Acabo de imaginarme a la Santísima Virgen preparándose para su boda con San José. La Virgen era una joven pobre y San José era un hombre de su misma condición. Los dos eran personas muy humildes, ese tipo de personas que no estamos acostumbrados a ver en la televisión ni en las revistas de actualidad y moda. Recordando mi viaje a Israel, hace unos 6 años, puedo traer a mi memoria las calles empolvadas de la ciudad de Nazareth y el interior de la casa en la que el anuncio del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo ocurrió. Quede impactada por la sencillez, la humildad, la pequeñez de aquellas paredes.
En medio de la pobreza, de padres que no pudieron acceder al estudio, al saber terrenal pero que fueron educados con la belleza de las verdades eternas, fue anunciado el nacimiento de Dios en la tierra: Jesús. María estaba comprometida con José, ¡qué angustia la suya!, puedo imaginarle “¿cómo le voy a explicar esto a José?” Para los que somos católicos y romanos, el resto de la historia ya la conocemos por lo que no es mi intención explicar lo que pasó sino concentrarme en el misterio de la unión de los dos en el matrimonio.
Me imagino un amor limpio. Una amistad profunda. Un respeto ilimitado y un compromiso eterno. Imagino a María muy consciente de su ser femenino “Dios te salve (María) llena de gracia, el señor es contigo. (….) Bendita tú entre las mujeres” (Lc, 1: 28.42) El Ángel por medio de Dios le llama bendita, para mi bendita se traduce en docilidad, ternura, calma, claridad de lo que se es, de tener consciencia de su rol, de su ser de mujer, esposa, madre, ama de casa. Ser mujer es la combinación de exquisita delicadeza en el gesto y la reciedumbre en el hacer.
A mi me gusta ser mujer y más me gusta ser mujer totalmente católica que tiene una relación con Ella y que, como San Juan Pablo II, le pedía “¡María conduce tu mi vida!”. Al contemplar a la Virgen Santísima en el rezo de los misterios de su vida, se va profundizando en sus virtudes humanas, en la grandiosidad de su personalidad, sobre todo en esa humildad tan elegante, tan arrolladora, tan impresionante. Ella era una reina y lo sabía, pues era escogida por Dios para tener a su hijo, la reina de reinas. Una muestra de su humildad y sencillez es que nunca salió de su casa a contarle a todo el pueblo que iba a ser madre del rey del mundo y del universo. Seguramente si esto hubiera pasado hoy no se tomaría fotos para colgar en Instagram, tuitear o cambiar su estado en Facebook. Al escribir estas líneas me doy cuenta que aún me debo algunos encuentros con María.
También recuerdo mi visita a Galilea y no puedo evitar pensar en que el primer milagro que realizo Jesús fue gracias al genio femenino de su madre. La Madre de Jesús dijo en las Bodas de Caná: “No tienen vino (Jn2: 3) ¿acaso no sólo nosotras las mujeres nos damos cuenta cuando algo falta en una casa? ¿Acaso no es muy de mujeres estar atenta a los detalles y a la angustia de los otros? ¿Puedes observar en esta corta advertencia cómo María provoca a Jesús frente a todas las personas para que haga su primer milagro? Y pero por supuesto que Jesús reacciona como todo hombre: “Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn. 2,4). La verdad es que la respuesta de Jesús no es amable, más bien es bastante dura, una respuesta para activar el caballo apolítico de la defensa (Gottman para el matrimonio) e iniciar ahí mismo una discusión. Pero, ¿qué hace María? Simplemente calla, no discute e inmediatamente expresa con delicadeza y seguridad: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5) con la firme claridad de su papel. ero por supuesto que nuestro Jesús se tiene que haber quedado completamente desarmado, sin más remedio que hacer un milagro, el primero de su vida pública y así María manifiesta que es conocer y dominar a un hombre.
Me emociono al escribir estas líneas porque en mi vida, me doy cuenta de que cuando grito, me violento o reclamo lo que de justicia me corresponde, pierdo y que cuando callo sabiendo que por justicia me corresponde aquello que he pedido, ¡gano! Guardar silencio nos hace ganar batallas frente a los hombres, porque no hay nada más que le guste a un hombre que un ambiente de paz y serenidad y ese ambiente de paz y serenidad solo lo puede brindar una mujer. María estaba muy bien armonizada en su cabeza y en su corazón, era una mujer dependiente de Dios, quería hacer la voluntad del Padre, le gustaba ser mujer, esclava del Señor. Había sido su propia decisión. Es que es así, cada mujer como única e irrepetible, va decidiendo de qué forma quiere ser mujer, feminista, atea, con valores, frívola o santa. Pues yo me quedo con el ejemplo de María, imagínate ascendida a los cielos en cuerpo y alma ¡Qué categoría!
Sheila Morataya
Austin, TX
sheilamorataya.co
Gracias Sara. Sigue mirando a Maria!
Este pasaje es de los que mas me gustan del evangelio. Cuando yo, que soy madre, necesito algo de verdad, mas que pedir, mando. Y, Maria hace lo mismo. No consulta en realidad, porque acto seguido, le da la orden a los sirvientes..Parece que salio de ser «la Esclava» a ser «la Dueña»… Dueña de Dios!! Gracias por tu comentario, me ha ayudado mucho!