El camello, el rico y la aguja

«Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos».

No es la primera vez que Jesús habla de la pobreza con sus discípulos, de hecho, es una invitación constante, un elemento fundamental en su divina pedagogía.  A ellos no lo los está enseñando a ser reyes, ni grandes mercaderes, ni generales de ejércitos invencibles. Por el contrario: los llama a ser servidores, a formar parte del selecto grupo de los “últimos”.

¿Cómo hacer pasar a un camello por el ojo de una aguja? Prestando oídos con ingenuidad podríamos pensar que Jesús es un exagerado y el pasaje de Mateo nos corrobora que los apóstoles pensaron lo mismo.  Y entonces viene la lección que el Señor sellaba con esta nueva parábola: “Para los hombres esto es imposible; pero, no para Dios pues para Dios todo es posible».

No es una casualidad que sea Marco quien haga eco a este pasaje.  Tal vez ninguno de los apóstoles tuvo tanto contacto con los bienes terrenales como Marco, el rico cobrador de impuestos, que así sin más dejó todo para seguir al Señor.

Pero Jesús no es irrazonable sabe con cuánta fragilidad nuestro corazón tiembla ante la incertidumbre.  A los que decidan seguirlo y “dejarlo todo” el Señor promete un magnífico céntuplo y no sólo eso: ofrece también la vida eterna. ¿Alguien necesita más? ¿Quién puede siquiera igualar aquella oferta?

Para San Clemente de Alejandría, esta parábola enseñaba a los ricos a no descuidar su salvación y a “no tirar al mar su riqueza, ni condenarla como insidiosa y hostil a la vida”; sino aprender “ de qué modo se debe usar la riqueza y ganarse la vida”.

En la historia de la Iglesia –y seguramente también en muchas de nuestras historias personales- encontramos grandes muestras de la generosidad de Dios. Ejemplos incontables de lo que significa abandonarse en el amor de Dios y recibir a cambio un formidable ciento por uno.

San Francisco, San Carlos Borromeo, Santa Isabel de Hungría,  todos ellos santos que abandonaron vidas de lujos y excentricidades, familias y tierras propias, se encontraron de pronto frente a un mar de necesidades sociales frente a las cuales sentían el llamado de atender.  Frente a la renuncia radical venía luego la gracia de Dios: una medida rebosante y generosa de favores que daba la Providencia.

¿Cuánto no lograría el Señor si nosotros ofreciendo nuestro 1 por ciento dejáramos a él hacer el 99% restante?

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2 comentarios

  1. sabemos que nuestra labor es ayudar al projimo, estamos en ese camino, pero me falta hacer lo de la viuda, quero dar pero es lo ultimo que tengo, y no lo doy.
    sé que me falta desprenderme m+ás de lo que hago. espero que Dios me haga entender que sol Él me va a dar lo que necesito.

  2. Me gustaria saber otra refleccion sobre este mismo pasaje, io en una ocacion que la aguja era una puerta, si la tienen muchas gracias.
    Cordialmente Antonio.

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