Caminando por la naturaleza hacia la paz

En mi niñez tuve oportunidad de convivir de muchas maneras con la naturaleza, crecí en un pequeño poblado de la sierra de Chihuahua, donde las montañas, las nubes, el cielo, los arroyos, los animales y el campo, son un marco precioso para cualquier historia que pueda ser contada. Más tarde he reflexionado que ese contacto de mis primeros años, me dio además un marco de referencia para relacionarme también con Dios y con mis semejantes.

Por siglos, las ciudades fueron construidas en las márgenes de ríos, arroyos, lagos o mares cuando era posible, brindando además de elementos básicos para el desarrollo de la vida y las actividades económicas, espacios de contacto natural que sumaban a la calidad de vida de los habitantes urbanos.

En diversos momentos, en parte por la industrialización, o por el gigantismo de algunos desarrollos urbanos, y sin duda por la miopía de gobernantes y profesionales, sumada a la avaricia de terratenientes y desarrolladores, esos cauces fueron degradados para usarse como canales de desagüe, como lugares para arrojar toda clase de desperdicios, la naturaleza al principio lo pudo procesar, pero al aumentar los volúmenes de basura, la degradación y contaminación fue en aumento y entonces la naturaleza ya no pudo.

También se optó por cancelar los cauces y darles la espalda, en lugar de preservar parques lineales, zonas de inundación abiertas, se optó por bordear, tapar, canalizar o entubar cauces, rompiendo la armonía que existía entre zonas habitables y esos corredores naturales de agua, flora y fauna, rompiendo el precario contacto de las ciudades con la naturaleza.

Luego las ciudades fueron avanzando implacables sobre bosques, cañadas, o praderas, modificando incluso zonas que cumplen con funciones de regulación en los ecosistemas, aumentando la vulnerabilidad de sus habitantes y construcciones  a los fenómenos meteorológicos, propiciando mayores daños por inundaciones, sequías, deslaves, socavones y arrastres, como todos sabemos, “la naturaleza no perdona”.

Pero lo más grave es el alejamiento del contacto entre hombre y naturaleza, los niños cada vez están en menor contacto con plantas y animales, y de alguna forma pierden el respeto a ella, y dejan de aprender de sus procesos, de su convivencia, de su paz, de todas las cosas que se pueden leer de la creación, incluso de la relación con Dios y los demás, como recientemente recordó el Papa Francisco:

La ciencia que viene del Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial, que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada creatura.

En muchas ciudades existe la posibilidad de buscar y estar en contacto con la naturaleza, en otras, a pocos minutos en su exterior también se pueden disfrutar las maravillas naturales, esa convivencia con la creación a través de la naturaleza nos brinda espacios de paz que nos ayudan a reconstituirnos internamente, y nos brinda además la posibilidad de entender la grandeza de Dios y la responsabilidad que tenemos con su creación y con las demás personas. Buscar estos espacios de convivencia con plantas y animales en su hábitat natural, es una experiencia que no debemos desdeñar como elemento formativo de humanidad.

Parques ecológicos, parques nacionales, parques urbanos que cuentan con jardines botánicos, zoológicos o áreas protegidas en donde se pueden apreciar los animales libres en sus entornos, son espacios que debemos construir y conservar en la permanente tarea de hacernos más humanos y liberarnos de la alienación que nos producen las ciudades.

La violencia y crímenes que vemos en las escuelas y en la sociedad, la contaminación y degradación del entorno, gritan el rompimiento de hombres y mujeres que no tienen paz, y que no saben relacionarse en paz. La convivencia con la naturaleza es un camino para restaurar nuestra interioridad y nuestra visión del entorno, abramos el corazón, a la ciencia del Espíritu Santo que nos habla a través de la creación.


Oscar Fidencio Ibáñez Hernández
@OFIbanez

Casado, padre de 3 hijos, profesor e investigador universitario, y bloguero. Ingeniero Civil, Maestro en Ingeniería Ambiental y Doctor en política y políticas ambientales.

Mexicano, católico, autor entre otros textos de «El Espíritu Santo en tiempos de Twitter: Documentos del Concilio Vaticano II para tuiteros. Celebrando el #AñoDeLaFe»

Admirador de la Creación en todas sus dimensiones. Nací en La Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte (Hoy, Ciudad Juárez, Chihuahua).

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