al estudio de Sagradas Escrituras, y le prometió a Nikita que orará por el. Después que el demonio, tomando la forma de un ángel, comenzó a orar en la celda de Nikita, éste recibió el don de clarividencia. Pronto se hablo del nuevo «clarividente» y la gente comenzó a venir a él para recibir su consejo y dirección. Pero pronto se notó una rareza – Nikita no queria ni hablar del Evangelio – él estudiaba y citaba solamente el Antiguo Testamento. Por fin los monjes se dieron cuenta que Nikita cayó en las garras del demonio, al que expulsaron con sus oraciones. Volviendo en sí, Nikita hizo una profunda penitencia y se transformó en un monje ejemplar y esforzado. Con el tiempo fue consagrado como Obispo de Novgorod. El fue un buen pastor, se distinguía por su sabiduría y el don de milagros. Nosotros lo conocemos con el nombre de San Nikita el Ermitaño.
Nuestro Señor nos prevenía: «Tengan cuidado con los falsos profetas, que vienen a vosotros en la piel de la oveja, pero son lobos feroces. Por sus frutos los reconoceréis: Es posible cosechar uvas del endrino o higos de un cardo?» (Mat. 7:15-16). El Ap. Pablo nos enseña: «El fruto del espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, misericordia, fe, dulzura, contención. Sobre éstos no hay ley… Aquellos, que son de Cristo, crucificaron su carne con pasiones y deseos» (Gal. 5:22-24).
Seguir en la vida las palabras de Cristo y de Ap. Pablo – no es fácil, debido a nuestra imperfección, pecado, ligereza (y falta de conocimientos), e ignorancia y también debido a la prac-tica de muchos siglos que poseen los espíritus de mal en su lucha contra Dios y los hombres. Hay que recordar, que hasta los hombres consagrados a Cristo, como los monjes que citamos mas arriba, no están asegurados contra la seducción demoniaca y pueden ser burlados por ella.
Por eso, si ante nosotros aparece alguien como ángel o tenemos una visión, hay que tener un gran cuidado de no confundir a un ángel caído con uno bueno. Los Santos Padres, inspirados por el Espíritu Santo y su experiencia espiritual, nos exhortan con amor de orar con humildad y no tratar de tener visiones y experiencias exaltadas. En el caso que veamos a alguien o algo extraordinario, ser muy circumpuestos y contar, lo mas pronto posible, el hecho a un experimentado padre espiritual.
Los Santos Padres nos enseñan, que si tenemos la mínima duda sobre la naturaleza de nuestra aparición, interrumpir todo contacto con esta y dirigirnos a Dios con una intensa oración, pidiendo Su ayuda. Si este espíritu es en efecto un enviado celestial, un Angel bueno, el se alegrará de nuestro vigilante cuidado.
San Atanasio también nos advierte que la soberbia perdió al demonio, y por ello debemos practicar la humildad. » Un gran remedio para la salud es la humildad, ya que Satanás fue arrojado del cielo no por libertinaje o adulterio o robo, sino que fue la soberbia lo que le precipitó a las partes inferiores del abismo».
San Agustín, respecto a la salvación o pérdida de los ángeles, y su persistencia en el bien o en el mal, dice que » los unos permanecen inquebrantablemente fieles en el Bien común a todos, que es Dios mismo, y en su eternidad, bondad y amor. Los otros, al contrario, orgullosos de su poder, como si fueran por si mismos el propio bien, se han apartado del Bien supremo común y beatificante, y se han vuelto hacia sí mismos; impertinente soberbia por sublime eternidad, su artificioso engaño por seguísima verdad, y sus deseos particulares por amor puro» Tenemos aquí una breve descripción de cómo una mala elección puede hacer tanto daño a una criatura.
La existencia de los demonios y su acción maligna es una verdad de fe. No se trata, pues, del modo de hablar de un pueblo primitivo que personificaba al mal en unos seres superiores pero inexistentes. La mayor diablura del diablo es: hacernos creer que no existe.
Por el contrario, estos seres reales, personales, espirituales, aunque han sido ya vencidos por Jesucristo, tienen como un ejército derrotado, en huida, gran capacidad de hacernos daño:
a) Porque no han perdido su naturaleza de ángeles, y así su conocimiento y su poder son muy superiores a los nuestros.
b) Porque su experiencia de tantos siglos les ha enseñado el mejor modo de engañarnos.
c) Porque su voluntad perversa está siempre inclinada a toda maldad. Los demonios procuran nuestro mal:
d) Por odio a Dios cuya imagen ven en nosotros.
e) Por odio a Cristo, cuya muerte nos rescató de su poder.
f) Por envidia a nosotros pues Dios nos destinó a ocupar los puestos que ellos perdieron en el cielo.
El Señor llama al diablo «el asesino de la humanidad desde el principio,» refiriéndose al momento cuando él, tomando la forma de una serpiente, sedujo a nuestros antepasados Adán y Eva, que quebraron la ley de Dios y con esto privaron a la humanidad de su inmortalidad (Gen. 3:1-6). Desde entonces, teniendo la posibilidad de influir sobre los pensamientos y sentimientos humanos, el diablo y sus demonios, tratan de hundir a la humanidad cada vez mas profundamente en el pecado, donde se encuentran ellos: «Quien peca es de Diablo, ya que éste fue el primero que pecó… Cada uno que peca es esclavo del pecado» (1 Juan 3:8, Juan 8:3-4).
Recordemos que el diablo es un mentiroso profesional, calumniador, sembrador de confusión y discordias; él y sus ángeles caídos, con todas sus fuerzas tratan de perdernos y para esto usan no solo la insinuación, sino muchas otras astucias, incluyendo su camuflaje en otro seres. Por eso todos los fenómenos, que nos causan admiración, confusión ó miedo, pueden fácilmente ser resultado de su trabajo infame contra nosotros.
La presencia de los espíritus del mal entre los hombres constituye un constante peligro para nosotros. Por eso Ap. Pedro nos recuerda: «Sean atentos y vigilantes porque nuestro enemigo, el diablo, es como un león rugiente, que busca a quien tragar» (1 Ped. 5:8). Semejante llamado de atención nos dice el Ap. Pablo: «Hermanos míos, confortaos en el Señor, y en la potencia de su fortaleza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestas» (Ef. 6:11-12). De estas palabras de las Escrituras vemos que la vida humana es una intensa y constante lucha, para defender su alma.
Hay que considerar que, no obstante el gran daño que ocasionaron a sí mismos los demonios, y aún estando despojados de la gracia divina, conservan todo el poder que les corresponde por su naturaleza en cuanto a la inteligencia y voluntad. Obviamente están sujetos al querer y al poder de Dios; pero por esa fuerza natural que conservan como seres espirituales, dada su malicia, continúan siendo criaturas peligrosas y muy de temer de nuestra parte, por que se ocupan de hacer y desear toda clase de males posibles.
De hecho, en el Cielo la guerra esta terminó con la derrota total del mal. Pero la batalla se trasladó del Cielo a nuestro mundo y al corazón de los hombres. En esta batalla contra el mal nos ayudan activamente los Angeles buenos.
vivirmos en el mundo llenos de maldad gobernado por los demonios que son aliados de satanas y tenemos que estar en oracion constantate para no caer en sus garras malignas,que estamos espuestos a diario gracias por tan valiosa informacion Dios los bendiga y los guarde a todos que se preocupan por compartir con nosotros sus experiecias
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Que articulo tan iluminador. Pienso que si toda la gente supiera de la influencia del maligno en la sociedad, la gente tendria mas cuidado de sus(diablo) hacechansas. Greenfield,CA
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