Un rabino argentino explicaba como la policía de Buenos Aires había tenido que ver con la muerte de un “pibe” hacía algunos años, y nada había sucedido, cómo tampoco había sucedido 20 años atrás frente al atentado de la AMIA, en que también la policía intervino, sin resultados, años de espera de los familiares de más de 80 personas por justicia y aun no pasa nada, la tentación es desesperar y renunciar, confirmar así la muerte sinsentido y la impunidad, la alternativa a la muerte es la vida, la denuncia y el recuerdo que mantiene la esperanza en la justicia.
Hoy en México, la realidad de una matanza de 22 personas a manos del ejército en Tlatlaya, es como una muestra de los otros miles de muertos en los últimos años que han sucedido con y sin intervención de autoridades, y la desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa, que es ya un signo de los miles de desaparecidos que existen en el país y que se mantienen en el imaginario de los familiares entre una fosa clandestina y la nada, entre el dolor de la ausencia y la incapacidad de contar con un sitio donde recordarlos.
Pero las muertes y las desapariciones no llegaron de improviso, repentinamente, sino que fueron precedidas por el veneno de la corrupción que poco a poco adormeció la conciencia, y por el escándalo que a nadie escandalizó. Primero fue quizá no aplicar la ley a cambio de dinero, o cambiar reglamentos o leyes para favorecer a algunos, después el ansia de poder que se podía obtener a través de dinero, de comprar conciencias y voluntades políticas para tolerar más actos de corrupción.
Y así las policías y fuerzas armadas fueron tolerando el narcotráfico y los demás crímenes, hasta que la línea que separaba a unos de otros se fue borrando, y los políticos prefirieron cerrar los ojos y abrir los bolsillos, cuando el método democrático se convirtió en un concurso de conseguir dinero para comprar votos, y la oportunidad de medios de comunicación que se ofertaban al mejor postor para encumbrar a quién tuviera el dinero para compensarles su “trabajo”.
Y de ahí a no respetar la vida, a hacer que el poder, la ideología y el dinero sean más importantes que la vida ya no queda ninguna distancia, sin duda la corrupción es el camino seguro hacia la muerte, a una muerte sin esperanza, a la desaparición tolerada, ¿o qué significa que ahora buscando a los estudiantes lo que se encuentren sean fosas con cadáveres de sabrá Dios quiénes que en algún momento fueron declarados “desaparecidos”?
Y sin embargo, hay una salida a la corrupción y a la muerte, la humildad de reconocerse pecador y arrepentirse, pedir perdón, la esperanza en la vida que se construye con actos buenos, la luz que ilumina los lugares más obscuros cuando nos atrevemos a llevarla hasta ahí. El dejar que nuestra conciencia nos mueva las entrañas para volver a sentir, para vivir una vida digna de ser llamada humana.
El Papa Francisco hizo una clara distinción entre el pecador y el corrupto que escandaliza, entre el que se arrepiente y el que engaña. Todos los muertos y desaparecidos escandalizan, pero más los que son a manos de la autoridad, y la tentación se mantiene para que no hagamos nada, para que toleremos lo intolerable, para que lo escandaloso no nos escandalice y nos deje en el círculo vicioso que aparentemente nos tiene atrapados como sociedad. Se nos olvida que Dios nos pide cuentas por nuestro hermano, por la vida de los demás y por los abusos e injusticias contra el prójimo.
Los estudiosos de la política dicen que la corrupción puede combatirse desde la responsabilidad con incentivos o sanciones de los actores, desde las leyes e instituciones que previenen, evitan y sancionan, o desde la cultura con educación. Me parece que tanto los actores, las instituciones y la cultura están entreverados, pero todo inicia por la decisión de las personas para corregirse, para crear instituciones eficientes, y para transformar la cultura.
A veces quisiéramos que el solo cambio de autoridades resolviera el problema, y en muchos casos si ayudan las renuncias y las elecciones, sin embargo, lo primero que necesitamos hacer es reconocer que la corrupción tolerada nos ha llevado a la muerte, y que debemos cambiar, denunciar, construir cada día y en cada actividad para combatir la corrupción, cada luz que se encienda disipará una parte de las tinieblas que por momentos nos abruman.
Oscar Fidencio Ibáñez Hernández
@OFIbanez
Casado, padre de 3 hijos, profesor e investigador universitario, y bloguero. Ingeniero Civil, Maestro en Ingeniería Ambiental y Doctor en política y políticas ambientales.
Mexicano, católico, autor entre otros textos de «El Espíritu Santo en tiempos de Twitter: Documentos del Concilio Vaticano II para tuiteros. Celebrando el #AñoDeLaFe»
Admirador de la Creación en todas sus dimensiones. Nací en La Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte (Hoy, Ciudad Juárez, Chihuahua).
De todo corazón pido a Dios estén con vida los 43 y si han muerto sepan su padres donde están Nuestro México tiene que salvarse Pero es tarea de todos