Cuando nos convertimos en nuestro peor enemigo

BENEDICT GROESCHEL (Del libro «Arise from darkness»)

Hemos considerado los problemas que podemos tener con otros y nuestras dificultades con la Iglesia. Ahora debemos fijar nuestra atención en los problemas que tenemos con nosotros mismos. Si miras dentro de tu propia vida (especialmente cuando te vuelves viejo) podrás descubrir que una de las cosas más importantes de las cuales nos damos cuenta en el proceso de maduración, es que la causa de muchos, si es que no de la mayoría de nuestros problemas, somos nosotros mismos. Cuando las cosas van perdiendo sentido, a menudo es porque nosotros no le dimos sentido a las cosas. Puede ser un consuelo saber que esta es una experiencia común a todo ser humano. Uno encuentra, aun en las vidas de los santos, la tendencia a crearse problemas a uno mismo. Aún los santos, esas personas tan especiales, al igual que nosotros, causaron muchos de sus propios problemas. Pocos hay exceptuados de haber sido sus propios enemigos, al menos por un tiempo. Los santos, los pecadores, los personajes bíblicos, incluso las celebridades modernas, todos podrían reunirse bajo un gran estandarte que diga: “Hundamos nuestro propio barco”. Este es uno de los más obvios y universales signos del pecado original, que con una serie de movimientos premeditados, considerados atentamente, prudentemente estudiados, y llevados a la práctica con gran solicitud e incluso habiendo rezado, hundimos nuestro propio barco, santos y pecadores por igual.

En muchos casos, basta con ser un poquito pecador para convertirse en el peor enemigo de uno mismo. Aunque esto no es absolutamente necesario. Puedes hacerlo aún en el caso que seas devoto, entonces lo harás un poquito más piadosamente. Todos podemos decir con bastante convicción que “hemos encontrado al enemigo: nosotros mismos”.

Caminar en la fe

Tan sólo piensa en alguna de las formas en que una persona puede complicarse. La más obvia es el obrar precipitado, tan sólo darle para adelante y hacer cosas sin considerar sus implicancias y todas las cosas que se seguirán como consecuencia. Mucha gente devota dice: “No lo puedo resolver, así que voy a dar un gran salto en pura fe y arrojarme… en una piscina vacía”. He oído decir: “¡Voy a dar un paso en la pura fe!” ¿Por qué no das, al mismo tiempo, un paso en el sentido común? No culpes a Dios si estás caminando al borde de un precipicio.

El error opuesto consiste en pensar las cosas tan detalladamente y ser tan cautos que dejamos de hacer lo que se supone debemos hacer. Como cristianos se supone que caminemos guiados por la fe, pero a menudo nos quedamos sentados en la confusión. Algunos, por no saber qué hacer, simplemente no hacen nada. A esta peligrosa actitud la llamo: “el fenómeno Titanic”. En el Titanic, la tranquila noche de invierno, cuando el mar estaba muy calmo, el gran buque chocó contra un iceberg, mucha gente prudente no se subió a los botes salvavidas. Se dijeron a sí mismos: “Este es una gran barco, no puede hundirse”. A pesar de que no había suficientes botes salvavidas para todos, sobraron al menos doscientos lugares sin ocupar cuando el Titanic se hundió. Supongo que algunos de los que sí subieron a los botes salvavidas, se habrán dicho a si mismos: “voy a aparecer totalmente ridículo cuando vuelvan a subir del mar este botecito al barco, dentro de unas seis horas, y yo haya estado esperando aquí en el mar”. Sin embargo, esas personas vieron cómo el gran barco se hundió. Es difícil saber qué hacer. Puedes rezar muy fervorosamente y aun así cometer grandes errores. Lo más misterioso es que aun cuando cometemos grandes errores, de todas maneras, ocurren cosas buenas. No es fácil ser un hombre responsable. La razón para explicar todo esto, muchas veces la olvidamos, y es el pecado original.

Negar la realidad

Otra forma efectiva de hundir el propio barco es negar el peligro evidente y caminar hacia él. En psicología hablamos de mecanismos de defensa, modos inconscientes de deformar las realidades con las cuales creemos no poder lidiar. Considera al profesional exitoso que fuma dos paquetes de cigarrillos por día. Le han dicho miles de veces: “Eso es muy peligroso para tu salud”. Y él responderá: “Sabes, Golda Meir solía fumar dos paquetes diarios y vivió hasta los setenta”. Este fumador empedernido ignora el ejército de personas que fumaron dos paquetes diarios y ni si quiera llegaron a los cincuenta. Todos negamos los peligros evidentes. En este mismo momento hay resquebrajamientos aterradores y grietas en la Iglesia, muchos signos de desunión. Sin embargo, muchos de los responsables niegan estos peligros. Fingen que no están allí. Lo mismo podría decirse del estilo de las democracias del Oeste cuando ignoran los reclamos y necesidades del Tercer Mundo.

Hace algunos años, se hizo un estudio sobre el modo de promover vocaciones en las comunidades religiosas de Estados Unidos. Escribí a la conocida agencia que financió este estudio. El sacerdote que dirigió este estudio era bastante objetivo y, en consecuencia, muy crítico respecto a los programas vocacionales. La persona de esa oficina que respondió a mi llamado sostenía que ese estudio nunca se había hecho. Sin embargo lo leí en varios periódicos a la vez. El autor comenzaba su artículo diciendo que había una sola palabra para describir el trabajo vocacional actual: “catastrófico”. ¡Todas las congregaciones que estudió le dijeron que tenían la mejor propaganda vocacional! Esto se llama negar la realidad. El mecanismo de defensa de la negación es una de las formas más peligrosas del comportamiento humano. Fue Neville Chamberlain, el primer ministro inglés, quien volvió a su casa después de su encuentro con Hitler y dijo: “habrá paz en nuestros tiempos”. Negó la evidencia de sus sentidos.

Hay quienes dicen que la Iglesia está obrando espléndidamente. Están todos muy contentos. Mira desde el puerto. La sustancia azul que ves no es cielo. Es agua. Las cubiertas están a flor de agua. Hemos perdido prácticamente el 50 por ciento de los católicos practicantes en treinta años. Lo que sea esté sucediendo, la dirección no es buena. Muchas de las órdenes religiosas que nos formaron, están en vías de extinción. Sin embargo piensan que les está yendo de maravillas.

Como evitar convertirnos en nuestros peores enemigos

La falla en ordenar nuestro comportamiento respecto a nuestra meta eterna y lo que nuestro Dios ha señalado como propósito para nuestra vida, nos convierte en los necios de los que Cristo habla en sus parábolas. Deberíamos ordenar nuestras vidas en vistas a la eternidad, para evitar la auto-destrucción. No digo que todos deban entran en un monasterio. Es una vocación particular. Pero digo que, en cualquier cosa que hagamos, no importa lo que otras personas puedan decir, deberíamos vivir cada día conscientemente y con un propósito que ayude a nuestra salvación eterna. Un ejemplo puede servir. He escrito las cartas de dispensa para más de 180 sacerdotes. Debo tener el récord mundial al respecto, es parte de mi trabajo. Algunas veces estos hombres tenían que irse. Era el único camino que quedaba para ellos que resultara honesto y bueno moralmente. Pero siempre les decía a estos sacerdotes cuando terminábamos nuestras entrevistas: “cualquier cosa que hagas, hazlo para tu salvación eterna. Tal vez nadie más lo pueda entender, pero deja para tu salvación. Trabaja en tu vida espiritual”. Muchos me miraban sorprendidos cuando les decía esto, porque en nuestra sociedad, en el orden de importancia, la salvación está entre las últimas noventa y nueve cosas. Aun cuando es la única tarea que se presenta ante nosotros que durará para siempre. Nuestro Señor lo dice muy claramente: Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? (Mc 8, 36). Claramente, uno de los caminos más rápidos hacia la auto-destrucción es fallar en la estructurar la vida en orden a la salvación eterna.

Otro camino cuesta abajo: Ir en contra de Dios

Otro camino muy popular hacia la auto-destrucción consiste en la auto-indulgencia en cosas que están prohibidas. Conocí a muchos que decían que realmente quisieran cumplir con la voluntad de Dios y ser tenidos por cristianos, pero… y entonces venía la excusa. Por supuesto que todos pecamos, y a menudo, sea por nuestra debilidad, sea por la concupiscencia, sea por falta de fuerzas, y la confusión. Podemos incluso, en un momento de estupidez, pecar con deliberada voluntad. Pero, permanecer en un estado que uno sabe es contrario a la ley de Dios, consciente y deliberadamente, es abrir las puertas al desastre. Eso no es otra cosa que el propósito de seguir pecando. Muchos autores, desde San Pablo a Shakespeare y el novelista Flannery O’Connor, han dicho la misma cosa: “benditos son los que caminan de acuerdo a la ley del Señor y malditos los que no”.

Incluso algunos creyentes en nuestros tiempos no quieren oír esta verdad. Conozco un sacerdote que fue amonestado por la autoridad del lugar por decirles a la gente que, ciertas cosas, son pecado, actos que la Iglesia enseña que son pecaminosos. Las autoridades le dijeron que era muy negativo en sus sermones. ¡Basta de estas estupideces! Es extremadamente auto-destructivo para los cristianos negar, ir en contra, cambiar, o alterar la ley de Dios, sea directamente, diciendo “Dios no quiso decir eso”, o indirectamente, interpretando la ley de Dios de tal modo que quede sin ningún sentido.

La Iglesia Católica se ha convertido, en los Estados Unidos, en una religión que está en contradicción con la cultura imperante. Un periódico que habitualmente culpa a los “católicos críticos” publicó recientemente una editorial en contra de los “católicos críticos”. El editor los llamó críticos católicos bellacos. Permite que te diga que él debería mirarse al espejo. Él anunció que el único grupo en los Estados Unidos contra el cual uno puede tener respetuosamente prejuicios es contra los católicos. Yo lo hubiera hecho extensivo a los Protestantes Evangelistas y a los Judíos Ortodoxos. Estamos todos en el mismo barco. Y podemos recibir fácilmente gran presión si nos pronunciamos contra el aborto o la conducta homosexual como si fuese equivalente al matrimonio y si nos quedamos callados respecto a la eutanasia. No tenemos que estar de acuerdo con los secularistas. Según ello tendríamos que quedarnos quietitos, dar la vuelta para no ver lo que pasa, y hacernos la gallina distraída.

Quedé sorprendido recientemente por la controversia anual por la marcha de San Patricio en Nueva York, pues se le permitía a los manifestantes gay participar y no precisamente para honrar a San Patricio. En respuesta a esta contradicción, un grupo de Judíos Ortodoxos anunció que si a los militantes gay se les permitía caminar en la marcha por el día de San Patricio, los Judíos Ortodoxos participarían durante la marcha gay por la liberación, llevando grandes pancartas en las que se leyera: “la sodomía es pecado”. Este es un ejemplo de actuar en positivo en vez de ser auto-destructivos.

Muchos dirigentes y agitadores en la Iglesia están asumiendo una postura de prudente aceptación de la equivocada dirección que los Estados Unidos ha tomado en las últimas décadas. Recuerdo un antiguo dicho de los filósofos paganos: “Los graneros de los dioses trituran lentamente, pero lo hacen extraordinariamente bien”. Hay también una sentencia en la Sagrada Escritura: Dichosos los que van por camino perfecto, los que caminan en la ley del Señor (Sal 119, 1). Y en el Nuevo Testamento están las palabras de nuestro Salvador: Porque todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos (Mt 10, 32).

Hay otras admoniciones en el Nuevo Testamento, especialmente las de Nuestro Señor y las de San Pablo, aconsejándonos a no conformarnos con el espíritu del mundo. Conformarse con el mundo en desintegración es el mensaje contenido en muchos de los medios de comunicación del sector secular e incluso de instituciones religiosas. No os acomodéis, dice San Pablo, al mundo presente (Rom 12, 1), porque el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción (Gal 6, 8). Si hay algo obvio en el Nuevo Testamento es que, comprometerse con los principios del mundo, no sólo es traicionar a Dios, sino renunciar a la propia causa, y atraer sobre uno mismo toda clase de desastres, no por parte de Dios sino de uno mismo.

Los cristianos deben leer la historia de lo que hicieron las Iglesias en Alemania al tiempo que surgió Hitler. Muchos de ellos permanecieron callados, asumiendo que un loco no podría permanecer mucho tiempo en el poder. Incluso el Papa Pío XI, creyendo que Hitler pronto caería, firmó un concordato con Alemania, pero luego reconoció haberse equivocado. Jamás digan que, en este tipo de cosas, los Papas no pueden equivocarse. En 1937, el Papa Pío XI escribió una encíclica en contra de Hitler, cuyas primeras palabras indicaban que había juzgado mal la situación. Comenzó así: “Es con profunda ansiedad y creciente sorpresa que Nosotros hemos estado siguiendo las dolorosas pruebas de la Iglesia y las crecientes vejaciones que afligen a los que permanecieron leales en sus corazones y sus acciones…”[1]. El Papa Pío XI lamentó lo que hizo al inicio, después de eso no se quedó cayado. Condenó con muy claras expresiones a los Nazis y a su antisemitismo.

Fiestas lamentables y reuniones de resentimiento

Otra manera muy eficaz de destruirse a uno mismo es mantener vivo todo tipo de sentimientos de rencor. Los Faraones Egipcios solían recolectar sus lágrimas y mantenerlas guardadas en lugares sagrados. Eran enterrados en las pirámides con sus lágrimas. Los faraones no son los únicos. Si quieres vivir de los resentimientos y sentimientos de rencor, tendrás una dieta muy anti-saludable por el resto de tu vida, puro colesterol psicológico. ¿Cuánta gente gasta gran parte de sus energías en lamentarse, llorar, estar tristes o volviéndose literalmente locos por vivir con resentimientos hacia quienes de algún modo les han fallado? Sí, la gente nos falla. Algunos ni siquiera saben que nos fallaron; otros no les importa el habernos fallado. Algunos están tan preocupados con sus propios problemas, que ni siquiera saben lo que hacen. Y a alguno ni les interesa. El lema de los seguidores de Cristo debe ser: “Sigue adelante. No mires atrás”. Si nuestro Señor Jesucristo hubiera sido de los que se preocupaban por sus propios sentimientos heridos, ninguno de nosotros hubiese sido salvado. Misericordiosamente, Dios no nutre ningún sentimiento de rencor. Para nuestro bien espiritual, como también psicológico, debemos perdonar a aquellos que nos han ofendido.

Hacer la guerra contra uno mismo

Todos alguna vez nos vemos involucrados en algo que, en psicología tiene un nombre peculiar: “la agresión pasiva”. Es muy insidiosa. No nos damos cuenta que está trabajando dentro nuestro, pero nos disponemos inconscientemente a nosotros mismos para el desastre. Nos involucramos en algo bueno o malo que no conduce a ninguna parte. Hay gente que parece hace toda una carrera para ser “agresores pasivos”. Así, si les prestas tu auto, ya sabes que lo destrozarán, y así sucede. Necesitas alguien que vaya a buscar más helado para tu fiesta, y una de estas personas es la más cercana que encuentras. Le das el dinero diciendo: “ve, consigue algunos kilos de helado barato”. El vuelve con escabeche porque estaban en oferta. ¿De quién fue el error? ¡Tuyo!

Todos podemos ser autodestructivos por las más eficaces razones. He aquí un ejemplo. Por las condiciones de mi corazón tomo un anticoagulante. Si recibo un golpe, rápidamente se convierte en un hematoma. Son muy incómodos. Se inflaman y duran semanas. Me recomendaron poner calor sobre uno que me hice no mucho tiempo atrás. Pero como me gusta hacer las cosas eficazmente y rápido, fui a una farmacia y descubrí las nuevas bolsas para dar calor que se calientan en el micro hondas. Estas bolsas tienen todo tipo de advertencias: “Sea cuidadoso, o tenga cuidado con… Asegúrese que haya alguien cerca. No las use por muy largo tiempo”. Cuando saqué la bolsa del micro hondas no sentí mucho calor. Me la coloqué, y me hice una quemadura de segundo grado. Dicen que lo mejor que hay que hacer con una quemadura es dejarla expuesta al aire. Así que la quemadura se me infectó. Fui seis veces al médico y tuve que usar antibióticos. ¿Por qué me hice esto a mi mismo? Para ahorrar tiempo. Realmente no me gusta tomar medicamentos, ni ir a las farmacias. Ni me importa el pensamiento de la muerte, sólo quiero que no dure mucho (tan sólo lo suficiente para preparar unos videos más con conferencias y prepararme a la muerte). Porque quería ahorrar tiempo, terminé visitando todos esos simpáticos doctores en diferentes ciudades. Lo que finalmente más me ayudó fue el siempre leal hidrógeno de peróxido. Es más barato que una botella de agua mineral. No tengo dudas. Escondido detrás de esta tonta experiencia, había una cierta cuota de auto-destrucción. Estaba todo bien planeado para que sea un accidente. Decía para mis adentros: “He sido enfermero por años. Sé hacer vendajes. Sé todo sobre infecciones. Conozco sobre microbios”. ¿Cómo hice esto? Me lo hice porque generalmente no me preocupo por mi propia salud.

Miseria, masoquismo, no te engañes a ti mismo. Cuando te encuentras justo detrás del punto del problema, siéntate y examina el plan inconsciente que hiciste para realizarlo tan eficazmente. Este tipo de auto-destrucción se ve con frecuencia en la Biblia. Moisés, el gran varón santo, termina de hacer sumo sacerdote a su hermano Aarón. Aarón debe haber sido un idiota. Moisés sube al monte Sinaí para encontrarse con Dios. El lugar temblaba, rayos, relámpagos, terremotos, ¿y qué está haciendo su hermano Aarón? Está construyendo un becerro de oro con colgantes fundidos. Debe haber sido realmente estúpido. Y Moisés, por supuesto, no era un agresor pasivo contra sí mismo, así que cuando bajó de la montaña, rompió el becerro, lo quemó e hizo que Aarón y sus hijos bebieran las cenizas en agua amarga (cfr. Ex c. 32). Esto no fue agresión pasiva, sino una agresión activa. ¿Cómo pudo estar involucrado con este idiota?

Otro santo del Antiguo Testamento estaba siempre preparándose para el desastre, Jonás, el profeta. Dios finalmente le dice que termine con su dolor de estómago: “Por favor Jonás, tu ni siquiera has plantado el ricino que murió, te estás lamentando por ti mismo” (Jon 4, 10; traducido libremente).

En ocasiones predico retiros a los obispos. Solía predicar mucho más, pero en la medida que avanzo en edad, me estoy volviendo un poco más honesto, así que ya no recibo tantas invitaciones. Los obispos, cosa que uds. no deben saber, son un grupo muy sacudido y golpeado. Cuando doy un retiro para obispos, debo ser muy educado porque ellos saben mejor que nadie cuan miserables son realmente las cosas. Años atrás, los obispos nunca escuchaban la verdad. Ahora nunca escuchan nada bueno ni agradable. Siempre que predico un retiro a los obispos, trato de recordarles que ellos son los sucesores de los apóstoles. Pero recuerden lo que les pasó a los apóstoles. Los doce apóstoles estuvieron allí durante la Gran Pascua del Nuevo Testamento, y todos huyeron. ¡Huyeron! ¿Esto no les dice nada? San Agustín siempre recordaba a sus hermanos obispos que ellos no se vuelven impecables por el sólo hecho de ser ordenados obispos. Los obispos deben estar vigilantes mucho más que cualquiera, porque a quien más se ha dado, más se espera.

En el Nuevo Testamento encontramos muchos ejemplos de gente que hunde su propio bote, San Pedro, Judas, los sumos sacerdotes. Los sumos sacerdotes se equivocaron respecto al Mesías, por ser muy expeditivos. ¿No somos los seres humanos unas creaturas muy peculiares? Creo que tanto Pedro como Judas por un lado, y los sumos sacerdotes por otro, obraban por resentimiento. Pedro y Judas estaban resentidos con el Señor por no haberse instaurado como un Mesías temporal, político. Jesús no vino a Jerusalén y no convirtió en oro sus puertas, ni en manteca las armas de los soldados romanos. Permaneció en Galilea, curando a los leprosos y los siro-fenicios y predicando en lugares como Nahim, que hasta el día de hoy, ni siquiera tiene una calle principal. Pedro y Judas dijeron: “¿Por qué no bajas a Jerusalén? ¿Qué estás haciendo aquí?” Y cuando finalmente decidió bajar a Jerusalén era en el momento equivocado, según lo que ellos pensaban. Ellos estaban resentidos con Jesús porque fue a Jerusalén aun cuando sabía que iba a ser asesinado.

El no creyente podría hacer una interesante pregunta. ¿Fue Jesús auto-destructivo? Hay formas de piedad y devoción que parecen sugerir que lo fue. Yo creo que mucha gente proyecta su propia poderosa auto-destrucción sobre nuestro Señor. Lo hacen aparecer auto-destructivo, pero esto es bíblica y teológicamente absurdo. ¿Acaso nuestro Señor no argumentó con la gente para que lo aceptasen? Trató de convertirlos, y si Él hubiera tenido éxito en convertir el mundo, entonces hubiésemos sido salvados por su vida y no por su muerte. Pero sabía cómo iba a terminar su vida humana (siempre lo supo con su inteligencia divina, pero misteriosamente también con su ciencia humana[2]). Sabía que no lo iban a aceptar, y enfrentó firmemente lo inevitable, lo que los apóstoles no pudieron enfrentar. Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará (Mt 20, 18-19). Nunca olviden estás últimas frases, porque fue a través de las más terribles torturas y muerte que Él dio todo.

Hay autores que pretenden interpretar a Jesús como si fuese meramente un ser humano, olvidando su divinidad, y entonces les parece auto-destructivo. Nuestro Señor no experimentó las patologías que los seres humanos caídos experimentamos. El quería ser aceptado en orden a convertir el mundo. Desde que eso no fue posible, aceptó la herencia de todos los seres humanos buenos que fallan. No buscó librarse de lo que era inevitable, que debía padecer y ser asesinado. La raza humana, en su estado de naturaleza caída, siempre odia y mata a dos tipos de personas: a los muy malos y a los muy buenos. Esos son los más vulnerables.

La figura más trágica

Probablemente la figura más triste de todas es la de Judas. Olvidamos que Judas era uno de los apóstoles. Con sinceridad y entusiasmo una vez decidió seguir al Mesías. Podríamos pensar que malinterpretó a Cristo, pero lo mismo les pasó a todos. Judas tuvo una maravillosa oportunidad, de volverse atrás justo en el umbral del desastre. Cuando Cristo le dijo: “¿Entregas al Hijo del Hombre con un beso?”, él podría haber dicho: “¡No!”. Él se podría haber dado vuelta y haber gritado a los soldados: “Váyanse a sus casas, todos ustedes están locos”. Entonces, en vez de tirar el dinero en el templo lo hubiese tirado a los sacerdotes. Pudo haber ido con Jesús al Sanedrín y ante Poncio Pilatos y decir: “Entregué a un hombre inocente. No ha hecho las cosas de las cuales lo acusan”. Nuestro Señor podría haber sido liberado por Pilatos. Sus enemigos hubieran tenido que prenderlo en otra oportunidad. Hubiéramos tenido algunas parábolas más, algunos milagros más, algunas hermosas páginas más en los Evangelios. Pero Judas permaneció siendo su peor enemigo hasta el fin, yendo más allá del lugar de la crucifixión y colgándose. Tuvo que caminar cerca del Calvario, ya que esa zona no es muy extensa. Habiendo destruido su reputación, el compromiso de toda su vida, él hubiese podido volverse e ir al calvario, arrodillarse a los pies del Señor y haber pedido perdón. Todos los artistas del mundo hubieran pintado la escena. Habría pinturas de esta escena en casi todas la Iglesias del mundo, San Judas Iscariote arrodillándose cerca de Juan a los pies de la Cruz. En cada gran ciudad habría una Iglesia llamada “San Judas el Penitente”. Su fama sería el tema de muchas obras de literatura. Su conversión es la página que no se escribió, porque Judas se destruyó a sí mismo, lleno de odio contra sí mismo, lleno de resentimiento, lleno de desesperación.

A lo largo de la historia de la Iglesia puedes encontrar mucha gente bien intencionada, que muchas veces obró con los mejores motivos, pero que terminan traicionando la causa a la cual consagraron sus mejores energías. En general son personas muy bien intencionadas y están muy cerca de Dios, pero los santos también pueden cometer errores. Por ejemplo, San Francisco cometió un gran error en su vida. Lo hizo con total buena intención e inocencia. Aceptó cualquier Fulano, Mengano y Sultano que se le acercaba y quería unirse a su orden. Hacia el fin de su vida había cinco mil hombres en su orden, de los cuales quizás la mitad de ellos debería haber regresado a sus casas. Ellos traicionaron a San Francisco. Eligieron a Elías, su peor enemigo, para ocupar su lugar como superior de la orden. Admitió que entrasen muy fácilmente en su orden demasiados hombres. No piensen que sólo los pecadores comenten errores.

El santo Papa Pío V excomulgó a la reina Elizabet I de Inglaterra. Ella nunca había sido educada como católica, aunque fue bautizada católica. Excomulgándola, Pío V absolvió a los católicos ingleses de sus deberes de fidelidad a la Reina, poniéndolos en el riesgo de caer en la traición. Al principio Elizabet no tuvo sentimientos anticatólicos muy fuertes. Pero fue puesta en una situación política por un papa muy santo, pero que muchos piensan, se equivocó. Los católicos ingleses podrían decir que provocó muchos martirios innecesariamente.

La historia de la Iglesia Católica en Estados Unidos está llena de acciones torpes. Un siglo atrás, miles de inmigrantes de Ucrania y de Carpathia vinieron a los Estados Unidos. Pertenecían al rito ucraniano y ruteno de la Iglesia Católica. Por antiguas costumbres, a sus sacerdotes diocesanos, se les permitía casarse y tener una familia. En aquellos tiempos no había diócesis de rito oriental, por lo cual estos devotos inmigrantes estaban bajo el cuidado del Obispo de Rito Latino. Algunos de los obispos más conservadores, la mayoría de ellos inmigrantes irlandeses y alemanes, siguieron adelante y aceptaron aquella tradición por más que la encontraron extraña a sus costumbres. Sin embargo, el líder del movimiento americanizador de la Iglesia, el arzobispo John Ireland de San Pablo (considerado entonces como un gran progresista), trató tan mal a los católicos del rito oriental que cientos de miles de ellos dejaron la Iglesia y se volvieron ortodoxos. He oído muchas veces que el arzobispo Ireland es llamado el fundador de la Iglesia Ortodoxa en Estados Unidos, porque le faltó una visión más amplia de la Iglesia.

Conocí una vez a un gran cardenal que sería el primero en el mundo en reconocer que cometió errores. Sus dos frases favoritas eran: “Gracias”, y, “Lo siento”. El Cardenal Cooke no tenía ningún problema en admitir sus errores. Sabía reírse de sí mismo. Prácticamente las últimas palabras que me dirigió en este mundo fueron: “Fue mi culpa, no fui lo suficientemente claro en explicar mi posición”. Reconocer que uno comete errores, incluso aceptando que los podría haber evitado, es en definitiva aceptar que uno es un ser humano. Este es inicio del camino para salir de la auto-destrucción.

Hacer frente a nuestras tendencias auto-destructivas

¿Qué hacer con nuestros propias tendencias auto-destructivas? Lo primero y obvio es admitir que ciertamente somos auto-destructivos. Si piensas que no puedes convertirte en tu peor enemigo, te engañas muy fácilmente. Pensar que no puedes estar engañado, es ya estar engañado, como sabiamente lo señaló San Juan de la Cruz.

La primer cosa que tienes que hacer es intentar reconocer esas tendencias en ti mismo y hacerles frente. Tratar de desenredar la maraña de todas esas tendencias auto-destructivas puede resultar una pérdida de tiempo. Pero intentar de reordenarlas y controlarlas, es una forma eficaz de combatir contra ellas. Desafortunadamente, cuando tratamos de reordenar nuestras tendencias de auto-engaño, corremos el riesgo de caer en la oposición bien intencionada de nuestros amigos. Soy un anticuado, siempre adicto al trabajo. Pero hago ciertas cosas para moderar este vicio. Me tomo una o dos horas para hacer algo interesante o educativo. Salgo y doy un retiro de modo que pueda recobrar algo la calma y dormir normalmente. Inevitablemente siempre aparece quien dice: “no deberías hacer eso”, o incluso sugiere o exige algunas actividades que serían contraproducentes. Muchas veces veo esa actitud con los padres y los hijos. Los padres intentando hacer lo mejor que pueden, muchas veces tienen alguna tendencia auto-destructiva, y los hijos, sin darse cuenta, refuerzan esas tendencias. La madre está agotada, y necesita algunos minutos de descanso. Seguramente alguno de los niños dirá: “no estabas cuando te necesité”. Elijo el rol de la madre para ilustrar este punto, porque realmente es el rol más exigente de todos. Pero podemos elegir cualquier otro, el del padre, del doctor, del maestro, del párroco. Cierto que siempre tiene que haber alguien disponible en determinadas situaciones, pero no siempre tiene por qué ser la misma persona. Incluso las madres desean y necesitan algún momento libre. Una vez, en una clase de psicología, nos dijeron que las madres siempre deberían estar prontas para asistir a sus hijos. Pensé para mis adentros: “Si la madre siempre tiene que estar pronta, pronto desfallecerá”.

Dios trabaja con nosotros

Dios es infinitamente bueno y trabaja contra nuestras tendencias auto-destructivas. Él de ninguna manera las favorece, a pesar de que sus representantes puedan hacerlo accidentalmente. Cristo dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, lo que implica que tú no debes odiarte a ti mismo y no debes auto-destruirte. A pesar de eso, por otra parte, si después de algunos intentos bien planeados ves que igual te estás cayendo, Dios estará allí para ayudarte. Él nunca, nunca abandona a quienes se dejan ayudar por Él. Él permanece allí para ayudarnos incluso si (equivocadamente) lo culpamos a Él de nuestros problemas. Solemos hacer nuestra propia voluntad y nos convencemos a nosotros mismo que es la voluntad de Dios. No era la voluntad de Dios. Somos como los ladrones cuando oyen que la policía está afuera y se arrodillan para rezar para que no los atrapen. No podemos esperar que Dios nos salve cuando nosotros hacemos cosas estúpidas, pero podemos esperar en Él cuando reconocemos lo que hemos hecho. Él estará allí. Nuestro Padre Celestial sabe mucho mejor que nosotros que tenemos impulsos neuróticos y auto-destructivos. Tendrá piedad de nuestra inmadurez. Estará ahí, a nuestro lado. Nunca esperes hacer algo a la perfección, excepto el ser perfectamente estúpido, pero sí, espera que quienquiera invoque el nombre del Señor, lo encontrará. El Señor dijo a Moisés cuando condujo a los israelitas fuera de Egipto: No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas… He aquí que yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino… Si escuchas atentamente su voz y haces todo lo que yo diga, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios mis adversarios (Jos 1,9; Ex 23, 20. 22). Pero Moisés cometió sus errores. ¿Lo abandonó Dios? No. San Pedro cometió sus errores. ¿Lo abandonó Dios? No. No importa lo que hagamos, Dios estará con nosotros. Él es inmensamente misericordioso y bondadoso.

Nuestro Padre se apiadará de nuestra inmadurez

Llamamos a Dios “Padre nuestro” porque Él reveló este título. Nuestro Señor lo usa con mucha frecuencia. Es algo absolutamente cierto que nuestro Padre celestial no es un ser humano masculino. Y es igualmente cierto que abarca igualmente las cualidades de un padre y de una madre. Lo llamamos Padre, pero tenemos miedo de dejar que sea nuestro Padre. No logramos comprender que como cualquier verdadero padre, Él se hará cargo con misericordia de nuestros errores, de nuestra inmadurez, incluso de nuestras locuras. Existe un poema que muy hermosamente ilustra el amor bondadoso de Dios Padre. Fue escrito por un poeta católico devoto hacia el final del siglo XIX, Coventry Patmore, cuya esposa había muerto recientemente, dejándolo solo para educar su familia, incluyendo su pequeño hijo, que constituye el tema de su poema. Creo que de este poema aprenderás mucho acerca de Dios.

Los juguetes

Mi pequeño hijo, que miró con sus ojos pensativos
y que se movió y habló con crecida sabiduría,
habiendo desobedecido mis órdenes siete veces,
lo reprendí, e lo hice subir a su habitación,
con duras palabras y sin besarlo.
Su madre, que era paciente, estaba muerta.
Pero, temiendo que su pena no lo dejara dormir,
lo fui a ver a su cama.
Pero lo encontré profundamente dormido,
con sus cejas oscurecidas y sus pestañas
aun humedecidas por sus últimos sollozos.
Y yo, con pena,
besando sus lágrimas, deje caer otras de mis ojos;
A su lado, sobre una mesita a la altura de su cabecita,
había colocado, entre sus cosas,
un caja con piedritas y pequeñas rocas rojas,
un trozo de vidrio recogido en la playa,
y seis o siete ostras,
un botella con campanitas azules,
dos monedas francesas, colocadas allí
con cuidadoso arte,
para confortar su triste corazón.
Entonces en la noche
cuando recé a Dios, lloré y dije:
Ah, cuando finalmente estemos tendidos en nuestro último aliento,
no Te disgustes en la muerte,
y Tú nos recuerdes los juguetes
con que hicimos nuestros juegos,
cuan débilmente comprendimos,
tu mandamiento grande y bueno,
entonces, no menos paternalmente
que yo, Tú que nos has modelado del barro,
Tú dejarás de lado tu justa ira, y dirás:
“Tendré piedad de sus chiquilinadas”.[3] Si lo buscamos sinceramente y deseamos agradarle en todas las cosas, Dios nos aceptará y trabajará con los errores que cada uno de nosotros, santos o pecadores, cometemos. Frecuentemente esto requiere perdonar; y su misericordia está siempre ahí para abrazarnos, aun en los peores momentos. Conozco gente que arruinaron completamente sus vidas, pero después, encontraron a Dios en la cárcel. Dios estaba allí para abrazarlos. Y por eso este extraño tema de la auto-destrucción, tantas veces experimentado, discutido tan frecuentemente, termina con esta aclaración: No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas… (Jos 1, 9). Si todavía no es lo suficientemente clara, Jesús lo dijo a sus confundidos y auto-destructivos apóstoles: No se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14, 27). Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). No importa lo que pase, cree que esto es verdad.

Oración

Padre Celestial, no suelo rezarte con mis propias palabras, uso en cambio la oración que nos enseñó tu Hijo. Ahora, reconociendo mi propia auto-destructividad, mi propia tendencia a cometer verdaderos errores que intento evitar, me vuelvo hacia Ti en busca de ayuda. Tu sabiduría sabe, más allá de lo que podamos pensar, que somos los hijos de una raza caída, que llevamos heridas misteriosas que nos causan daño o incluso destruyen las cosas que realmente nos traerían paz y gozo. Tú nos enviaste a tu Hijo Único para salvarnos a todos, aun a aquellos que conspiraron para destruirlo. A pesar de que lo amo y confío en Él, me pregunto qué hubiera hecho yo si hubiese estado entre aquellos que el desafió y llamó a ir más allá de sus estrechos, egoístas asuntos. Nada en mi vida me convence de que yo hubiese estado entre los pocos que permanecieron de pie a su lado. Y por lo tanto, reconozco, que muchas veces le fallo aun ahora, y dejo sin usar y desaprovecho las oportunidades que me da para servir mejor a Él y a quienes lo necesitan, y que lo representan tan bien. Padre, quédate conmigo cuando fallo y les fallo a quienes me han sido dados para servirles. Corrige mis errores. Ilumina mi oscuridad. Endereza mis caminos. Y sé paciente con mis necedades. No te pido que impidas mis errores, pero sí que me ayudes a ser paciente con los demás, como Tú eres paciente conmigo. Amén.

[1] Papa Pío XI, Mit brennender Sorge (Sobre la presente posición de la Iglesia Católica sobre el Imperio de Alemania), Marzo de 1937.

[2] N. del tr. Sobre la auto-consciencia que Jesús tenía de sí y de su misión de Salvador, conviene recordar un reciente documento del Magisterio: “Jesús, el Hijo de Dios hecho carne, goza de un conocimiento íntimo e inmediato de su Padre, de una “visión”, que ciertamente va más allá de la fe. La unión hipostática y su misión de revelación y redención requieren la visión del Padre y el conocimiento de su plan de salvación. Es lo que indican los textos evangélicos ya citados (cfr. Mt 11,25-27; Lc 10,21-22). – Esta doctrina ha sido expresada en diversos textos magisteriales de los últimos tiempos: “Aquel amorosísimo conocimiento que desde el primer momento de su encarnación tuvo de nosotros el Redentor divino, está por encima de todo el alcance escrutador de la mente humana; toda vez que, en virtud de aquella visión beatífica de que gozó apenas acogido en el seno de la madre de Dios” [Pío XII, Carta Enc. Mystici Corporis, 75: AAS 35 (1943) 230; DH 3812]. – Con una terminología algo diversa insiste también en la visión del Padre el Papa Juan Pablo II: “Fija [Jesús] sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor” [ Carta Apost. Novo Millennio Ineunte, 26: AAS 93 (2001), 266-309]. – También el Catecismo de la Iglesia Católica habla del conocimiento inmediato que Jesús tiene del Padre: “Es ante todo el caso del conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre” [473]. “El conocimiento humano de Cristo, por su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado gozaba de la plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar”[474]. – La relación de Jesús con Dios no se expresa correctamente diciendo que era un creyente como nosotros. Al contrario, es precisamente la intimidad y el conocimiento directo e inmediato que él tiene del Padre lo que le permite revelar a los hombres el misterio del amor divino. Sólo así nos puede introducir en él” (SCDF, Notificación sobre las obras del P. Jon SOBRINO S. J., 26.11.2006, n. 8).

[3] Coventry Patmore, “The Toys”, Anthology of Catholic Poets, ed. Joyce Kilmer (Garden City, N.Y.: Doubleday, Image Books, 1955), 195.

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