Santoral 20 abril | San Telmo, San Marcelino, San Teotimio, San Gerardo, Beata Odette y Santa Hildegunda

San Telmo, predicador (1185-1240) 

Su nombre era Pedro González Telmo, pero la gente le llamaba Telmo, y como San Telmo ha sido invocado siempre por sus devotos, especialmente los marineros que en momentos de peligro le gritan: “San Telmo, ayúdame” sin quedar nunca defraudados.

Después de una fructífera carrera como predicador dominico, Telmo fue nombrado capellán del ejército por el rey San Fernando, donde trató de corregir los vicios de los militares.  También se dedicó a los marineros, ayudándoles a formar asociaciones para defender sus derechos, ayudándolos en todas sus necesidades y adoctrinándolos fervorosamente.  Después de su muerte comenzó una interminable serie de prodigios conseguidos por su intercesión. 

San Marcelino de Embrun (+374)

Nació en la provincia romana de África y murió en Embrun, Francia.

Junto con Dominus y Vicente, Marcelino llegó de África para evangelizar los Alpes franceses.  Envió a sus dos compañeros a los Alpes Bajos, reservándose Embrun y los Alpes Altos.  Construyó una iglesia en esta ciudad; San Eusebio de Vercelli vino a consagrarla y nombró obispo a Marcelino.

Se dice que volviendo de un viaje apostólico, encontró Marcelino una reata de mulas que transportaba sacos de trigo.  Uno de los arrieros maldecía al lado de su bestia, caída y medio muerta de agotamiento.  “¡Ah!- gritó entonces, parando al obispo -, he aquí quién va a hacer mi trabajo”.  Marcelino se dejó colocar los arneses, alineándose en el convoy y reemplazando al animal hasta el final de la etapa.  Cuando los cristianos del lugar le vieron llegar en semejante compañía, quisieron golpear al bribón que había tratado así a su pastor, pero éste lo impidió diciendo «“No le hagaís ningún dañó porque es mi bienhechor.  ¿No es cierto que me ha permitido imitar un poco a Aquel que cargó con nuestros pecados y quiso llevar la cruz para nuestra salvación?”   Se comprende que semejante amor a Cristo haya hecho de Marcelino un gran apóstol.  Hay que añadir a estos méritos el de combatir el arrianismo que Constanza II trataba de imponer y extender en Occidente, de tal manera que tuvo que ir por las montañas de los funcionarios imperiales que intentaban capturarlo.  La muerte de Constanza le devolvió la libertad.

San Teotimio el filósofo (siglo IV)

Así llamado porque se pensaba que había estudiado todos los sistemas filosóficos.  No habiendo encontrado en ellos más que migajas de verdad, se sumergió en la lectura del Evangelio donde descubrió la Verdad integral.  Llegó a ser obispo de Escitia, Turquía, y fue uno de los que no condenaron la obra de Orígenes por algunos errores que contenía.

San Gerardo, señor de Salles (1070-1120)

No tenía ni vocación religiosa ni matrimonial, por lo que dedicó su gran fortuna a fundar varías abadías en el sudoeste de Francia. Murió en una de ellas,  Aurillac, como acólito.

Beata Odette ( 1134-1156 )

Tenía apenas veinticinco años cuando murió en el convento de Buena Esperanza,  en Bélgica tras un compromiso frustrado.  Llevada en contra de su voluntad ante el altar, contestó:  “No, nunca”, cuando le preguntaron si aceptaba al caballero Simón como esposo. Después se cortó la punta de la nariz para alejar a sus posibles pretendientes.

Santa Hildegunda o hermano José (1188)

Hildegunda, nacida en los alrededores de Colonia, se había disfrazado de hombre y tomado el nombre de José, para poder acompañar a su padre a Tierra Santa.  Éste murió en Tiro y regresó sola a su patria.  Felipe de Heinsberg, obispo de Colonia, tenía papeles secretos que hacía falta que llegaran al papa.  José los escondió y partió hacia Italia como un peregrino cualquiera.  El criado que la acompañaba huyó llevándose cuanto tenía. Continuó su ruta conducida por un ángel que el Cielo la envió hasta su destino.  

De vuelta en Alemania, se hizo monje en la abadía de Schoenau, mostrando evidentes signos de santidad durante tres años.  Murió el miércoles de Pascua, y fue entonces cuando al lavar su cuerpo, se descubrió que era una mujer.  Por ello, el abad no se vio obligado a hablar del “hermano José, siervo de Dios” en su acta de defunción y pudo poner en femenino lo que era masculino en las plegarias fúnebres.

*Hoy pediré a San Telmo su intercesión para llegar a salvo al puerto de la eterna felicidad.

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