Marcos 8, 1-10
Autor: Pablo Cardona
«En aquellos días, reunida de nuevo una gran muchedumbre que no tenía qué comer, llamando a los discípulos les dice: Siento profunda compasión por la muchedumbre, porque ya hace tres días que permanecen junto a mí y no tienen qué comer; y si los despido en ayunas a sus casas desfallecerán en el camino, pues algunos han venido desde lejos. Y le respondieron sus discípulos: ¿Quién podrá abastecerlos de pan aquí, en el desierto? Les preguntó: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos dijeron: Siete. Y ordenó a la multitud que se acomodase en el suelo. Tomando los siete panes, después de dar gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los distribuyeran; y los distribuyeron a la muchedumbre. Tenían también unos pocos pececillos; después de bendecirlos, mandó que los distribuyeran. Y comieron y quedaron satisfechos, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas. Los que habían comido eran alrededor de cuatro mil, y los despidió.» (Marcos 8, 1-10)
1º. Jesús, la gente te viene siguiendo desde lejos con tal interés que se olvidan hasta de la comida.
¿Cómo debía ser el ambiente: aquellos grupos de gentes enfervorecidas comentando tus milagros y la fuerza de tu palabra?
Pero Tú te das cuenta de que no tienen qué comer y esto te preocupa.
«¿Quién podrá abastecerlos de pan aquí, en el desierto?»
También hoy abunda la escasez, el hambre, la pobreza, la soledad, la injusticia y la falta de formación cristiana, que es hambre y miseria espiritual.
Pero ¿qué puedo arreglar yo por más que lo intente?
Y me respondes: «¿cuántos panes tenéis?»
¿Yo?
¿Qué me pides a mí, Jesús, si yo no tengo nada?
«Pero, ¿qué ofreceremos nosotros, hermanos míos, o qué le devolveremos por todos los bienes que nos ha hecho? El ofreció por nosotros la Víctima más preciosa que tuvo, y no puede haber otra más preciosa; hagamos también nosotros lo que podamos, ofreciéndole lo mejor que tenemos, que somos nosotros mismos» (San Bernardo).
«Ellos dijeron: Siete».
Jesús, mira: esto es lo que tengo.
Mi tiempo, mis capacidades, mis ilusiones, mis gustos, mis flaquezas, mis errores.
¡Todo es tuyo!
Tú me lo has dado, a Ti te lo devuelvo.
No quiero reservarme ningún pez para mí, por si acaso me quedo luego sin nada.
¡Todo!
Y Tú sabrás multiplicar la eficacia de mi vida de cristiano, para que muchos puedan alimentarse y alimentar a su vez a otros.
2º. «En medio del júbilo de la fiesta, en Caná, sólo Maria advierte la falta de vino… Hasta los detalles más pequeños de servicio llega el alma si, como Ella, se vive apasionadamente pendiente del prójimo, por Dios» (Surco.-631).
Madre, Jesús se parece físicamente a ti: el color de los ojos y del pelo; esa expresión al reír; ese tono de voz…
Pero tú te pareces espiritualmente a Él: esa humildad, sinceridad, mansedumbre; ese espíritu de oración y ese espíritu de servicio.
Como tú te diste cuenta en Caná de que faltaba vino, hoy tu Hijo Jesús se da cuenta de que «no tienen qué comer.»
¿Y yo?
¿Me doy cuenta de las necesidades de los demás?
Hasta los detalles más pequeños de servicio llega el alma si, como Ella, se vive apasionadamente pendiente del prójimo, por Dios.
Madre, quiero parecerme más a ti, porque así me pareceré más a Jesús.
Ayúdame a estar apasionadamente pendiente de las personas que me rodean.
Y al revés también se cumple: si empiezo por concretar pequeños detalles de servicio en casa, en el lugar donde estudio o trabajo, etc., acabaré apasionadamente pendiente de los demás, me pareceré más a tu madre, Jesús, y a Ti.
Que sepa ser generoso con mi tiempo: son esos panes y peces que me pides para que, por tu gracia y mi cooperación, muchos otros puedan conocerte y amarte.