La Iglesia, como esposa y cuerpo místico de Cristo, sabe que el Señor se ha hecho pobre, asumiendo la naturaleza humana, a fin de que volviéramos a la amistad del Padre. Cristo optó por nosotros, pobres en espíritu y en debilidad ante Dios. Este es el origen de la preferencia de la Iglesia por los pobres; ya sean los marginados del mundo económico o los pobres de espíritu.
Hay dos tipos de pobreza: la que nos impide llevar una vida cómoda y agradable. Esta pobreza es privación de los bienes materiales, que hay que apreciar como medios. El otro tipo de pobreza es la elegida como un modelo de vida evangélico, donde, por un llamado sobrenatural, se dejan los bienes materiales para que no sean un obstáculo en la persecución de los bienes espirituales.
Tanto la pobreza extrema no elegida como un modelo de vida evangélico, como la riqueza extrema nos pueden alejar de Dios. Pues quien tiene hambre difícilmente piensa en Dios. Y quien disfruta de las riquezas materiales puede engañarse pensando que ellas son el único bien por adquirir.
La Iglesia, como esposa y cuerpo místico de Cristo, sabe que el Señor se ha hecho pobre, asumiendo la naturaleza humana, a fin de que volviéramos a la amistad del Padre. Cristo optó por nosotros, pobres en espíritu y en debilidad ante Dios. Este es el origen de la preferencia de la Iglesia por los pobres; ya sean los marginados del mundo económico o los pobres de espíritu.
Uno de los pasajes evangélicos en los que Cristo explica cómo ganarse el Reino de Dios es aquél en que él, como pastor, separa a los que hicieron el bien de los que hicieron el mal. El texto es elocuente porque en él se explica con ejemplos concretos qué es hacer el bien, en vez de entrar en una discusión filosófica. Es aquí donde dice Jesús qué es hacer el bien: » Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.” Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25, 34-40)
En este pasaje hay que notar que Jesús menciona una serie de necesidades o privaciones, las cuales son remediadas por los hombres caritativos. Jesús describe al pobre como un receptor especial de la gracia de Dios, pues está llamado a ser pleno en lo económico por la participación de la caridad a través de sus benefactores. El pobre es el que necesita plenitud, y ésta se la dan los que desean ser caritativos. Pero en este esquema podría pensarse que el pobre es una herramienta de plenificación del que practica la caridad. Sin embargo, Jesús hace una aclaración importante: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25, 40) El pobre tiene una dignidad tan grande como la de un Rey, y esto indica que vale por sí mismo y no es una herramienta de plenificación del hombre caritativo.
Cristo dibuja a la comunidad de creyentes salvados, simbolizados en el rebaño de ovejas, como los que pueden acercarse a la salvación que viene de Dios a través de las buenas acciones. En la parábola hemos visto que Cristo da la salvación a los que se comportan con sus semejantes como si se hubieran comportado con Cristo mismo. Esto no significa que la salvación la podamos alcanzar por méritos propios, sino que Cristo salva con su gracia a los que ven en el hermano necesitado a otro Cristo.
La Iglesia, como Cristo prefiere a los pobres, pero no odia a los ricos
Jesús se mezcló con todos los tipos de gente de su región y tiempo. Desde sacerdotes y fariseos, hasta cobradores de impuestos y prostitutas. Pasando por centuriones romanos, pescadores galileos, príncipes judíos, etc. Cristo fue amigo para muchos sin importarle si comía con pobres o ricos. No olvidemos que una vez fue reprendido por comer con pecadores pobres. (Lc 5, 29-32) y otra vez visitó a un rico y le hizo compañía.
Cristo no condenó a los ricos en tanto que fueran ricos, sino que condenó que la riqueza fuera egoísta y no tuviera como fin la plenificación del otro en la verdadera caridad, que es la búsqueda sincera del bien ajeno, y no sólo en el altruismo. (En un apartado siguiente veremos la diferencia entre caridad y altruismo) En otra parábola Cristo muestra la preferencia por los pobres de una manera muy elocuente. El relato en cuestión es la historia del Rico y del pobre Lázaro. (Lc 16, 19-31) Generalmente, los nombres de los ricos eran importantes en los relatos judíos. Sin embargo, Jesús no da un nombre propio al rico, sino que se lo da al pobre: Lázaro.
A lo largo de la bien conocida parábola, Jesús no critica la riqueza en sí misma, sino que critica la actitud del rico que no se compadece del pobre Lázaro. Compadecer es padecer con el otro, a fin de que el sufrimiento termine. El rico nunca supo poner sus bienes al servicio del pobre y no pecó por ser rico propiamente. El final de la historia es un tanto impresionante, pues hay una ironía que se presenta en la recompensa de Lázaro y el castigo del rico. Así como había una gran distancia entre el pobre y el rico en la tierra, así también existe una distancia semejante entre ambos, sólo que el que goza es Lázaro y no el rico. El personaje de autoridad que aparece en el relato es Abraham, padre en la fe. El patriarca explica al rico que la distancia que los separa es infranqueable. También explica indirectamente que esa distancia pudo no existir si el rico hubiese compartido sus bienes con Lázaro.
Vemos que Jesús no critica el trabajo personal ni las aspiraciones al bienestar, sino que pretende que la riqueza sea proporcionada y caritativa. La riqueza que se cierra sobre sí misma aparta de Dios. La riqueza que se utiliza para hacer el bien a los que están marginados nos acerca a Dios, pues en la caridad participamos proporcionalmente de su gracia. (1)
Jesús habla sobre la preferencia por los pobres; esto lo ha ilustrado con la salvación de Lázaro, «que recibió males en su vida». La preferencia tiene su sentido porque los pobres son marginados, y dentro de Cristo no cabe ninguna marginación a no ser el voluntario apartamiento de la salvación. Cristo ha venido a traer el bien porque él es la Imagen del Bien Sumo. Y el bien no se puede conocer ni amar si no hay una situación de necesidades básicas satisfechas. Es decir, si los pobres son marginaos materialmente, también están en peligro de estar lejos de Dios si los hombres no se lo predican.
Ahora bien, Dios mismo no se hace esperar de los hombres para hacer el bien. Y si los pobres son marginados por los hombres Dios los acoge en un modo en que es más fácil recibir la gracia para un pobre que para un rico. Por eso dice la Escritura «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los cielos» (Mt 19, 24) y también dice: » Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos». (Mt 5, 3-11)
La preferencia que Cristo tiene por los pobres se debe a que ellos poseen una capacidad para entrar más fácilmente en el Reino de los Cielos. Entrar en él precisa que se tenga un desapego por los bienes que no son el Bien Sumo, sino sólo son medios orientados a Él.
Cristo tiene una preferencia por los pobres que ha dejado patente en las parábolas que hemos visto: La del pastor que separa sus rebaños (obras de misericordia) y la del pobre Lázaro y el rico. Esta referencia que hemos explicado la inculca Jesús en su Iglesia, de modo que ella está llamada a tener una opción preferencial por los pobres.
Hay que saber distinguir el modo en que los cristianos están llamados a plenificar esta invitación por preferir a los pobres. Primeramente esta opción se plenifica en la caridad que es deseo desinteresado del bien ajeno. La caridad no es altruismo, pues éste pretende tener un fin de construcción social y se queda en el ámbito humano. La caridad cristiana traspasa los límites humanos y es comunicación de la gracia de Dios en cada individuo. No persigue un reconocimiento social y pretende hacer el bien al otro con verdadero amor.
(1) Participamos proporcionalmente de su gracia pues, así como Dios nos da desinteresadamente y a partir de sí, origen de los bueno, los bienes que necesitamos, así nosotros damos desinteresadamente los bienes que no nos sobran a los que lo necesitan. En este sentido, por la gracia, nos hacemos parecidos a Dios.
Amaos los unos a los otros como yo os amo a ustedes, también se puede traducir como Ayudaos los unos a los otros como yo les ayudo a ustedes. El que más tenga que de al que menos tenda y el que no tiene que reciba del que tiene.
Una cosa muy distinta ocurre con el que es pobre porque quiere serlo, es decir se estorbe porque pudiendo trabajar no lo hace y Jesus ha dicho cuando dijo. «pues el que no quiera trabajar pues que tampoco coma»: Esto puede parecer que ese honre es pobre de espíritu?. Allí cabría un proceso de evangelización con ese pobre hombre pues es el mas pobre entre los pobres.