La Misa y la Santa Comunión

Para la mayoría de nosotros, la Santa Misa y la Santa Comunión siempre han estado ahí, y nunca hemos tenido que pensarlo dos veces. Si por algún motivo no pudimos ir a nuestra parroquia o a alguna iglesia cercana, podíamos ir a otra con un pequeño inconveniente.

De repente, todo cambió. El coronavirus (COVID-19) nos puso en cuarentena, y el Papa y los obispos nos animaron a ver la misa por televisión y ofrecer oraciones, alguna desconocida por muchos:  la «comunión espiritual».

Ha sido difícil para muchos católicos adaptarse a estas medidas de emergencia.

Participar en la Misa, lo sabemos bien, es estar presentes en la renovación del sacrificio en la Cruz. Estamos ahí en la presencia real de Jesús sacramentalmente. Cristo está presente con su Cuerpo, con su Sangre, con su Divinidad.

Pero algunos se preguntan cuando siguen la Misa por internet: ¿Qué queda cuando la presencia no es real, sino virtual? ¿Por qué ver la Misa si no podemos recibir el sacramento?

¿Qué sentido tiene una Misa en vídeo?

La historia, incluso la reciente, nos muestra lo maravilloso que teníamos de poder participar de la Misa y comulgar.

Hace tan sólo 100 años, era común que muy pocas personas recibieran la comunión. En una Misa determinada, el sacerdote que la celebra podría ser el único comulgante.

El Papa San Pío X (1903-1914) había instado a los fieles a comulgar con frecuencia. Sin embargo, muchas personas tenían un sentido persistente de su propia indignidad. Iban a Misa y, en ella, no participaban activamente sino que  rezaban. La Iglesia había determinado que estábamos obligados a recibir la Comunión al menos una vez al año, durante el tiempo de Pascua.

En circunstancias inusuales también mucha gente tenía que abstenerse de la Misa y la Comunión. Durante siglos, se prohibió a los sacerdotes celebrar la Misa en alta mar, especialmente si las aguas estaban agitadas. El peligro de derramar el cáliz, con la Sangre de Cristo o de esparcir las partículas de la Hostia, era demasiado grande. Así que el clero celebraba una «Misa Náutica», que con el tiempo se conoció (curiosamente) como una «Missa Sicca» («Misa seca«).

El sacerdote rezaba todas las oraciones de la Misa excepto el ofertorio, la consagración y la comunión. No había comunión porque no había consagración, ni sacrificio.

Desde el siglo pasado, hay muchas historias de sacerdotes que ofrecían Misas Secas en extrema coacción. Algunos sacerdotes que estuvieron presos durante la segunda guerra mundial, o con enormes riesgos durante la guerra civil española o la persecución religiosa en México. El Siervo de Dios Walter Ciszek hizo esto en los campos de trabajo soviéticos porque no tenía acceso regular a los elementos esenciales: pan de trigo y vino de uva.

San Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei, hizo lo mismo en su encierro durante la Guerra Civil Española: su altar era una pila de maletas. Hay historias similares de los campos de concentración nazis.

La misa transmitida por Internet o por televisión es una forma muy moderna de mantener esta costumbre tan antigua.

Aunque la misa televisada no es un sustituto de la participación en la celebración real de la liturgia de la Iglesia, proporciona una oportunidad para aquellos que no pueden estar físicamente presentes

1) para identificarse con una comunidad de culto,

2) para escuchar la Palabra de Dios,

3) y para ser movidos a expresiones de alabanza y acción de gracias».

El Catecismo de la Iglesia Católica incluso nos insta a «arreglarnos» de esta manera cuando no podemos asistir al altar.

«Si por falta de un ministro sagrado o por otra causa grave la participación en la celebración de la Eucaristía es imposible, se recomienda especialmente que los fieles participen en la Liturgia de la Palabra… o se comprometan en la oración durante un tiempo apropiado personalmente o en familia» (n. 2183).

La comunión es el beneficio principal de la Misa, pero hay muchos beneficios secundarios en una “Misa virtual”, como señala el Papa y los obispos.

La liturgia es la principal portadora de la tradición católica de generación en generación. Por repetición (diaria o semanal), nos forma en la cultura católica. Absorbemos las frases de la Misa escuchándolas regularmente. De esta manera muchos trozos de la Misa se han convertido en moneda común en la cultura más amplia – «mea culpa» … Señor, ten piedad…

La liturgia también nos mantiene en sintonía con la singularidad de cada día. De otra manera podríamos olvidarnos de los días festivos especiales, o de los memoriales de los santos. Si vemos la Misa, cada día es diferente de manera sutil y específica. Cada día tiene sus propias oraciones y lecturas. Y la homilía puede dar consejos prácticos para enfrentar nuestra situación nacional o local a medida que se desarrolla.

Comunión espiritual

La clave para la participación remota en la Misa es el deseo. La forma comprobada de avivar ese deseo es la «comunión espiritual», oraciones que expresan el deseo consciente de recibir la comunión cuando no se puede hacer físicamente.

El Papa Francisco y los obispos han instado a los fieles a usar tales oraciones, que el Concilio de Trento dijo que traería «muy grandes beneficios».

Las versiones más comunes son las que enseñan San Alfonso de Ligorio y San Josemaría.

Cada comunión espiritual apunta hacia la próxima comunión. Cada misa virtual nos ayuda a anticipar nuestra próxima asistencia real, en un día que sólo Dios sabe.

La tradición católica aplica las palabras del Libro del Apocalipsis a la misa: «Porque ha llegado el día de las bodas del Cordero, su novia se ha preparado» (19:7).

Oraciones de comunión espiritual

Yo quisiera, Señor, recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que te recibió tu santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos.

(San Josemaría)

A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, que se humilla en su nada y en tu santa presencia.

Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía. Deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece.

Mientras espero la felicidad de la comunión sacramental, deseo poseerte en espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, ya que yo, por mi parte, vengo a Ti!

Que tu amor abarque todo mi ser en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.

Amén.

(atribuido al Siervo de Dios Rafael Merry del Val

Creo, Jesús mío, que estáis realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma.

Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado,

venid a lo menos espiritualmente a mi corazón.

(Pausa en silencio para adoración)

Como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno todo a Vos.

No permitáis, Señor, que jamás me separe de Vos. Amén.

(San Alfonso María de Ligorio)

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