Los Pasos católicos iniciales de John Newman

Por José Morales

Oxford, vinculado durante siglos a la historia de Inglaterra, originó en el medievo la contribución intelectual de teólogos como Duns Escoto y la subversión eclesiástica de predicadores como Juan de Wiclef. Lugar de la ciencia, ha sido por largo tiempo ámbito de la fe y de batallas por la fe. Oxford representa la ciudad santa del Anglicanismo, y recuerda también el movimiento de renovación religiosa de 1833 que lleva su nombre. De allí salió el converso John Newman para iniciar su vida en la Iglesia. Este ensayo evoca los inicios de Newman en el Catolicismo, dentro aún de un marco oxoniense que sus ojos ven alejarse con dolor.

CON CUANTA VIVEZA viene a la memoria el doloroso vacío, la pausa sobrecogedora que descendieron sobre Oxford cuando dejó de resonar aquella voz y nos dimos cuenta de que nunca volveríamos a escucharla.

«Desde entonces pueden haberse oído las voces de maestros poderosos pero de ninguno que penetrara el alma como él»(1).

Retirado a Littlemore desde comienzos de 1843 con un pequeño grupo de seguidores, Newman se había entregado con ímpetu a una vida de oración, penitencia y estudio. Había compuesto el «Ensayo sobre el Desarrollo de la Doctrina cristiana», que contenía la justificación intelectual de un cambio de-Credo que juzgaba próximo, y en el otoño de 1845 se disponía finalmente a dar los pasos definitivos de su conversión a la Iglesia Católica Romana.

No eran muchos los anglicanos que, como Shairp, contemplaban con nostalgia y emoción la marcha de Newman. La mayoría conformista del mundo universitario de Oxford saludó con un suspiro de alivio la desaparición de una causa de turbación y posible conflicto. El mundo anglicano al que Newman había pertenecido no podía ni deseaba percibir en aquel momento que pocos hombres en la historia de la Iglesia habían seguido los caminos de la gracia con tanta lealtad, coherencia y olvido de sí mismos.

Los dos años y medio en Littlemore habían sido para Newman y sus compañeros —el grupo más estable estaba formado, además de Newman, por John Dalgairns, Ambrose St. John, Richard Stanton y Albany J. Christie— un tiempo mucho más romano que anglicano. Los hombres de Littlemore habitaban un suelo extraño y vivían en un marco confesional que ya no era el suyo. Habían tenido que procurarse su propio espacio espiritual. La suerte estaba echada y las conversiones eran sólo cuestión de tiempo.

Con tono muy característico, Newman había escrito a Pusey el día 3 de octubre: «cualquier cosa puede ocurrirme en cualquier momento» (Cfr. LD XI,) y lo mismo comunica al fiel Henry Wilberforce: «you may expect anything now any day».

La entrada del diario correspondiente al día 5 dice «estuve todo el día dentro de casa, preparándome para una confesión general» (Cfr. LD XI). El día 7 Newman comienza a redactar y enviar cartas —alrededor de treinta— en las que anuncia definitivamente su conversión a sus familiares y a los amigos más íntimos.

LA VIUDA DE John Bowden, tractariano fallecido un año antes, escribe el día 8 en los siguientes términos: «Espero esta noche al padre Domingo, el pasionista… Con mi libro casi a punto de ser publicado.., y algunos amigos levantando objeciones respecto a la Navidad y el Adviento como tiempos en los que no querrían verse turbados, me he decidido a actuar inmediatamente. Y dado que en todo momento me he visto obligado a hacer las cosas guiado por mi propio sentido de lo recto, no me pesa que un requerimiento externo como parece éste sobrevenga ahora, reduzca mi tiempo de espera y me recuerde las llamadas repentinas de San Mateo o de San Pedro, y lo sobrecogedoramente inesperado del Juicio» (Cfr. LD XI, 5).

Thomas Allies, que como Mrs. Bowden se convertiría al Catolicismo algún tiempo más tarde, es destinatario de una carta semejante que contiene, sin embargo, temas nuevos. «Voy a ser recibido en la que creo es la Única Iglesia… ¡Ojalá mi fe fuera tan solo una décima parte de mi convicción intelectual acerca de dónde está la Verdad!» (Cfr. LD XI, 12).

El pasionista Domingo Barberi llegaba a Littlemore de paso para Bélgica en la noche del día 8. Venía invitado por John Dalgairns, a quien había recibido en la Iglesia Católica pocos días antes. El buen religioso italiano no sospechaba que iba a realizar para Newman el mismo caritativo servicio. Había hecho cinco horas de viaje bajo la lluvia en el pescante de un carruaje de línea y venía empapado de agua. Eran las once. «Ocupé un sitio junto al fuego para secarme. Se abrió la puerta y ¡qué escena fue para mí ver de repente a mis pies a John Henry Newman pidiéndome oír su confesión y ser admitido en el seno de la Iglesia! y allí junto al fuego comenzó su confesión general con extraordinaria humildad y devoción» (Cfr. Trevor 1, 359).

LA CONFESIÓN HUBO de terminarse el día siguiente. Newman hizo a continuación la Profesión de Fe, recibió el Bautismo bajo condición y asistió a Misa en la pequeña capilla de la casa.

Era la coronación de un lento y homogéneo proceso de maduración intelectual y de crecimiento interior. Las semillas de gracia y doctrina depositadas por Dios en su alma muchos años atrás habían conseguido un punto de desarrollo que le exigía moralmente la conversión. Newman percibió siempre una continuidad esencial entre las etapas de su vida religiosa calvinista, anglicana y católica. La «historia de sus opiniones religiosas» es la historia de un crecimiento desde dentro .

Pero en cualquier caso su larga vida quedaría dividida en dos grandes mitades, separadas por lo ocurrido el día nueve de octubre. «Si se pregunta al autor por qué se hico católico —escribe autobiográficamente cinco años después— sólo puede dar la respuesta que la experiencia y la mente le presentan como la única verdadera, es decir, que vino a la Iglesia católica sencillamente porque creía que ella y sólo ella era la Iglesia de los Padres; porque creía que había una Iglesia sobre la tierra, y solamente una, hasta el fin del tiempo; y porque a menos que esta Iglesia fuera la de Roma y solamente ella, no había ninguna». Estaba claro que la Comunión anglicana no era una verdadera Iglesia y que, por lo tanto, cuando el término Iglesia se usaba del Anglicanismo y de Roma recibía dos sentidos completamente distintos.

No por más esperada o temida dejó de suscitar la conversión tremendas emociones. Un torrente de cartas llego a Littlemore. Venían de católicos que habían rezado por él, de amigos que le habían acompañado en su aventura espiritual de los últimos años, de anglicanos seguros de su credo y perplejos ante la catástrofe que les había visitado. No faltó una bendición especial del Papa Gregorio XVI.

NEWMAN TIENE que padecer ahora los ataques del ‘establishment´ eclesiástico que ha sido su hogar espiritual y al que ha servido con abnegación durante dos décadas. Sufre las reacciones típicas del mundo protestante que le rodea ante las conversiones. Oye voces y opiniones poco amables de lo más variado y contradictorio.

Unos niegan que se haya convertido realmente. Otros afirman que lo ha hecho por ser un hombre débil y sin carácter. Unos le critican por no haberse hecho católico en el momento oportuno o no conceden importancia alguna a su conversión o la presentan como un argumento positivo a favor del Protestantismo; otros se muestran seguros de que volverá , que será desgraciado y que se halla en vías de perder completamente la fe. Se dice incluso por algunos que ha retornado ya a la Iglesia anglicana. Se le pondrá, sin nombrarle, como vivo y triste ejemplo que encarna «la timidez de conciencia, unida a cierta peculiar sensibilidad de temperamento, que ha llevado con frecuencia al Romanismo a hombres muy dotados, empujados por la necesidad de un apoyo más firme del que encuentran en las conclusiones independientes de su propio juicio» (2).

La idiosincrasia de su carácter, en el que hubo siempre mucho de individualista y bastante de solitario, le invita ahora a una observación silenciosa de la escena que se desarrolla en torno a él y le confirma de algún modo en la idea de que los pensamientos más profundos de un hombre son incomunicables y, para la mayoría, ininteligibles. «Es muy lógico que muchos tengan los sentimientos que describes sobre mi marcha a Littlemore —escribe a su hermana Jemima—, pero al tenerlos no se ponen ellos mismos en mi situación, sino que me ven desde la suya propia. Pocas personas pueden ponerse a sí mismas en la situación de otro».

LE DUELE SOBRE TODO la indiferencia religiosa que percibe en el fondo de las reacciones negativas de numerosos anglicanos.

En Discourses to Mixed Congregations (1849) describirá Newman este defecto espiritual de sus antiguos correligionarios con severas palabras. «Las mismas personas —dice— que, a pesar de sus propias dudas, censuran tan duramente a quienes dejan la Comunión en la que nacieron, consideran este hecho más como una afrenta a su Iglesia que como un daño espiritual para quien la abandona. Lo ven como una ofensa personal a un grupo y una injuria a una causa, de modo que la injuria es mayor según el perjuicio que particularmente les ocasione. No es la pérdida de quienes marchan, sino el inconveniente de los que permanecen lo que mide el pecado.

«Si un individuo es importante o útil para ellos, protestarán contra su deserción . Pero si les resulta incómodo por algún motivo, o perturba el orden y bienestar del grupo, se reconcilian rápidamente con la decisión que ha tomado. Los más corteses le felicitan por su honestidad, y los más airados se felicitan a sí mismos por haberse librado de él.

«Es éste el sentimiento de una madre y de un familiar hacia un hijo o un hermano?… Si un hombre deja la Iglesia católica, nuestro primer sentimiento, como sabéis muy bien, sería de compasión y de temor. Pensaríamos que aunque se tratara de alguien que fuese motivo de escándalo, la ganancia nuestra no supondría nada comparada con la pérdida sufrida por él».

NO TODAS LAS reacciones caen bajo esta descripción. La secesión de Newman ha infligido en muchos de sus amigos el mayor dolor, mientras que otros se disponen a seguirle. John Keble le envía pronto una carta emocionada y agradecida por los bienes y las confidencias que ha recibido de él. Pusey escribió en el reverso de la misiva de Newman las palabras siguientes: «Tu autem, Domine, miserere nobis. E.B.P. Kyrie eleison Christe eleison Kyrie eleison».

Las últimas semanas del año ven sucederse las conversiones de Albany Chistie, John Walker, Fr. Oakeley, G. Faber, Watts Russell, T. Knox, Mary Giberne y Robert Coffin, entre otros.

El domingo doce de octubre, acompañado de St. John, Dalgairns y Stanton, Newman asiste a Misa por primera vez en la capilla católica de San Clemente, situada en Oxford y regida por el jesuita Robert Newsham. A partir de ahora comenzará un intenso contacto con católicos, sus nuevos hermanos en la fe.

Fiel a su temperamento y a sus planes para la conversión de Inglaterra , Wiseman, que era desde 1840 obispo coadjutor del Vicario apostólico del distrito central y Presidente del College católico de Oscott, no ocultaba su entusiasmo ante las nuevas conversiones y especialmente ante la de Newman. «Le aseguro —escribía al irlandés Charles Russell, Presidente de Maynooth— que la Iglesia no ha recibido nunca un converso que haya venido a ella con la docilidad y la sencillez de fe que Newman» (Cit. W. Wad, Life I, 99). En una carta publicada en L´Univers a finales de noviembre y dirigida a los obispos franceses, Wiseman comentaba las recientes conversiones y se refería a los cambios que consideraba producidos en la opinión pública inglesa respecto al Catolicismo. Observaba sin embargo que dichos cambios positivos no se debían a la actividad, más bien obstaculizadora, de los católicos ingleses tradicionales sino a la oración y a la operación silenciosa de la gracia. La modestia le impedía nombrar sus propias iniciativas como un factor de importancia en la nueva situación (Cfr. LD XI, 54).

PERO LOS CATOLICOS históricos tampoco permanecían insensibles ni silenciosos ante la llegada de los nuevos conversos. Les dominaba una mezcla de alegría, expectación y ligera inquietud. Presentían que la Iglesia católica que había vivido en ellos durante tres siglos difíciles entraba en una época nueva, anunciada de algún modo en la emancipación civil de 1829. Una Carta pastoral de Adviento del obispo Walsh agradecía las conversiones y exhortaba a todos los católicos a una cálida recepción de los conversos.

No se puede comprender del todo el camino de Newman en la Iglesia a la que llegaba en 1845 sin tener en cuenta la situación histórica y la fisionomía espiritual de los católicos ingleses en las primeras décadas del´ siglo XIX.

Gobernados desde Roma en régimen de misión por la Congregación De Propaganda FIDE , los católicos de Inglaterra y Gales estaban organizados desde 1840 en ocho vicariatos. El aislamiento, las leyes penales y la hostilidad social habían acentuado en la dispersa comunidad católica los rasgos de insularidad británica y habían originado sobre todo un catolicismo estático, ausente del mundo intelectual y de carácter tendencialmente galicano. Los depositarios de la tradición católica inglesa —los old Catholics — habitaban en su mayoría las zonas rurales o llevaban en las ciudades una vida silenciosa y sin brillo. Un pequeño grupo pertenecía a la nobleza, otros en número mucho mayor podían calificarse de hidalgos — squires — y el grueso de la comunidad ejercía el comercio u oficios artesanales.

LOS SACERDOTES desempeñaba esencialmente funciones de capellanes en casas nobles, de atención pastoral en discretas capillas y de callada investigación en bibliotecas. Su vestimenta a comienzos del siglo XIX —sombrero azul de copa, cuello alto de paisano y corbata blanca— apenas permitía distinguir su condición clerical.

Alérgicos al proselitismo y recelosos de todo estilo de devoción que no fuera estrictamente inglés , los old Catholics veían con preocupación y distanciamiento la actividad pastoral que nuevas congregaciones —pasionistas, redentoristas, rosminianos, etc.— comenzaban a desarrollar en las islas. Las iniciativas de Wiseman, que había fundado en 1836 la Dublin Review con la idea de romanizar el Catolicismo inglés y traía grandes proyectos de expansión católica, les resultaban particularmente inquietantes.

El estamento clerical católico se había visto acrecido en Inglaterra, muy a principios del siglo, por la llegada de varios miles de sacerdotes franceses huidos de la Revolución. Estos hombres fueron acogidos con simpatía por católicos y anglicanos, y aunque no llegaron a ejercer ningún efecto decisivo en el Catolicismo inglés contribuyeron moderadamente a una mayor relación de éste con las corrientes religiosas del continente.

La inmigración irlandesa comenzó a tener desde las últimas décadas del siglo XVIII una importancia singular en la constitución y desarrollo de la moderna comunidad católica en Inglaterra. Llegados en fuertes contingentes a las ciudades del norte del país que, como Manchester, Birmingham, Leeds, etc., experimentaban los efectos de la revolución industrial, los irlandeses iban a ser pronto el grupo más numeroso de católicos. Eran gente de extracción modesta y baja cultura, que llegarían sin embargo a realizar una contribución más que numérica al Catolicismo inglés. Surgía de este modo una nueva sociología católica y una nueva situación pastoral.

LOS CONVERSOS procedentes del Movimiento de Oxford habían sido precedidos en el tiempo por un distinguido grupo de anglicanos que abrazó la fe católica en el período romántico. Se contaban entre ellos George Spencer, Ambrose de Lisle, Sir Charles Wolseley, Kenehn Digby, Lord Shrewsbury, el arquitecto Augusto Pugin, etc. Estos hombres aportaron a la Comunión católica algún enriquecimiento intelectual y sobre todo un cierto dinamismo proselitista. Pero no cabía esperar de su pequeño número los efectos renovadores que produjeron en cambio las conversiones de los años 1845 y siguientes.

Venían ahora a la Iglesia grupos numerosos de anglicanos, cualificados no sólo por su celo religioso sino también por su formación universitaria y su condición social. Comenzaba por tanto una etapa nueva en la que lo más urgente era unificar los elementos varios del cuerpo católico, promover su vida espiritual, intelectual y apostólica y llevarle a una relación más estrecha con la Iglesia universal. Era patente que estos cometidos no podían ser realizados por ningún hombre de la vieja generación de Vicarios apostólicos.

NEWMAN APENAS había tratado o conocido a católicos antes de su conversión. Sus aisladas conversaciones con Wiseman, Spencer y Russell no pueden considerarse como trato con católicos, propiamente dicho. Su conversión fue en gran medida un cambio suscitado por Dios en él a través del estudio de la historia doctrinal cristiana. Desconocía las personas y los ambientes católicos, y consciente de estas circunstancias procuró desde el primer momento familiarizarse con el clima humano y los detalles de su nuevo hogar espiritual.

Una obligada visita a Wiseman el 31 de octubre dio a Newman ocasión de conocer el College católico de St. Mary´s, en Oscott, escuela confesional y seminario al mismo tiempo, de la que Wiseman era Presidente desde 1840. Cercano a Birmingham, Oscott era, junto con St. Edmund´s, en Ware, y St. Cuthbert´s, en Ushaw, Durham, uno de los centros educativos donde jóvenes católicos recibían una enseñanza de cierto nivel superior y hacían en su caso los estudios para el sacerdocio. Las tres instituciones habían sido fundadas en el siglo XIX y aparte de su carácter eclesiástico trataban de compensar lo mejor posible la inferioridad educativa de los católicos, alejados de Oxford y Cambridge por leyes discriminatorias.

Newman iba en realidad a Oscott para recibir la Confirmación, que le fue administrada.por Wiseman el uno de noviembre. Era el primer encuentro entre ambos hombres después de muchos años y aunque las nuevas circunstancias lo hacían un encuentro grato no dejó de resultar ligeramente embarazoso para los dos. La hipersensibilidad de Newman y la timidez de su anfitrión no hicieron fáciles ni cómodas las conversaciones de aquellos días, pero allí se trazaron las líneas básicas del futuro inmediato de Newman y el pequeño grupo de Littlemore.

A PESAR DE QUE Newman, por motivos de humildad y de su propia significación religiosa anterior en el mundo anglicano no contemplaba de momento para sí mismo la ordenación sacerdotal, se dejó persuadir por Wiseman y quedó decidido de ese modo un aspecto fundamental de su vida católica y de la naturaleza de su trabajo en la Iglesia. La insistencia de Wiseman debió aliviar de una cierta perplejidad al nuevo converso, que desde su ordenación anglicana en 1824 se sintió profundamente ministro de Dios y percibió siempre una continuidad básica entre su vida de presbítero anglicano y católico. Se había resuelto una cuestión decisiva.

Wiseman deseaba para Newman y su grupo una actividad intelectual dirigida a prever y eliminar los peligros que se derivaban para a fe cristiana del creciente ambiente de infidelidad y agnosticismo. Quería también que se entregaran con ímpetu a una predicación intensa de la doctrina católica, con el espíritu y la altura que su formación les permitía. Como lugar de residencia y centro de su nueva actividad pastoral, el futuro cardenal ofrecía a los conversos un edificio adyacente a Oscott, que a partir de ahora se denominará Maryvale.

Aceptada la propuesta y decidido el abandono de Littlemore, Newman y los suyos se trasladan a su nuevo domicilio el 29 de diciembre, aunque Newman deberá todavía volver a Littlemore para recoger todas sus pertenencias.

Continúan mientras tanto en enero sus intensos contactos con católicos. «Intento principalmente dos fines —escribe a otro converso—: 1. Obtener información sobre el estado de cosas, y 2.. Remover prejuicios. Debo decir que prejuicios veo muy pocos, pero muy pocos pero a medida que pasa el tiempo y se esfuma el primer estallido de satisfacción, podrían surgir recelos en caso de no ser yo personalmente conocido» (LD XI, 93).

DURANTE ESTOS DIAS visita a varios obispos Vicarios apostólicos, a destacadas figuras de los old catholics , al Dr. Newsham en Stonyhurst, el College regido por los jesuitas, a Frederick Lucas, director de The Tablet , etc. A Henry Wilberforce, cuya conversión espera, resume con breves palabras las experiencias que ha reunido. «Mis correrías —dice— han durado todo el mes. Semejante actividad me resulta trabajosa, pero he sido recibido en todas partes con la mayor sincera y sencilla simpatía y no he visto sino cosas que me han hecho sentir admiración y sobrecogimiento ante el mundo en el que ahora me encuentro» (LD XI, 99).

Semanas antes del traslado a Maryvale, Newman había enviado a Wiseman las pruebas de imprenta del «Ensayo sobre el desarrollo de la Doctrina cristiana», que se encontraba ya en prensa en el momento de la conversión. El autor deseaba que Wisenan tuviera ocasión de hacerle las observaciones que estimase oportunas, pero el obispo no vio necesario pronunciarse en ningún sentido sobre el libro, de cuyo talante católico-romano no cabía dudar.

La publicación de la esperada obra suscitó enorme sensación. La primera edición se agotó en dos semanas y hubo de hacerse una segunda. Todo el mundo estaba interesado en leer un libro que debía contener la clave de la conversión del autor. Como era de esperar, el Essay tuvo una recepción sumamente crítica entre los anglicanos. En pocos meses había sido ya impugnado por una docena de escritores, cuyos argumentos no se alejaban en esencia de la usual línea protestante en la denigración de católicos.

EN EL MUNDO católico de habla inglesa el libro fue acogido inicialmente con cierta reserva. El norteamericano Orestes Brownson, también converso, se permitió incluso un ataque en forma, y hubieron de transcurrir unos meses hasta que Newman consiguiera difundir suficientemente sus aclaraciones sobre el sentido preciso de los argumentos y la terminología de la obra.

Ha llegado para Newman el momento de abandonar definitivamente Littlemore. Aunque ocupa ya Maryvale, no ha desalojado aún el pequeño lugar junto a Oxford, que ha sido escenario silencioso del último tramo de su gran cambio espiritual.

Ambrose St. John y Richard Stanton se han adelantado a Maryvale, los demás les siguen pronto y el 21 de febrero, día de su 45 cumpleaños, Newman permanece solo en Littlemore, preparado para marchar al día siguiente. La despedida de aquellas humildes paredes reaviva en su alma una melancolía por los años combativos y felices vividos en Oxford y le recuerda los riesgos de la fe , que había meditado y predicado con frecuencia desde el memorable sermón del 21 de febrero de 1836.

UN MES ANTES había escrito a St. John desde Liverpool: «Me doy cada vez más cuenta de que dejamos Littlemore y de que es como ir al mar abierto» (LD XI, 95). «Vuelvo a Littlemore para hacer paquetes —comunica dos días después a la fiel Mary Giberne—…No sentí nada al dejar Oxford o Santa María, pero me afecta profundamente dejar Littlemore…» (LD XI, 96).

Semanas después no tendrá inconveniente en manifestar a Copeland, antiguo coadjutor en Oxford, sus sentimientos y reacciones en el momento de abandonar la pequeña casa. «Ha sido más que costoso para mí. Tuve que arrancarme a mí mismo del sitio, y no pude evitar besar mi cama y la chimenea y otros rincones… He sido muy feliz allí, a pesar de encontrarme en una situación de espera. Allí me ha sido señalado mi camino y he recibido la respuesta a mis oraciones» (LD XI, 132-3).

Newman pasó la noche del 21 en casa de Manuel Johnson. Le unía con éste, que era astrónomo y director del Radcliffe Observatorium de Oxford, una gran amistad que iba a perdurar hasta la muerte de Johnson en 1859. Allí fue despedido por amigos anglicanos, entre ellos Copeland, Church, Pattison y Pusey. Estaba también James Ogle, suegro de Johnson, que en los últimos saludos dijo a Newman con sincero afecto: «te aseguro que volverás a nosotros» (LD XI, 130).

NEWMAN SALÍA ahora al encuentro de las consecuencias de su llamada. Su marcha tranquilizó los ánimos de algunos anglicanos airados e intransigentes que se consideraban ofendidos por su presencia en aquellos lugares.

No volvería a Oxford hasta el 16 de junio de 1868. Pero Newman considera que el núcleo de los hombres que han protagonizado junto a él en alguna medida el movimiento religioso de 1833 no es un grupo de carácter estacionario sino un conjunto de cristianos cuyo único destino coherente con su situación espiritual es la Iglesia Católica.

Pensaba que los años 30 habían visto nacer en Oxford un verdadero partido religioso que todavía no había concluido su entera trayectoria. No era un encuentro coyuntural de personalidades unidas casualmente por un tiempo, sino un grupo aglutinado desde dentro por un espíritu común y unos vínculos permanentes.

Espera por tanto nuevas e importantes conversiones y no se resigna a que Isaac Williams, John Keble, Thomas Keble y Edward Pusey permanezcan anglicanos. Sería tanto como renunciar a las convicciones y a las energías espirituales acumuladas trabajosamente a lo largo de doce años.

En los últimos días de 1845 Newman felicita por escrito a Mary Giberne con motivo de su conversión —que después de la de él era sólo cuestión de tiempo— y le pide oraciones por la de Williams, los Keble y Pusey. Pronto se dará cuenta, sin embargo, de que humanamente hablando espera contra toda esperanza.

John Keble, siempre retraído y modesto, se aleja con rapidez del horizonte de Newman y los dos amigos pierden enseguida todo contacto. Keble publica a comienzos de 1846 un nuevo libro de poesía religiosa —en 1827 había publicado el influyente Christian Year —, titulado Lyra Innocentium .

NEWMAN DEDICA una larga recensión a esta obra que le proporciona ciertas alegrías pero que confirma sus temores sobre el anglicanismo insuperable del piadoso autor.

La Lyra Innocentium le dice por un lado que el Movimiento de Oxford permanece vivo. «Un volumen como éste -escribe— es prueba clara de que lo que se llama a veces en la iglesia anglicana ‘el movimiento´ no ha terminado. No digo que se encuentre en fase de expansión o que vaya a obtener un lugar permanente en la Comunión donde se originó, o que produzca o no produzca una reacción, y eventualmente acentúe el protestantismo o engendre debilidad en un cuerpo religioso al que en circunstancias favorables podría haber aportado fuerza» (Cfr. ECH II, 440).

Newman advierte también en la Lyra de Keble que los tonos y contenidos católicos se han hecho más nítidos aún que en el Christian Year , especialmente en los temas claves de Justificación y Eucaristía. Pero estos enriquecimientos no han bastado para modificar el espíritu anglicano de la obra, de modo que ésta equivale para Newman a una ratificación de Keble en sus posiciones religiosas high Church .

El juicio que en conjunto hace del libro es negativo. En la primera parte de la recensión critica Newman la incomprensión e injusticia del ambiente anglicano hacia los conversos. Muestra luego la incongruencia entre el atractivo horizonte religioso que la Iglesia anglicana ofrece a los niños bautizados en ella y la radical incapacidad que sufre para cumplir las promesas de santificación que les ha hecho. Termina con una severísima proclamación: «la Iglesia anglicana está muerta; sólo la voz que resucitó a la hija de Jairo podría revivirla» (Cfr. ECH II, 450).

KEBLE HA SIDO la primera gran decepción. No tardará mucho en producirse la provocada por Pusey. Pocos días después de la conversión de Newman, Pusey se había explicado a sí mismo y a otros la marcha de aquél como un traslado a «otra parte de la viña», en la que le esperaba una tarea que ya no podía llevar a cabo dentro del Anglicanismo.

Era por parte de Pusey como una despedida pacífica, caritativa y afectuosa del converso. Pero este clima no duró mucho tiempo, en cuanto resultó evidente que Newman contemplaba el proselitismo con anglicanos. El malestar surgido entre ambos como consecuencia de estos sentimientos y reacciones aconsejó a Newman evitar de momento todo encuentro con Pusey y éste era su estado de ánimo en la víspera de abandonar Littlemore. A pesar de todo allí estuyo Pusey a despedirle el día 22, antes de que dejara Oxford.

La posición religiosa de Pusey que Newman juzga de equilibrio inestable entre el juicio privado o libre examen y la aceptación de una autoridad en la Iglesia, le parece insostenible y no comprende por qué su amigo permanece anglicano: «I cannot make out why dr. Pusey remains in the English Church» (LD XI, 171).

EN AGOSTO RECIBE carta de Pusey, que se halla enfermo en Tenby, y se anima a visitarle. Newman vuelve descontento de la visita y confía su pesimismo a Mrs. Bowden: «No puedo imaginarme una persona que se encuentre, humanamente hablando, en una situación tan perfectamente desesperada respecto a la conversión» (LD XI, 222). El caso es que Pusey no se convierte y que trata además de impedir la conversión de otros. El viaje a Tenby cierra un capítulo en la historia de las relaciones de Newman con los dos hombres que formaron, junto con Froude y él mismo, el núcleo del movimiento religioso de Oxford.

La vida en Maryvale sigue su curso tranquilo entre el relativo desorden que supone acomodar los muebles, objetos y libros que han llegado de Littlemore y las pequeñas reformas que la casa necesita.

Con Newman están St. John, Bowles, Morris, Stanton y Walker. Otros se hallan en Londres y Dalgairns ha ido a Francia. Todavía no se ha despejado del todo la incógnita sobre el futuro status del grupo. «No somos ni regulares ni seculares —escribe Newman en marzo a Mary Giberne— y no podemos saber lo que vamos a ser hasta que hayamos probado nuestra vocación. De momento no somos otra cosa que Littlemore continuado» (LD XI, 139).

Newman recibe del Papa por estos días un crucifijo de plata con una reliquia de la Santa Cruz e interpreta el obsequio como una «aprobación indirecta» del Essay (LD XI, 140). Escribe al Pontífice una carta de agradecimiento, que deja admirados a muchos de la Curia romana por su excelente latín (LD XI, 145).

EL CURSO INMEDIATO que Newman va a seguir se define finalmente en abril. Wiseman le habla después de Pascua de la conveniencia de ir por un tiempo al Colegio romano de Propaganda Fide, con el fin de profundizar su conocimiento de la teología católica y concluir su itinerario hacia el sacerdocio. Algo más tarde se decide que le acompañe también Ambrose St. John. El 6 de junio Newman recibe en Oscott la tonsura y las órdenes menores.

La perspectiva de una estancia en Roma le alivia porque supone un paso adelante en la búsqueda de su lugar preciso dentro de la Iglesia y también porque su carácter hipersensible comienza a acusar algunas incomodidades de su singular situación, de las que imagina librarse con el viaje a la Ciudad eterna. Se siente en cierta medida una suerte de espectáculo vivo que Wiseman gusta de exhibir como fruto de su celo apostólico y sospecha en ocasiones que no siempre recibe la consideración que su edad merece.

Pero la etapa romana que se abre ante sus ojos es también motivo de inquietud. Ha dicho ya a algunos de sus nuevos hermanos en la fe ingleses que no deben esperar demasiado de él y de sus compañeros, hombres de medio y oportunidades limitados (Cfr. LD XI, -153). La marcha a Roma comienza en efecto a resultarle difícil e incluso algo penosa. Su propia visión de las circunstancias le lleva a detectar o a imaginar la misma disposición melancólica en Ambrose St. John y los demás. Piensa con frecuencia en las incertidumbres del futuro que va a vivir, y habla y escribe a todas sus amistades próximas sobre el carácter temporal de su alejamiento. Le horroriza la idea de que pudiera permanecer en Roma para siempre.

En mayo intensifica el estudio de los teólogos católicos y dos meses más tarde tiene la alegría de la conversión de la viuda de su difunto gran amigo anglicano John Bowden.

EN LAS SEMANAS anteriores al viaje se desenvuelve un breve e intenso capítulo familiar. Newman se encuentra en Londres con su hermano Frank, que durante los últimos años había sufrido un serio deterioro religioso y se encontraba a punto de perder la fe cristiana. Frank era profesor de latín en el laicista University College londinense y vivía cada vez más alejado no sólo de Newman, su hermano mayor, sino también del resto de la familia. La entrevista de los hermanos no superó lo convencional.

Harriet, la mayor de las dos hermanas vivas, casada con Thomas Mozley, había interrumpido las relaciones con Newman en 1843, una vez advertidas con claridad sus tendencias católicas. No gozaba de buena salud y moriría en 1852 a los 49 años.

Newman mantenía relaciones aceptablemente cordiales con Jemima, la hermana casada con John Mozley. La correspondencia entre los dos fue siempre abundante y puede decirse que Jemima, suave de carácter y afectuosa, representó para Newman el cauce vivo de conexión con un mundo familiar que se había alejado cruelmente de su horizonte y al que, sin embargo, nunca quiso ni pudo renunciar del todo.

Jemima Mozley vivía en Derby, al norte de Birmingham, en compañía de su marido e hijos y de Elizabeth Newman, hermana del padre. Newman conservó siempre un tierno afecto hacia su anciana tía, mantuvo con ella frecuente comunicación epistolar, la informó de los pasos importantes de su vida y se confió a sus oraciones de piadosa anglicana.

En camino hacia el Continente, el viajero visitó en septiembre a Jemima y los suyos. En aquella casa se respetaba pero no se comprendía su conversión. Había de todos modos lazos afectivos que el tiempo y la diferencia de religión no conseguirían destruir.

Newman iba a llegar a Roma a los dos meses de un cambio de Pontificado. Fallecido Gregorio XVI el uno de junio, había sido sucedido en la Sede apostólica por el cardenal Juan María Mastai, que reinaría hasta 1878 con el nombre de Pío IX.

NOTAS

(1). Cfr. J.C. SHAIRP, Note on Cardinal Newman´s preaching and influence at Oxford , Ap. to My Campaing in Ireland , 1896, 14-15.

(2). Cfr. J.S. MILL, Autobiography , 130.

Publicado en el nº 384 de Nuestro Tiempo

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