Santoral 23 de abril | San Jorge, San Aniano, Beato Egidio de Asís

San Jorge, mártir (+ 303) 

«El Megalomártir», «el gran Mártir», le llaman los griegos.  El defensor de la Iglesia, el portaestandarte de la fe, el defensor de los perseguidos e inocentes, el Patrón de los Cruzados y de varias ciudades españolas… Todo esto es el glorioso mártir que hoy celebramos.

Se cree que nació en Palestina, en la ciudad de Lidda o en Mitilene, allá por el año 280.  Sus padres eran fervorosos cristianos y emparentados con la alta aristocracia del país.  Era un joven bien plantado: alto, elegante, fuerte, simpático… Abrazó la carrera más noble de aquellos tiempos, la militar y todo le sonreía hasta que un día… allá en los inicios del siglo IV llegó a Nicodemia el terriblemente duro emperador Diocleciano, con la satánica idea de hacer desaparecer a los cristianos.  Dictó leyes terriblemente duras contra los seguidores de Jesús de Nazareth.  Su último edicto ordenaba arrojar a todos los militares, dignidades y cargos administrativos, si se podía probar que eran cristianos.  Jorge, en medio de la plaza de la ciudad arrancó con furia el edicto y se enfrentó a Diocleciano diciéndole:  «Señor, ni he cumplido ni espero cumplir de ahora en adelante cuanto habéis ordenado, por juzgarlo altamente injusto.   ¿Por qué abusáis de los pobres y de las vírgenes? ¿Por qué, si hay libertad para adorar a dioses falsos, no debe haberla para adorar al único Dios verdadero?…» El emperador dictó que le atormentasen con toda clase de los más refinados instrumentos para hacerle claudicar de su fe.  Pero por más que lo hicieron sufrir, la fe crecía y el valor aumentaba en el tribuno Jorge.  Finalmente viendo que ninguno de aquellos tormentos acababan con él, fue decapitado. 

San Jorge será el patrón de los militares valientes y de cuantos luchan por defender su fe.  Fue en el año 303 cuando recibió la palma del martirio.  Es patrono de los boy-scouts.

San Aniano (Siglo I)

Era un zapatero monoteísta a juzgar por los juramentos que profería cuando las cosas no iban como él quería.  No blasfemaba por Júpiter, Hércules y los dioses inmortales, sino por “el gran Dios del cielo”.  Esto llamó la atención de san Marcos que había entrado a su taller para que le arreglara una sandalia.  Habiéndose herido el dedo pulgar con su lezna, Aniano soltó delante de su cliente su juramento habitual.  Marcos le curó el dedo y después llevó la conversación hacia “el gran Dios del Cielo”, que Jesús había venido a revelar.  Éste fue el origen de la conversión de Aniano, quien fue el primer cristiano y  primer obispo de Alejandría.

Beato Egidio de Asís (1190-1262)

Nació en Asís, Italia, de familia campesina.  Dejó sus bueyes y su arado a los veinte años para seguir al Poverello de Asís.  Como san Francisco solía decir, fue el cuarto reclutado y el mejor de sus caballeros de la Tabla Redonda.  Egidio viajó mucho:  estuvo en Túnez donde los moros le repatriaron a Italia en lugar de darle la corona del martirio que tanto anhelaba.  Hizo numerosas peregrinaciones, incluida Tierra Santa, ganándose el pan a lo largo de los caminos como jornalero en las granjas o como enterrador en los cementerios.  Los últimos treinta años de su vida transcurrieron en las ermitas franciscanas de los alrededores de Perugia.  El papa Gregorio IX y sus cardenales se tomaban la molestia de ir a visitarle.

Aunque era muy inteligente, rehusó el instruirse de una manera especial, dedicándose tan sólo al estudio del Evangelio y bromeando adrede con los teólogos, cuyas disertaciones eran para él “secreciones cerebrales sin importancia”.  San Buenaventura escribió de él:  “Este iletrado practicó la virtud en un grado sublime y mereció ser elevado a las mayores alturas de la contemplación.  Tan a menudo caía en éxtasis, como yo mismo he comprobado, que parecía llevar en la tierra una vida más angélica que humana”.

Las Florecillas de san Francisco recogen un centenar de sus Pensamientos que son de una gran originalidad y profundidad, lo cual no impide que a menudo estén llenos de sentido de humor.

* La mejor forma de alejar de nosotros al demonio es buscar la compañía de Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Comunión.

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