Lucas 13, 31-35
Autor: Pablo Cardona
«En aquel momento se acercaron algunos fariseos diciéndole: «Sal y aléjate de aquí, porque Herodes te quiere matar». Y les dijo: «Id a decir a ese zorro: he aquí que expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día acabo. Pera es necesario que yo siga mi camino hoy y mañana y al día siguiente, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados; ¡cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste! He aquí que vuestra casa se os va quedar desierta. Os aseguro que no me veréis hasta que llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor». (Lucas 13,31-35)
1º. Jesús, el evangelio de hoy me enseña cómo tienes perfecto dominio sobre tu vida -y sobre tu muerte-, a la vez que te muestras «impotente» ante la vida de los demás: ante su falta de generosidad y de correspondencia a tu Amor.
No es ninguna contradicción que esto sea así.
Lo que sería una contradicción es que Tú pudieras «obligarme» a ser generoso o a amar.
Porque, por definición, alguien es generoso cuando da más de lo que está obligado a dar; y alguien ama cuando «se da» libremente a otra persona.
Jesús, en muchas ocasiones demuestras que vas a morir libremente en la cruz para salvar al mundo.
Hoy desafías al mismo Herodes que gobierna en Galilea, y le dejas claro que no vas a morir allí, sino en Jerusalén.
Sabes cuándo, dónde y cómo van a matarte.
Para esto has venido.
Y aunque te va a costar sangre, vas a ser fiel al plan divino hasta el final.
En este punto nadie -ni el rey- puede cambiar tus planes.
En cambio, Jesús, en temas de amor y generosidad, Tú no te impones, no dominas: pides como un mendigo, suplicas como una madre, ruegas como un enamorado.
¡Cuántas veces has querido reunir a tu pueblo, y ellos no han querido!
Todo un Dios… abandonado.
Un Dios que se ha hecho hombre para estar cerca, y que ha dado su vida por cada uno, por mi.
«Porque vine a servir y no a ser servido. Yo soy amigo, y miembro y cabeza, y hermano y hermana y madre: todo lo soy, y sólo quiero contigo intimidad. Yo, pobre por ti, mendigo por ti, crucificado por ti, sepultado por ti; en el cielo, por ti ante Dios Padre; y en la tierra soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres?» (San Juan Crisóstomo).
2º. «Por mi miseria, me quejaba yo a un amigo de que parece que Jesús está de paso… y de que me deja solo.
Al instante, reaccioné con dolor, lleno de confianza: no es así, Amor mío: yo soy quien, sin duda, se apartó de Ti: ¡ya no más!» (Forja.-159).
Jesús, a veces me parece que estás lejos, que no te preocupas de mí, que me dejas solo.
Y te echo la culpa de ese distanciamiento, pagándote con la indiferencia y la tibieza.
No me doy cuenta de que soy yo el que me he alejado primero, y de que mi conducta agrava a un más la situación.
Jesús, Tú estas siempre pendiente de mí y me quieres atraer a Ti «como la gallina a sus polluelos bajo las alas».
Pero quieres que mi amor a Ti sea libre; por eso no te impones ni me obligas a obedecerte.
Cuando, por mi culpa, me separo de Ti, sufres y me recuerdas de mil modos que Tú aún me quieres, y que me quieres santo.
Jesús: ¡ya no más!
No quiero separarme nunca más de Ti.
No me dejes de tu mano.
Trátame como al menor de tus hijos; como al polluelo más necesitado.
No quiero que mi alma se quede desierta, sin esa compañía sobrenatural del Espíritu Santo.
Quiero estar cerca de Ti y bendecir tu nombre muchas veces a lo largo de cada jornada.